Aprendamos de las abejas

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Las abejas trabajan, pero no lo hacen para sí mismas, sino para la supervivencia de la colmena | Foto: Remitida
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Tengo una amiga –más que amiga es de la familia- llamada Ana Mari. Una mujer encantadora, con esa sabiduría que solo dan los genes, los años y el secreto del aprendizaje observacional. Tiene como virtud su sensibilidad y esta la lleva muy a gala cuando se trata de la naturaleza y el medioambiente. Vive en un pequeño pueblo de Soria, de casi 100 vecinos y a 45 km de la capital. Estábamos en agradable charla hace unos días y me contaba que los humanos deberíamos fijarnos con detenimiento en las abejas y aprender mucho de ellas. Me llamó la atención ese comentario. Francamente, sabía algo sobre su organización social y sobre lo importantes que son para nosotros los humanos y para la vida en la tierra, pero, como con otras tantas cosas, nunca me había parado a pensar detenidamente en ello.

Mis queridos lectores, después de curiosear y ¡cómo no! documentarme algo, hoy les vengo a hablar de un universo fascinante y a menudo pasado por alto: la vida de las abejas. Y todo esto a modo de homenaje a esa buena amiga mía que es Ana Mari y agradeciéndole el haber conseguido que yo mismo haya aprendido algo más sobre estos cautivadores antófilos.

Pero, ¿qué sabemos realmente sobre estos increíbles polinizadores? ¿Qué dramas ocurren en el interior de sus panales? Y sobre todo ¿qué podemos aprender nosotros los humanos de ellas? Sí, de esas pequeñas alitas zumbantes que a menudo nos provocan más miedo que el sonido del despertador un lunes por la mañana.

Para empezar les preguntaré algo: ¿se han cuestionado alguna vez el porqué de esa simetría perfecta en las celdas de un panal? ¿Cómo son capaces de construir celdillas hexagonales tan perfectas?

Imaginen una comunidad de vecinos vibrante y llena de vida, pero en miniatura. Ahí es donde las abejas construyen su versión de la ciudad ideal: el panal. ¿Y qué forma toma esta ciudad de insectos? Ni más ni menos que hexágonos perfectos. Sí, las abejas son arquitectas matemáticamente talentosas. Sus panales son como un juego de Tetris, pero en la vida real.

La razón de que los panales sean hexagonales y no cilíndricos, por ejemplo, la podemos encontrar en unos textos que al respecto escribió uno de los últimos grandes matemáticos de la Grecia Antigua, Pappus de Alejandría. En ellos decía que “las abejas, en virtud de una cierta intuición geométrica, saben que el hexágono es mayor que el cuadrado y que el triángulo, y que podrá contener más miel con el mismo gasto de material”. De hecho, la forma hexagonal de las celdas puede almacenar un 30% más de miel que un cuadrado u otras formas simples. Sospecho que les parecerá curioso. Construyen estructuras sólidas y dignas de grandes arquitectos.

Por otro lado, y esto quizás sea lo más llamativo o fascinante del esquema social de una colmena de abejas, es que cada una de ellas tiene un rol perfectamente definido desde su nacimiento. Es una sociedad absolutamente estructurada.

En esta comunidad de insectos hay una figura que lleva la corona –literalmente-, la reina. Ella no solo pone huevos, sino que también es la líder del panal. Las abejas obreras, las verdaderas heroínas, son las trabajadoras incansables. Recolectan néctar, polen, producen miel y mantienen el orden en la ciudad hexagonal. Y finalmente están los zánganos, que son abejas macho de la colonia que proceden de los huevos sin fecundar que pone la abeja reina. Tras copular con ella, el zángano muere dado que se desprende de su aparato genital. Es esa promiscuidad suicida la que hace que entreguen su vida por un orgasmo cual macho de Mantis Religiosa. Vida breve, pero intensa.
Y llegado a este punto podríamos preguntarnos: si viven en una sociedad estructurada con sus funciones muy bien delimitadas al igual que nosotros los humanos, ¿qué podemos aprender de ellas? Al fin y al cabo, parecen asociaciones muy similares. Pues en la práctica no lo son.

Esa extraordinaria estructura social que forman las colmenas lo es gracias al trabajo en equipo, armónico y eficiente. Es difícil encontrar una sola sociedad humana que haya alcanzado tal nivel de cohesión. En el mundo de las abejas la palabra “singular” no existe. Aunque la aportación de cada una de ellas sea individual, el objetivo es el bien común de toda la colmena. En nuestra sociedad humana realmente ocurre algo similar, pues todos dependemos de todos, pero a la vez hemos creado una falsa ilusión, la del individualismo. Pensamos, erróneamente, que nos bastamos nosotros solos y que somos más que suficientes. No pensamos que hasta los alimentos que tomamos o la ropa que vestimos llegan hasta nosotros gracias a otros.

Algo muy llamativo en la colectividad de las abejas es la generosidad. Ellas trabajan, pero no lo hacen para sí mismas, sino para la supervivencia de la colmena. Las abejas recolectoras viven unos 30 días y la miel tarda unos dos meses en ser producida. No reciben el fruto de ese trabajo. Tampoco sería razonable ni real aplicar esto a nuestra propia sociedad, pero sí muy gratificante que pensáramos más en el colectivo que en nosotros mismos. Esto, en lo que a la conservación de la naturaleza concierne, toma un cariz muy especial pues somos directamente responsables de hacerle la vida imposible a muchas especies. No es válido pasar por encima de los demás en beneficio propio.

El ser humano tiende a infravalorar a otras especies sin entender que ninguna especie animal es tan inferior como se pueda pensar. Es posible que las abejas nos superen en capacidad a la hora de memorizar pues poseen un cerebro prodigioso. Los científicos han descubierto que incluso tiene habilidades matemáticas básicas.

Algo que a mí personalmente me llama mucho la atención es el sentido de justicia y equidad que impera en dicha sociedad. Por poner un ejemplo, les puedo decir que los zánganos dentro de la colmena son eso, zánganos. Son los machos y su papel es fecundar a la reina. No tienen que trabajar como las obreras, pero eso no significa que sus privilegios no tengan un precio. Solo el más fuerte logrará fecundar a la reina, pero al hacerlo muere. El resto son expulsados de la colmena, lo que en la mayoría de los casos les lleva a una muerte segura. Los privilegios y deberes se reparten de manera equitativa, lo que implica un cierto sentido de la justicia. Deberíamos aprender de las abejas en el mundo humano, donde la injusticia y la desproporción en algunos casos son la norma.

Estos pequeños insectos son determinantes en el equilibrio de la vida sobre la Tierra. De su actividad y del buen funcionamiento de las colmenas dependemos muchos otros seres vivos. En la actualidad, las abejas enfrentan desafíos que ni siquiera podrían haber imaginado en sus peores pesadillas. El cambio climático ha vuelto loco su calendario de polinización, las flores no saben si deben florecer en primavera o en invierno. Y no olvidemos el drama de la pérdida de hábitat y el uso de pesticidas. Es como si alguien hubiera presionado el botón de pausa en la naturaleza y olvidado reanudarlo. El mundo se tambalea sin abejas, y es hora de que tomemos en serio la conservación de estos pequeños polinizadores antes de que nos quedemos sin miel y sin el toque perfecto en nuestro yogurt de desayuno.

Lo dijo en su día Albert Einstein, el genio de la teoría de la relatividad, que también era un apicultor aficionado: “Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre solo le quedarían cuatro años de vida. Sin abejas no hay polinización ni hierba ni animales ni hombres”.







Comentarios

3 comentarios en “Aprendamos de las abejas

  1. Muy de acuerdo en todo! Y tenemos que tener cuidado en diferenciar abejas de avispas, que unas nos dan la vida y otras nos pican 😛

  2. 👍👍💪💪,vivan las abejas.

  3. Excelente e instructivo artículo. Si aprendiéramos más de estos animalitos con alas el mundo sería distinto. Felicidades y esperando el siguiente...

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