Mauricio Álvarez de las Asturias, el granadino que representó por primera vez a España en unos Juegos Olímpicos

El que fue II duque de Gor acudió a la II Olimpiada, la de París 1900, en espada, sable y florete; y hasta se colgó una 'medalla de plata'

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La esgrima fue disciplina profesional en París 1900
Miguel López Rivera
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Que hoy en día un deportista granadino vaya a los Juegos Olímpicos es motivo suficiente para que en los calendarios de toda la provincia esté subrayado el día de su debut. Todos los medios se harían eco y coparía portadas independientemente de su resultado. Hace 120 años, las Olimpiadas eran algo mucho más experimental. Las primeras se habían celebrado en 1896 en Atenas, una ciudad que recogía la herencia histórica de aquellos Juegos de la Antigua Grecia. Los de 1900, a pesar de venir con el camino recorrido cuatro años antes, no tuvieron ceremonia de apertura ni clausura, pero fueron los primeros en los que España acudió con representación.

Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques y Ponce de León, IV duque de Gor

La delegación nacional estuvo compuesta por Francisco Villota Baquiola y José de Amézola Aspizúa en pelota vasca; Antonio Vela Vivó, Ricardo Margarit i Calvet, Joan Camps i Mas, José Fórmica-Corsi Cuevas y Orestes Quintana Vigo en remo y Mauricio Álvarez de las Asturias como único esgrimista para las tres pruebas de este deporte (sable, florín y machete). Nos detenemos en la figura de este último, que el azar del calendario quiso que se convirtiera en el primer deportista español en unas Olimpiadas, como señala el periodista e historiador barcelonés Fernando Arrechea en '1900, la primera aventura olimpica española'. Con semejantes apellidos, Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques y Ponce de León sólo podía ser noble. Lo era, en efecto, con el título de duque… ¡Duque de Gor para ser más exactos! Y Gor, como ya es sabido, es un municipio granadino perteneciente a la comarca de Guadix.

El primer deportista que representó a España en unos Juegos Olímpicos fue, por tanto, granadino. Aunque con asteriscos. Y es que el Ducado de Gor se remonta al siglo XVIII. Fue Carlos IV quien lo creó el 10 de julio de 1803 aprovechando los vestigios del antiguo Señorío de Gor, que data de la época de los Reyes Católicos. Nicolás Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques, un vallisoletano que falleció en Iznalloz, fue su primer titular. Y también teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería de Granada. Desde entonces, sus descendientes nacieron todos en Granada y acumularon títulos que jurisdiccionalmente se encontraban radicados en la provincia. Hasta el punto de que el actual duque de Gor, Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques y Silva, fue, por poner sólo un ejemplo, II vizconde de Caparacena hasta que cedió ese honor a su hijo.

De Jerez a Granada

Todos excepto el protagonista de esta historia, que nacer, lo que se dice nacer, nació en Jerez de la Frontera. Se trata, sin embargo, de una de esas casualidades del destino como las de otros grandes deportistas de la provincia que -por circunstancias diversas- llegan al mundo en Tenerife, caso de Roberto Carballés, pero se crían desde su más tierna infancia en la Granada de la que proceden sus padres. Algo parecido le sucedía a Miguel Ángel Jiménez Parejo, el incansable atleta del Bikila nacido en Madrid que, año tras año, ha ido batiendo récords de tiempo en la Subida al Veleta, la considerada por muchos como ascensión más dura del planeta. Jiménez Parejo tenía la ‘manía’ de dejar para el final sus ataques, otorgando esperanza al resto de participantes en la prueba. Luego remontaba, ganaba, pulverizaba el registro que él mismo había establecido un año antes en el Veleta y, por si todo lo anterior fuera poco, se bajaba también corriendo a Granada. Pero había una frase que nunca faltaba cuando la prensa le ponía el micrófono para que relatase cómo había sido la carrera: "Yo no soy madrileño, soy granadino. No me pongáis más que soy de Madrid porque no es así".

Interior de la qubba de Alcázar Genil en 1905 | Foto: webY eso mismo era lo que le sucedía a Álvarez de las Asturias. Su familia tenía intereses comerciales en la ciudad más importante en términos demográficos de la provincia de Cádiz y allí nació. Pero pronto se trasladó a Granada, donde pasó su más tierna infancia y se convirtió en un fuera de serie con el florete, la espada o el sable. Tras el éxito de los Juegos de 1896, el barón Pierre de Coubertin soñaba con llevar la fiesta del deporte a su París natal. Tenía la excusa perfecta: ese mismo año 1900 se celebraba la Exposición Universal. Así que su argumento convenció a los miembros del COI en el I Congreso Olímpico, por encima de la aspiración de los griegos, que pretendían que los Juegos tuviesen una sede fija para siempre en Atenas. La decisión final resultó un desastre para aquella edición, pues las pruebas de la propia competición se confundían con las que eran meramente exhibiciones de la Expo. Paradójicamente y sin embargo fue un acierto a largo plazo, pues si los Juegos Olímpicos han sido lo que han sido a lo largo de décadas se debe, indudablemente, al hecho de haberlos alternado de sede cada cuatro años.

14 de mayo, el día del debut

Pero a nadie le importaba eso el 14 de mayo de 1900, cuando Mauricio Álvarez afrontó su primer envite en la modalidad de florete individual aficionado. El I Congreso Olímpico, en 1894, determinó que la esgrima sería la única disciplina en la que podían participar profesionales, por lo que tanto éstos como los amateurs eran considerados olímpicos. En el resto de deportes, sólo los amateurs pasaban por deportistas olímpicos. Por eso no recibían premios en metálico, sino medallas; mientras que los profesionales se quedaban sin preseas cuando ganaban pero se llevaban al bolsillo un buen pellizco.

Álvarez de las Asturias fue olímpico, pues, en su doble condición de amateur y de esgrimista. El granadino abrió la competición contra el francés Félix Debas en el Gran Salón de Fiestas de la Exposición. Los jueces decidieron que ambos se clasificaran para un segundo combate en el que fue eliminado al igual que, curiosamente, su rival: el también francés León Thiébaut; tal y como reflejan los fondos documentales de la Fundación Andalucía Olímpica. En cualquier caso, Mauricio Álvarez de las Asturias ya se había convertido en inmortal al poner el nombre de España -y de rebote los de Granada y Jerez- en el mapa olímpico por primera vez en toda la historia. En florete, el granadino terminó 25º de un total de 59 participantes.

El Jardín de las Tullerías fue testigo de la segunda batida del duque: la de espada individual para aficionados. El 6 de junio, a Álvarez de las Asturias el ‘bombo’ le encuadró en un grupo en el que quedó emparejado con los franceses Léon Sée, De Meuse y Joseph Rodrigues; el argentino Eduardo Camet, y el peruano Carlos de Cándamo. Sólo se clasificaban los dos primeros y esos fueron Sée y Camet. La explicación a que hubiera tantos franceses compitiendo en esgrima, más allá de que los Juegos se organizaran en París, se debe al hecho de que este deporte era muy popular entonces en el país vecino. Y también a que no había verdaderas delegaciones olímpicas, sino que los contendientes acudían por su cuenta, por lo que a nivel logístico y de desplazamiento era mucho más factible para quienes competían en casa en un contexto de organización individual. El cubano Ramón Fonst se llevó el ‘oro’ de entre 102 participantes y Mauricio Álvarez acabó 84º.

La 'plata' en sable y un triste desenlace

El plato principal de esta aventura nobiliaria estaba reservado para el sable individual aficionado. Era la gran especialidad del granadino e iba a demostrar por qué. De nuevo el Gran Salón de Fiestas se convertiría en el escenario donde se dirimirían los emparejamientos. Con apenas 23 tiradores, el duque de Gor superó el 19 de junio la primera eliminatoria y se presentó un día después a la segunda junto a siete franceses, otros tantos austrohúngaros, dos italianos y un alemán. Se sabe que venció al húngaro Miklos Todoresku y mordió el polvo frente al italiano Stagliano. También hubo de enfrentarse a Hugo Hoch, húngaro que también fue eliminado, y a cuatro contendientes más cuyas identidades se desconocen.

Tal y como detallan las pesquisas de la Fundación Andalucía Olímpica, la participación del duque de Gor en sable fue destacada. Accedió hasta el equivalente actual a unas semifinales, terminó en 15ª posición y, aunque no consiguió metal en el sentido meritocrático actual de la expresión, sí que se trajo a Granada una medalla de plata. Ante la ausencia de premios en metálico por el cariz amateur del torneo, la organización entregó ocho preseas de oro vermeil a los ocho primeros clasificados. Igualmente, todos los que terminaron entre el noveno y el decimosexto puesto se adjudicaron metales de plata. Y el resto, hasta el 24º, bronces.

Las crónicas de la época reseñan que el duque fue recibido en la frontera de Hendaya por su padre, quien le esperaba con botellas de champán para celebrar su exitosa participación en los Juegos de París. Mauricio Álvarez de las Asturias fue un deportista nato. Además de la esgrima, practicó la caza y la hípica; llegando a ser presidente de la Real Sociedad Hípica Española. Pero el destino tenía guardado un funesto final para él. Enviudó en 1905 y falleció sobre las 19.00 horas del 24 de febrero de 1930 en Madrid, a la edad de 65 años y en trágicas circunstancias. Atropelló a un viandante en pleno centro de la capital. Alarmado por el suceso, él mismo le ayudó trasladándolo a la Casa del Socorro, en la que el peatón perdió la vida diez minutos más tarde. Consternado por su gen noble y humano, Mauricio no pudo superar el shock y sufrió una hemorragia cerebral. Un triste desenlace para un personaje al que, como tantos otros, Granada no ha sabido hacerle un sitio en las vitrinas de su propia historia. La de una ciudad que ha creado talento en cualquiera de las disciplinas y artes que existen.







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