Los rastros, el negocio de la segunda mano que sobrevive en tiempos de Wallapop

Solo en Camino de Ronda se pueden encontrar varios de estos locales de compraventa de muebles, piezas de coleccionista o artículos de lujo

FOTOS Los rastros, un negocio que sobrevive en tiempos de Wallapop-3
Sillas y muebles apilados en un rastro del Camino de Ronda | Fotos y vídeo: Javi Gea
Miguel López Rivera
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"¿Esto qué es? ¿Una cómoda? ¿Cuánto cuesta?", pregunta una mujer a la entrada de un rastro de compraventa. "Bueno, en realidad es un buró. Pero sí, son 240 euros", contesta su propietario. El olor a mueble anticuado domina la escalera que da acceso a la estancia principal de otro de estos locales, situado a escasos metros del anterior. Ambos negocios eran uno solo cuando abrieron sus puertas a mediados de los ochenta. El tiempo separó sus caminos, pero el carácter familiar subsiste.

Los rastros siguen siendo una suerte de Galerías Preciado de andar por casa. En su interior conviven crucifijos con lámparas bauhaus, cajas registradoras de hace más de un siglo que pesan un quintal junto a coches de colección en miniatura y colchones listos para poner sobre un somier con elementos ornamentales valorados en miles de euros. Estos establecimientos experimentaron su boom en la segunda mitad del siglo pasado al albor de los pisos de alquiler destinados a los universitarios en Granada capital. Los hay en Bobadilla, Maracena, el Zaidín, Armilla, alguno en el centro y hasta en la Carretera de la Sierra. Sin embargo, la mayoría se concentran en un eje, el de Camino de Ronda, que por su aspecto e importancia viaria encajaría más en un modelo de grandes y luminosos escaparates que de rudimentarios negocios de compraventa más parecidos a un almacén o trastero que a una tienda al uso.

Como se muestra en el vídeo que acompaña a esta noticia, la mayoría de los que quedan, que no son pocos, datan de los años ochenta. Y aunque algunos sobreviven bajo el paraguas de grandes ONG como Betel, Betesda o Remar, casi todos están enfocados a la actividad comercial. En los tiempos de Ikea y Wallapop, este ejemplo de resiliencia empresarial sorprendería a la mayoría, aunque no a Juan Quesada, copropietario del Rastro –así, en mayúsculas, pues es su nombre propio–, situado en la esquina de Camino de Ronda con la calle Azorín. Allí lleva desde 1986, cuando se separó de Los Encantes Granadinos, ahora unos metros más adelante y en la acera contraria, tras dejar el local conjunto que ambas familias compartían y que en la actualidad es un garaje.

"Si tú compras un armario por Wallapop, Facebook o cualquier página web, te tienes que buscar la vida. Nosotros tenemos nuestros propios repartidores que te lo llevan y te lo montan, y eso facilita muchísimo el trabajo. En la pandemia estuvimos completamente cerrados, pero una vez que empezó la cosa a normalizarse, nuestros clientes empezaron a venir porque el que es cliente de aquí sigue viniendo", explica Quesada, a quien la experiencia le dicta que "a la gente le sigue gustando ver las cosas físicamente" porque "en las fotos muchas veces te engañan". "Aquí lo ves con su tamaño real, su material y su estado. Hay gente que no se fía mucho de comprar por internet y sigue viniendo a estos sitios", zanja todo debate.

Conocido por la gata que frecuenta sus instalaciones y el indio que recibía al visitante en la entrada –ahora han puesto un cowboy–, este rastro se adentra en el subsuelo del Camino de Ronda y, una vez ahí, navega por un mar de muebles, complementos y accesorios. Juan Quesada y su mujer mantienen la esencia. No tienen un margen de beneficio mínimo para admitir un objeto porque "aquí vienen clientes de todo tipo". "Si calculo que lo puedo vender por diez euros, te ofrezco cinco. Nosotros no vamos a engañar a nadie", sentencia.

También trabajan en depósito, una fórmula menos común consistente en fijar un precio inicial con el cliente del que el rastro se queda un porcentaje a cambio de comercializarlo, venderlo y, llegado el caso, transportarlo. "Aquí llega desde el que busca un armario al que viene buscando una silla, una mesa, una cocina o una lámpara. Nuestro negocio lleva muchos años enfocado al piso de estudiantes o a quien quiere alquilar un piso que tiene vacío y lo amuebla", desarrolla este comerciante, que ironiza cuando se le pregunta qué es lo más extraño que tiene en el sótano: "Tenemos muchos santicos porque le ha dado a la jefa por coleccionar santicos y tenemos imágenes con ciento y pico años que tienen bastante valor. A lo mejor lo que para ti es extraño no lo es para otra persona. Entonces, hay de todo. La gente viene buscando todo lo que te puedes imaginar, desde las cosas más insólitas hasta lo más simple".

De la compraventa a la fiebre del coleccionismo

Quienes desde hace años no trabajan con depósito son Alejandro y Juan Ramón Martín, padre e hijo, del Rastro Los Encantes Granadinos, la otra parte resultante en la división de aquel negocio de mediados de los ochenta. Una colección de coches en miniatura ha convertido el escaparate de este comercio en todo un icono de La Redonda. Los hay de todo tipo. Fórmulas 1, deportivos, clásicos, berlinas, cabriolets... ¡Y hasta coches de bomberos de época! Todo cabe en esa vidriera. Y mucho más, pues dentro la 'fiebre' continúa. La historia se la conoce al dedillo Juan Ramón, cofundador del rastro: "Vino un cliente que tenía una colección del padre y llegamos con él a un acuerdo sobre el precio. Yo los tengo todos para su venta con una clientela bastante amplia de gente. No pensaba que este mundo podía mover tanto. Tenemos una cantidad de clientes que no son solamente de aquí de Granada, sino de parte de Andalucía, Madrid, el norte, Asturias... Muchos sitios. Por lo visto es un sector en auge".

Además de los coches de coleccionista, otros dos elementos distintivos dominan los estantes de Los Encantes Granadinos: los soldaditos de plomo –"que ya no permiten venderlos"– y los libros, con un rincón aparte reservado a modo de singular librería. "El de los libros no es un negocio que, en un principio, quisiéramos tener. Lo único es que en todas las casas había libros, discos y CD. Y esto nos hacía tener una acumulación de género grande en nuestros almacenes, por lo que decidimos exponerlo también a la venta. Tenemos una clientela bastante amplia de gente que viene buscando libros de segunda mano o de ocasión con los que se ahorran, no la mitad, sino incluso más de la mitad de lo que suele valer", aclara Juan Ramón Martín, quien desvela que alguna joya ya descatalogada se puede encontrar entre esos anaqueles.

Al igual que el Rastro, Los Encantes nació como respuesta "al elevado número de pisos de alquiler que había en Granada, y que hacía que los propietarios buscaran artículos de segunda mano para amueblar esos pisos. Los primeros años vivíamos exclusivamente de ese negocio de amueblar pisos de estudiantes". Y también como en aquel caso, "tomamos las direcciones y las llamadas que nos hacen y vamos a las casas, vemos, fotografiamos, valoramos y damos un precio sobre lo que nosotros podemos pagar en función de los gastos que conlleva; que no solamente son los que paga uno, sino también los de personal, vehículos, tiempo... Porque está la recogida, pero luego también existe el reparto para los clientes".

En lo referente al negocio del e-commerce, Martín confiesa que ha mermado las posibilidades de un comercio mucho más tradicional: "Se ha complicado en el aspecto de comprar porque la gente mira mucho internet y se guía por los precios que las personas ponen en esas páginas, que a veces es erróneo en relación al precio del producto, pues no vale realmente lo que pone". Y, además de esto, ¿qué beneficio obtiene el cliente comprar en los rastros? Martín ofrece su particular punto de vista: "Puedes tener lo mismo a la mitad de precio de lo que puede costar uno nuevo. Y luego, aparte, solemos vender cosas que están en muy buen estado. Las que están muy estropeadas las desechamos totalmente".

El 'lujo' de la segunda mano

En los dos ejemplos anteriores, la variedad de precios y artículos es el imán con el que los clientes deciden acceder a sus locales. En Al Rastro, un anticuario ubicado frente a la rotonda del helicóptero, sucede todo lo contrario. Por esas puertas no entra cualquier cosa, solo aquello que tiene un alto valor histórico o patrimonial. Y, claro, eso se nota en el precio. Lo sabe muy Anda Samoila, una de sus dependientas. "Aquí nos dedicamos básicamente a la compraventa de muebles, pero la mayoría son de buena calidad. Solemos tener más filtro y más cosas buenas. Tenemos objetos que datan desde el siglo XVII y XVIII hasta otros que son de los años sesenta. Y también cosas más recientes", resume.

Este nicho tan específico de mercado atrae diariamente a decoradores, diseñadores, profesores Historia del Arte y entendidos en general. "También gente más mayor, personas que buscan darle un toque antiguo a su vivienda, por ejemplo. Aunque vayan a vivir en una casa nueva, le dan un toque con una lámpara antigua o rompen con algo", comenta Samoila. Un buró de taracea granadina de 6.000 euros y muchos años de antigüedad es la pieza más cara que venden. Su sola presencia evoca a un elemento de una elegancia y singularidad manifiestas. "Es una joya que está hecha pieza por pieza y se encuentra en muy buen estado. Le falta alguna pieza, pero muy pocas", asevera la dependienta.

Entre la colección que engalana estos pasillos de la calle Domingo Puente Marín también figuran cuadros de los siglos XVII, XVII y XIX, y otras obras más recientes que, en realidad, "son réplicas". "Pero, evidentemente, cuanto más antiguo, más valor tiene. "Vemos más o menos la demanda. Si viene un espejo moderno, por ejemplo, vemos si está en buenas condiciones. Cuanto más antiguo suele ser mejor y pensamos si tiene salida y venta porque puede ser antiguo pero a lo mejor nadie lo busca", matiza Samoila, quien recuerda que la pandemia obligó a la empresa a trasladarse desde el local más grande que tenían en la carretera de Armilla, justo al lado de donde ahora ha abierto un restaurante la cadena de pollo frito de Louisiana Popeyes.

La extensa colección de obras de arte se complementan con cajas registradores con más de siete décadas de antigüedad y una colección de cuadros del pintor chauchinero Roberto Moreno: "Somos los únicos que disponemos de pinturas suyas y las vendemos. La mayoría de los cuadros que hay aquí llevan su firma y están muy chulos". Porque en estos comercios de compraventa y antigüedades, los artistas también dejan su 'rastro'.







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