Monasterio de San Jerónimo, entre dulces y monumentos

Monasterio de San Jerónimo
Interior del Monasterio de San Jerónimo | Foto: Remitida
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En cierta ocasión les hablé en uno de mis artículos sobre la repostería de los conventos de Granada, esas delicias divinas y celestiales. Hoy vuelvo al tema pero esta vez con un tinte menos acaramelado y centrándome concretamente en uno de esos monasterios icónicos de Granada y de España.

Partiendo de sus dulces, y por una de esas casualidades que se dan a veces, esta pasada Navidad -ya algo lejana y eclipsada por la pronta llegada de la primavera-, una conocida me pidió un pequeño favor.

Era la mañana, muy temprano, del día de Nochebuena. Me disponía a salir a rematar las últimas compras propias de estos días y con las mismas prisas de siempre. Antes de salir de casa, recibí una llamada de una amiga que vive en un pueblo de la provincia al que yo iba a ir a cenar esa noche. Estaba algo apurada.

- ¡Necesito que me hagas un favor!

- Tú dirás, –ahora el apurado era yo.

-Ayer pasé por Granada y no pude recoger una cajita con dulces monacales que mi hermana me quería dar. ¿Podrías pasar tú a recogerla?

No les he dicho que la hermana de mi amiga es, desde muy joven, monja de clausura en el Monasterio de San Jerónimo. Ya es una señora mayor y que, gracias a su condición, todos los años puede proporcionarle a su hermana una cajita con repostería navideña preparada por la congregación.

Este año le fue imposible ir a recoger tan dulce entrega y me pidió que fuese yo. Aprovechando pues mi viaje al pueblo esa misma tarde, podríamos quedar para dársela.

Con las mismas, y reorganizando la mañana tras esta inesperada solicitud, me presenté en el Monasterio de San Jerónimo. Previamente, mi amiga ya había avisado a su hermana de mi llegada y del proceso de entrega de tan preciada mercancía.

Al llegar me recibió la cabecita –era lo único que veía- de una monja tras el ventanuco de la puerta de acceso a la clausura.

- Como ha venido usted tan pronto no ha podido terminar de preparar la caja, además le quiere escribir a su hermana una carta. ¡Ande, ande!, vea usted la iglesia y el claustro procesional por dentro con tranquilidad mientras tanto –me aconsejó en tono serio.

Y allí estaba yo, en un gélido ambiente y solo ante esa majestuosa iglesia, toda ella para mí en exclusividad. No recuerdo haber gozado tanto de ningún monumento en mi vida a pesar de lo que les voy a narrar unas líneas más abajo. No hicieron falta audio guías para disfrutar de todo aquello.

Estaba exaltado, emocionado y excitado. Todo ante mí era arte e historia.

Ese estado entusiasta se volvió de repente en una actitud de rabia contenida y tristeza –condición muy propia, por otro lado, de buena parte de los granadinos- al fijarme con mucho más detalle en el retablo, las pinturas, frescos y estado en general de deterioro de la iglesia. Llamó especialmente mi curiosidad la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba –El Gran Capitán. Consiste en una sencilla inscripción en una lápida, frente al altar mayor. Inscripción que necesita una restauración y que es pisada por todo aquel que pasa por encima sin el más mínimo respeto. En eso queda su memoria y recuerdo.

A mi juicio, se merece algo mucho mejor –a no ser que fuese su deseo y él así lo expresara previamente.

Hacía muchos años que no visitaba el lugar pero esta visita, con un sentido de la observación y crítico más agudo y desarrollado que antaño, me dejó un sabor agridulce.

Inevitable en mi cabeza fue la comparación con la Iglesia de San Nicolás de Bari en Valencia. No sé si la conocen o visitado en alguna ocasión.

Es un perfecto ejemplo de iglesia con planta y estructura gótica conviviendo con una espectacular decoración barroca. Todo ello construido y realizado entre los siglos XV y XVII.

Desde el año 2016 está considerada por los entendidos como la “Capilla Sixtina” española. Fue en Febrero de ese mismo año cuando se inauguró la última restauración financiada por la “Fundación Hortensia Herrero” –a la postre esposa de Juan Roig y vicepresidenta de Mercadona.

El restaurador de dichos frescos fue, ni más ni menos, que el italiano Gianluigi Colalucci, responsable, ahí es nada, de la restauración de la Capilla Sixtina original en el Vaticano.

Cuando uno tiene la ocasión de ver el estado de conservación de los frescos de San Nicolás de Bari (y la iglesia en su conjunto) y compararlos con los de nuestra Iglesia de San Jerónimo, no puede por menos que entristecerse. Largas colas a la entrada para ver esta iglesia, como si fuese algo único. Esas mismas que se echan de menos para ver nuestro conjunto.

Aunque cualquier comparación siempre resulte odiosa, en este caso podemos comprobar fehacientemente que nada tiene que envidiar artísticamente nuestro San Jerónimo a San Nicolás de Bari.

A principios del año 2004, en San Jerónimo, comenzaron unas obras de restauración del retablo mayor que duraron hasta el año siguiente. A día de hoy dicho retablo, y la iglesia en general, piden de nuevo una urgente restauración a gritos.

El Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento u organismos competentes deben de tomar cartas en el asunto para que el Real Monasterio alcance la brillantez esplendorosa que se merece. Pero sobre todo somos nosotros, los propios granadinos, los que tenemos que exigirles a nuestros representantes políticos, y con la máxima energía, que se pongan el mono de trabajo. Que luchen por algo que no se le puede negar a esta joya, su protagonismo como uno de los máximos exponentes españoles de nuestra historia artística. No debemos permitirnos caer en el vagón de cola una vez más. Quizás sea pedir demasiado o soñar en vano.

Con una buena restauración -quizás apoyada desde algún mecenazgo de los que adolecemos en Granada- volvería a resurgir como se merece.

Nuestra Iglesia y Real Monasterio, conjunto impresionante del Renacimiento español, está declarado desde 1931 como Monumento Histórico Artístico y perteneciente al Tesoro Artístico Nacional. Estamos pues ante lo mejor del Renacimiento español, con excepción de San Lorenzo de El Escorial –según palabras del Jerónimo P. Sigüenza escritas en 1606.

Una muy importante, apasionante, interesante, atrayente y cautivadora andadura es la de nuestro Real Monasterio e Iglesia desde su construcción hasta nuestros días. Les invito a curiosear por los libros de historia al respecto, no les decepcionará.

Llegados a este punto les haré notar que no solo es San Jerónimo y su Real Monasterio los que sufren esa dejadez y ese “mal vender” por parte de nuestros representantes institucionales. También el resto del inmenso y rico patrimonio cultural de Granada la padecen.

Mención aparte merece la Alhambra, nuestro monumento por excelencia y más conocido. Ella se lleva toda la atención y casi toda la inversión.

Una persona, a la que tengo en gran estima y consideración, me dijo en cierta ocasión que: “A la sombra de la Alhambra languidece el resto del extenso patrimonio granadino”.

No perdamos eso de vista, no le falta razón.







Comentarios

5 comentarios en “Monasterio de San Jerónimo, entre dulces y monumentos

  1. ¡Cuánta razón llevas! Pero los políticos no van a reparar en estas necesidades tan importantes, no ven arte, ven religión y ya sabes que todo lo que sea religión para ellos es digno de ataque, cada vez hay menos feligreses y por ello menos monedas en los "cepillos", poco puede hacer la congregación si ya apenas tienen para subsistir...
    Sigo declarándome adicta a tus artículos, no tardes tanto en volver, se me hace eterno

  2. Un repaso muy acertado de la situación del patrimonio histórico artístico de nuestra provincia, estoy de acuerdo con el comentario de Rosa sobre los políticos.

  3. Nada más que darle las gracias y en parte mucha razón en lo que dice.

  4. Buen artículo como nos tiene acostumbrados. Totalmente de acuerdo en lo que respecta a nuestro patrimonio y lo olvidado que está por parte de todos, unos porque no protestamos y otros porque emplean el dinero de todos en "otros asuntos". Lastima...

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