Dos domingos electorales, 40 años atrás

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Una mujer introduce su voto en la urna
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En Cádiz, todo el año es carnaval y en España todo el año es electoral. Al menos, hasta el verano. Decíamos el viernes… y unos minutos después los plazos legales empezaban a rodar en línea directa hasta el 28 de abril, domingo electoral que precede en veintiocho días a esa segunda cita, la que renovará los ayuntamientos y varios gobiernos regionales. Era el escenario más pronosticado y probable de los tres posibles antes del anuncio final de Pedro Sánchez.

De 2019 a 1979, una inmersión en el túnel del tiempo para evocar las dos citas tan cercanas en el calendario electoral, generales y municipales las unas en continuidad con las otras: treinta y tres días de diferencia, entonces; veintiocho, ahora. O lo que es lo mismo: 28 de abril y 26 de mayo, 1 de marzo y 3 de abril. Estas dos últimas fechas fueron anunciadas por Adolfo Suárez, entonces presidente del Gobierno, en una intervención televisiva el 28 de diciembre, el mismo día en que aprobada la Constitución tres semanas atrás y sancionada por el Rey a continuación, entraba en vigor la Carta Magna. La vigencia de la Constitución invitaba a disolver las Cortes, una vez cumplida por éstas su labor constituyente, y así lo hizo Suárez. Solo que a la esperada convocatoria para las generales añadió la cita para renovar los ayuntamientos, una voluntad largamente esperada como la forma más directa y representativa de la democracia que en España se había pospuesto durante la transición, de forma que desde año y medio un Congreso y un Senado democráticamente elegidos convivían con corporaciones locales de extracción franquista.

A la postre y analizando las consecuencias más que los resultados, las elecciones municipales tuvieron más influencia en la vida política española inmediata que las propias generales. Para la cita del 1 de marzo eran muchas las encuestas que vaticinaban un triunfo electoral socialista. Al cierre de campaña, Suárez apeló al voto del miedo, se sirvió de TVE, la única televisión entonces existente, y consiguió invertir el pronóstico. UCD cedió votos pero ganó en el cómputo final: el partido más votado, aunque sin mayoría, pese a lo cual consiguió formar gobierno.

El calendario electoral -entonces, las campañas eran de veinte días y las elecciones se celebraban en jornada laborable- avanzó a continuación y al cierre de las urnas, el 3 de abril, el PSOE sufrió otro inesperado retroceso. La suma global de votos en toda España había experimentado una caída considerable de votos en relación a los obtenidos un mes antes en las generales. Pese a todo, y en virtud del pacto de izquierdas, que flotaba en el ambiente durante la campaña y se materializó días después, los socialistas se hicieron con la planta noble de casi todas las capitales de España y -sobre todo- de las principales ciudades de la nación. PSOE y PCE, más otras candidaturas minoritarias de izquierda y centro izquierda, unieron el voto de sus concejales y dieron la alcaldía al aspirante socialista en la mayoría de los casos.

Se consiguió así visualizar como un notable éxito lo que en realidad había sido un retroceso electoral en menos de un mes, unido al revés de unas elecciones generales a las que el PSOE había acudido con fundadas esperanzas de victoria. La historia que vino después es bien conocida: los alcaldes, socialistas en su mayoría, supieron capitalizar el éxito de unas corporaciones jóvenes nacidas de la nada, sin experiencia política ni de gestión y en un escenario carente de recursos supieron conectar con la ciudadanía: como nada estaba hecho y todo estaba por hacer, cualquier cosa que se presentaba en aquellos tiempos de ilusión y estreno estaba bien hecha. Los ciudadanos vieron así llegar a sus entonces muy lejanos barrios aspiraciones tan nimias como alumbrado, canalizaciones, pavimentaciones, unas modestas pistas deportivas, cualquier otro tipo de equipamiento o infraestructura urbana… reivindicaciones vecinales que arrastraban decenios y se hacía realidad de la mano de los ayuntamientos democráticos.

Aquella gestión contribuyó, además, a consolidar y prestigiar la recién estrenada democracia. Los ciudadanos visualizaron los resultados palpables que llegaban como consecuencia directa del voto en las urnas en unos tiempos en que poderes fácticos muy poderosos y muy fácticos conspiraban contra ellas. Apenas tres años después, el PSOE alcanzaba su primera mayoría absoluta, que llevaría a Felipe González a Moncloa. El mismo González que en aquellos días no se recató en afirmar que habían sido los aciertos de gestión de los alcaldes socialistas el principal aval para que los ciudadanos les aportasen la confianza suficiente para gobernar en toda España.

Cuarenta años después, las circunstancias son distintas. Alcaldes y barones regionales socialistas advertían previamente y han recibido después con desazón la cercanía electoral decretada por un presidente de su mismo partido. Los dos domingos electorales asoman por el calendario que nos conduce de forma inexorable hacia primavera. Pasadas ambas citas, será el momento de analizar en cuánta medida unas elecciones generales habrán influido en las municipales y viceversa. Creo que bastante. Pero lo dejo para mayo.







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