¿Y tú qué entiendes por compromiso?

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Hasta hace no mucho creía tener muy claro lo que era el compromiso. Algo parecido a una mezcla de empatía, vínculo y sentimientos. Algo que ibas adquiriendo a lo largo del tiempo con todas aquellas personas y circunstancias que marcaban algo en ti, y de lo cual podías desprenderte con facilidad cuando alguno de esos componentes de la mezcla se perdiese o apagase.

Ahora entiendo que va mucho más allá de eso.

Que puede existir el compromiso sin la empatía, y también los vínculos.

Que para algunas personas los sentimientos y el compromiso no siempre van de la mano.

Es complejo, ¿eh?

Y si a eso le sumas nuestra complejidad, apaga y vámonos.

A día de hoy siento que el mío, quizás, sea más fuerte que nunca.

Con mi familia. Con mis amistades. Con el trabajo. Pero sobre todo conmigo misma.

Me he dado cuenta de que había dejado un poco en un segundo plano el compromiso conmigo misma. Eso de prometerme cosas y cumplirlas todas. Lo de cuidarme y cuidar mi alma pase lo que pase, sin excepción. Decidir qué quiero y qué no pensando única y exclusivamente en mí llegado el momento.

Pero no podemos confundir tener compromiso con hacer las cosas por compromiso. Son completamente distintas. Y lo triste es que muchas veces hacemos las cosas por compromiso olvidando que existe de verdad, que tú en su día lo creaste, y yo también.

Estoy segura de que todos conocemos la sensación de saber que alguien ha dicho o hecho algo solo por compromiso. Y qué fea e incómoda, ¿eh?

Se nota cuándo las cosas nacen y cuándo no.

Por ejemplo, piensa en una persona que te importe mucho. Pregúntate cuál es tu nivel de compromiso con esa persona, hasta dónde estarías dispuesto a llegar por ella.

Ahora pregúntate cuál es el suyo y hasta dónde llegaría ella.

Aquí es donde me detengo: el compromiso no es algo que se hable tomando un café. Nunca suele ser un tema de conversación entre dos personas que tienen una relación, sea la que sea. No es algo que recordemos a diario. Es algo que se da por hecho que existe porque hay un vínculo, y poco más. Como si no hubiera que cuidarlo, ni regarlo. Como si con existir fuese suficiente.

¿Cuántas cosas perdemos a lo largo de nuestra vida por dar por hecho?

¿Cuántas personas?

¿De verdad podemos deshacernos de un compromiso cómo y cuándo queramos, sin importar con lo que arrase?

Luego vienen las hostias emocionales. Con la palma entera abierta.

Y luego, las tornas cambian, una posibilidad que nunca barajamos y que, al final, es lo que acaba pasando en la mayoría de las ocasiones.

-Así somos. Estamos mal hechos- me repito últimamente con más frecuencia de la que me gustaría.

Al saco de la empatía, vínculo y sentimientos le sumo tacto, raciocinio, coraje y valentía.

Porque hay que ser valiente para darle al compromiso el lugar que merece y hay que tener coraje para, llegado el momento, romperlos como se debe.

Ahora cambiamos de ámbito. Hablemos de las redes sociales, tan presente en la vida de todos.

Desde hace varios años uso casi diariamente Instagram. Antes de escribir aquí, lo hacía allí y, aunque en menor medida, lo sigo haciendo.

Es cierto que mi contenido ha ido cambiando y que a lo largo de estos años atrás ha habido rachas en las que no he dedicado ni un segundo a cuidarlo y otras en las que me he vuelto loca pensando cómo hacerlo.

Instagram ha sido para mí la forma de llegar a muchos de vosotros. La mejor vía para mostrar lo que escribo.

Al principio seguía a casi todo el mundo que me siguiera, por la novedad. Estoy hablando de ocho años atrás.

Luego decidí seguir solo a gente que conociera o personas que pudiesen compartir un contenido interesante, sobre todo de fotografía y cuentas literarias.

Llegó un momento en el que lo de “seguir a gente que conociera” se convirtió en un “seguir a gente que conozca y que tenerla en Instagram me aporte algo”.

¿Os habéis parado a pensar en cuántas personas tenéis en redes que creéis conocer pero que, en verdad, no ocupan ningún lugar en vuestra vida?

Amigos de amigos de amigos. Aquel chico con el que te miraste en una discoteca hace 10 años y que luego te vio por la calle, reconoció tu pelo y empezó a seguirte. Esa chica con la que curraste solo un día.

Y, claro, está feo que tú no lo hagas.

Qué van a pensar de ti.

No joder, no, las cosas no deberían ser así.

Y cuando crees que controlas a todo el mundo que habita en tus redes te das cuenta de que te han dejado de seguir porque te escribieron dos veces y tú lo dejaste en visto.

Que después de la cuarta reacción a una historia sin contestar, lo próximo que te encuentras es un “¿te pasa algo conmigo?”

O que el hecho de que empieces a seguir a un tío ya le dé derecho a decirte lo bien que te sienta esa ropa.

Son solo ejemplos.

Lo peor de esto es que reconozco que yo sí he generado un compromiso en cierto modo con esta red social.

Y vínculos impalpables también.

No me pesa no contestar a una reacción de una foto mía, me pesa no hacerlo a quien me escribe para decirme algo acerca de esas letras que suelen contener casi todas mis publicaciones.

Y supongo que tampoco me debería pesar, que a muchas de esas personas no llegaré a conocerlas nunca y que, a grandes rasgos, ni me deben nada ni les debo nada. Pero sí, sí que les debo, sí que os lo debo.

Podría estar tres columnas hablando de esto, pero aún no me ha tocado el ‘Euromillón’ y me tengo que ir a trabajar.

Porfa, no nos enfademos si nos dejan un audio sin oír. Si es importante, insiste.

No nos molestemos porque nos dejen en visto ni nos creamos con el derecho a recriminarlo; asegurémonos de que lo que estamos transmitiendo merece de verdad una respuesta.

No midamos la importancia de las relaciones por lo que interactuemos en redes. Solo mostramos una mínima parte de nosotros en ellas.

Devuelve ese abrazo a quien vive contigo. Recuérdale que mientras exista el respeto existirá el compromiso.

Riégalo, y riégate.

Con lo bonito que es hacer las cosas de corazón…







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