Antes de los años terribles, la nueva novela de Víctor del Árbol

Víctor del Árbol
Víctor del Árbol, autor del libro | Foto: Europa Press
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Todos estamos rotos por algún sitio. Divorcios. Enfermedades. Sueños frustrados. Despedidas. A todos nos han quitado algo. Es complicado encontrar a una persona intacta, la mayoría somos el hombre y la mujer después del robo, personas que, tras mucho tiempo —con suerte— comprenden que su camino ha sido buscar el camino. La forma de sobrevivir al después. La manera de levantarse cada día tras haber adquirido la condición de víctima. Entonces Víctor del Árbol, en su línea, lanza una bomba y lo dinamita todo. Lo deja claro desde la primera página: lo que sujetamos no es un libro, es un muro que ha brotado a nuestra espalda y nos impide seguir huyendo. Porque en algún momento hay que dejar de ser la medusa que alguien ha arrojado sobre la arena seca. Dejar de huir. Con Antes de los años terribles, ese momento ha llegado.

En este autor se unen el químico y el alquimista. El astrónomo y el astrólogo. No es un investigador frío sino una fuente de alivio, de indulgencia. La caricia que toda víctima necesita para entender que no fue su culpa pero, a la vez, el impulso para dejar de serlo. Ser el damnificado también tiene su parte buena, Víctor del Árbol nos la muestra en toda su obra: hace que no asumamos la responsabilidad de nuestras vidas pues estamos incapacitados por aquello que sucedió. Siempre tendremos una excusa. Pero el precio que se paga a cambio de este deshago es muy alto, excesivo. Por fortuna, ahora contamos con Isaías Yoweri, protagonista de Antes de los años terribles, una víctima que bien podría ser todas las víctimas. Unas, en concreto, muy especiales: los niños a quienes les han robado la infancia. Y, a través de él, Víctor del Árbol les devuelve a todos lo más importante que les arrebataron: la dignidad, ese respeto que todos habríamos de sentir por nosotros mismos cada vez que nos miramos al espejo. Esa sensación de ser hombres y mujeres y no algo borroso, a medio hacer. Isaías Yoweri ha vencido al ladrón, y, de su mano, nos ayuda a que también nosotros lo hagamos. ¿Cómo? Siendo un honorable superviviente. Pero no por seguir vivo a pesar de todo, si no por querer seguir viviendo.

Isaías vive en Barcelona con Lucía y se dedica a restaurar bicicletas. Enmanuel y todo lo que representa reaparece de repente solicitando su participación en un encuentro sobre la reconciliación histórica de Uganda, su país. Aceptar implica volver junto al niño que fue, mirarlo a los ojos, perdonarlo. Y es que la mayor habilidad del ladrón consiste en convencernos de que somos los culpables de lo que quiera que haya sucedido. Hemos sido niños malos y lo seguiremos creyendo en la edad adulta. Por eso desconfiaremos de cualquier forma de amor que se acerque a nosotros: no la merecemos, hay trampa. Lucía lo ama porque no sabe que está ante un niño soldado, desconoce las cosas horribles que ha hecho, nadie puede amar a un monstruo. Pero Isaías vuelve. Porque ama la vida aun sin ser consciente de ello. Porque la prueba de que ha vencido a su ladrón es que no deja de fascinarse por el milagro de vivir. Porque quiere ocupar activamente la parte que le corresponde dentro de ese regalo que es el mundo. Y para ello ha de liberarse de una vez por todas de ese dolor que es como un bicho acoplado a su ropa y que, por mucho que sacude, no consigue expulsar. Isaías tiene miedo, por supuesto. Ni siquiera es consciente de su proeza, de lo valiente que está siendo al emprender el viaje del salmón. Nadie piensa que es un héroe mientras se está comportando como tal. Pero Isaías, y ahí su grandeza, su triunfo, no quiere vivir. Quiere estar vivo.

Cuando un autor genera tal nivel de ilusión cada vez que anuncia una nueva novela, es difícil que las expectativas se cumplan, pero, con Antes de los años terribles, una vez más, las ha desbordado. De hecho, ha ido mucho más allá de lo que cualquiera esperaría. Por desgracia, el mundo está lleno de personas que se asemejan a un refresco que ha perdido el gas, pero Víctor del Árbol es responsable de que esa cifra, a día de hoy, sea inferior a la que era antes de su literatura. Una literatura que ha ayudado a muchos a recuperar la dignidad que un ladrón se llevó algún día.







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