Un título para la columna

donut
Los timbits se elaboran con masa procedente del agujero del propio donut | Foto: Remitida
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Llevo una extensa minutada realizándome una sola pregunta. '¿Qué título le pondrías a una columna que trata sobre la vida de un granadino en Madrid?' No será por tópicos. Podría utilizar aquello del 'me renta', pero quizás el título podría llevar a confusiones con la temida campaña de Hacienda tan próxima.

O lo del 'Madrid nunca duerme'. No sería este un comienzo muy veraz. En la capital se descansa más de lo que se piensa. Salvo que cometas la temeridad de intentar entrar a la ciudad por carretera a última hora del Domingo de Resurrección, en vísperas de la vuelta al curro. Errores de un novato que va camino de los nueve años en los Madriles.

También se me había ocurrido 'doce uvas desde Sol'. Pero lo he descartado, no vaya a pensar el respetable lector que he venido a reírme de él. ¿Sabíais que la tradición de las doce uvas la iniciaron los madrileños para burlarse de los burgueses que se atiborraban de uvas y de champagne? Al menos eso me contaron en uno de estos friturs a los que de vez en cuando me apunto como un turista más.

¿Y 'bocatas de calamares'? Me niego rotundamente. Porque seamos francos; que una barra de pan con moluscos dentro sea el emblema gastronómico de esta ciudad no tiene ni patas ni cabeza. No solo por eso del 'aquí no hay playa'. ¿De verdad era necesario juntar pan con rebozados? No debió escuchar el inventor aquello que decían de las comidas de tontos.

Hablando de comida, ¡creo que ya lo tengo! 'Desde el agujero del donut'. Ya sé lo que estáis pensando. No podía haber seleccionado un tópico más manido. Pero lo cierto es que me encaja a la perfección. Y os quiero contar el porqué, a riesgo de que la selección del nombre de la presente columna monopolice mi primer artículo.

Hará ya un lustro desde que mi cadena canadiense favorita llegó a Madrid. Tim Hortons se llama. Podría dedicarme ahora a hablar de mi estancia en Canadá durante el verano del 17. Un país particularmente bello, pero que tiene la mala suerte de ser 'el vecino de Estados Unidos'. Ya sabéis, como cuando te hablan de 'la novia de'. Aunque esa novia se llame Shakira y tenga más galardones que Leo Messi.

Pero bueno, volviendo a lo que quería contaros. Hay tres cosas que me encantan de Tim Hortons. La primera, que me recuerda al vecino de lo que algunos llaman 'América', a secas. La segunda, que me dan un café gratis cada semana por rellenar una encuesta. Tengo curiosidad por saber si soy el único que rellena los formularios semana sí, semana también… Por último, que no menos importante, los timbits.

¿Qué son los timbits? Curioso concepto este. Por cierto, ¡que aparece hasta en Wikipedia! En resumen, se trata de mini donuts que se obtienen de la masa procedente… ¡del agujero del propio donut! ¿Parece simple, no? Pues no se le había ocurrido a nadie hasta 1976. Aunque bueno, teniendo en cuenta que la fregona se inventó doce años antes, tampoco está mal.

Estos pequeños manjares (mucho más deliciosos que un bocata de calamares, por cierto), llevan dentro distinto sabores. Aunque bueno, tampoco es algo muy novedoso. Si ya hay donuts hasta con frambuesa dentro, ¿por qué iba a ser distinto su agujero? El caso es que los timbits, además de acompañar exquisitamente a mi café semanal gratuito, le han dado sentido a lo que para mí antes era un vacío inexplicable en medio de los roscos.

Y ahora volvemos a Madrid. Definida como el 'agujero del donut' por muchos de los habitantes del resto de plazas españolas. Supongo que, de forma despectiva, como sugiriendo que Madrid es la nada, mientras que la verdadera dulzura se encuentra en Andalucía, en Valencia, en Aragón, etecé, etecé. Lo cual no es cierto.

Sí que es cierto que fuera de Madrid encontramos ciudades exquisitas. Y aquí quiero hacer especial mención a mi Granada natal. Que a estas alturas alguno podría pensar que vengo a hacer una defensa de los madrileños, al más puro estilo ayusero. Pero lo cierto es que soy mitad granadino y mitad madrileño. Es decir, madrileño de padrón y granadino de corazón. Y con un acento en tierra de nadie. Demasiado ‘pijo’ de Despeñaperros para abajo. Muy ‘cerrao’ para los gatos.

Pero, volviendo al asunto, Madrid no es para nada ese agujero sociocultural (porque económico es evidente que no) que algunos pintan. Es, más bien, aquello de lo que hablaba antes. Un timbit. Con la misma masa que el donut que le rodea. Y por masa me refiero a su gente. Entendiendo la masa como el pastel, claro está. Que cuando uno junta los términos ‘masa’ y ‘gente’, corre el riesgo de que lo tilden de marxista.

Porque en Madrid puedes encontrarte con todo y con todos, salvo dos cosas. Con tu ex, según Ayuso. Y, esto último lo digo yo, con madrileños de los que llaman castizos. Entendiéndose como madrileños a las personas nacidas en la capital.

Debe ser por el efecto de la capitalidad (porque por los bocatas de calamares lo dudo) que Madrid está llena de forasteros procedentes de los bordes del rosco. Especialmente, me atrevería a decir, de mi querida región andaluza. Y no lo digo por el atasco sufrido al regresar en Semana Santa. Que eso también es síntoma, pero no tanto como escuchar nuestro dialecto, día sí y día también, cuando paseo por Castellana o por la Plaza Mayor.

Seguramente aquí sea donde radica la riqueza de mi segunda tierra. En la variedad y multiculturalidad de sus gentes. Madrid es la ciudad de los mil acentos. Españoles y extranjeros, especialmente procedentes de Latinoamérica. Uno pudiera pensar que esto es una obviedad, pero realmente no alcanzas a cuantificar esta mezcolanza hasta que pisas los Madriles.

Así que hasta aquí la explicación de por qué he elegido el tópico más manido para titular mi columna. Aclaración con la que he monopolizado este post. No se me puede decir que no avisara con antelación. A todo esto, no me he presentado. Me llamo (bueno, me llaman) Javi y tengo casi (cómo me gusta esto del ‘casi’) 25 años. Estoy, por tanto, a medias entre los 20 y los 30, al igual que estoy a medias entre Granada y Madrid. Eso sí, vivo y escribo “desde el agujero del donut”. O desde el timbit, como a mí me gusta llamarlo.







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