Entre un 5 y un 10 por ciento de personas que sufren la pérdida de un ser querido necesitan tratamiento psicológico

Francisco Cruz, catedrático de Psicología de la UGR, cree que la “cultura occidental no nos educa para afrontar la muerte” y advierte de los efectos de no superar el lance

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Francisco Cruz, catedrático de Psicología de la UGR | Foto: Gabinete
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Vivimos en una sociedad donde no existe una educación cotidiana sobre la muerte. La cultura occidental la niega y no prepara a sus ciudadanos para afrontar la pérdida de personas amadas, lo que hace que seamos muy vulnerables desde el punto de vista psicológico. No se nos educa para la muerte. No obstante, existen fechas en el calendario -el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) o el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre)- para rememorar a los seres queridos que ya no están en este mundo. Recordarlos es un proceso normal que, incluso, es necesario que se produzca. Sin embargo, entre un 5 y un 10 por ciento de las personas que sufren la pérdida de un familiar hacen lo que se llama un duelo complicado o patológico y necesitan ponerse en manos de un profesional para recibir tratamiento psicológico. Los datos los ofrece Francisco Cruz Quintana, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada, del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, y miembro del Colegio de Psicología de Andalucía Oriental (Copao), quien advierte del peligro que supone no superar el trance y los trastornos que ello puede acarrear. El profesor Cruz considera que el Colegio de Psicología tiene que hacer una labor educativa en estas temáticas para que la salud de la gente sea mucho mejor.

“Hay muchas maneras de afrontar la pérdida de un ser querido”, afirma. “Depende de una serie de situaciones y también de las personas. No existe un duelo igual a otro, ya que hay factores que influyen como el motivo de la muerte, si ha sido tras una enfermedad larga o crónica o, por el contrario, ha sido repentina, inesperada o en circunstancias traumáticas (suicidio, asesinato), pérdidas múltiples, pérdidas inciertas (no aparece el cadáver). Estas últimas tienen muchos más efectos negativos a nivel emocional y pueden producir más sintomatología que si la persona previamente ya está anticipando que se va a producir el fallecimiento, por ejemplo, tras acompañar a alguien en un proceso de fin de vida”, arguye.

Otro factor importante, según Francisco Cruz, es la edad ya que “es diferente si se trata de un niño o de un adulto. No se vive de la misma manera la pérdida, sobre todo, si ese niño es un hijo. La muerte que tiene unos efectos más devastadores emocionalmente para las personas es la de un hijo. Y, después, también la de un cónyuge”.

Y hay una tercera circunstancia que afecta, “que es cultural. Dependiendo de en qué cultura estemos las personas afrontan de una manera u otra la pérdida, aunque ésta siempre conlleva sufrimiento. Pero dependiendo de cómo trate la muerte la cultura en la que vivimos las personas tendrán más o menos recursos para afrontar la pérdida”.

Cómo afrontar el duelo
Y, ¿cómo se afronta el duelo? El catedrático entiende que, dependiendo de las cuestiones anteriores, “se inicia un proceso de elaboración de una pérdida 'normal', aunque eso genere sufrimiento -porque perder a alguien que se ama siempre genera sufrimiento- o bien se puede generar un duelo que llamamos complicado, complejo o patológico. Está claro que es más fácil que se desarrolle un duelo complicado por el fallecimiento de un hijo que cuando tenemos un proceso de anticipación del duelo tras un periodo de una enfermedad de larga duración”.

No obstante, el profesor Cruz explica que “el duelo es un proceso normal y es necesario que se produzca. Implica varias cosas como aceptar la muerte de esa persona y aprender a vivir sin ella, y elaborar las emociones que están ligadas a esa relación, que pueden ser tristeza, ira, rabia... Además, son cambiantes. Por último, se tiene que seguir viviendo elaborando un buen recuerdo del fallecido, es decir, que se siga amándolo, pero sin que el dolor impida vivir y establecer nuevas relaciones”.

“En esas tareas del duelo a veces hay resignación, pero no es una buena resolución del duelo”, alega Francisco Cruz. “Es bueno aceptar la pérdida, no resignarse. Es aceptar que se ha ido, que no va a volver más, que hay un sufrimiento añadido porque han estado juntos durante mucho tiempo, y que ha formado parte de su vida y ahora tiene que vivir sin esa relación, pero con un buen recuerdo. La resignación está asociada muchas veces a duelo patológicos y a no aceptar la pérdida”.

Una cultura que niega la muerte
Uno de los problemas que ve el catedrático de la UGR para aceptar la muerte es la cultura. “La occidental, en general, es una cultura que niega la muerte. Es un tabú, algo de lo que no es conveniente hablar, que se oculta... Una cultura que no prepara a sus ciudadanos para afrontar las pérdidas, es una cultura que hace que seamos muy vulnerables psicológicamente, porque no se nos educa para la muerte, en las escuelas no se hablan de estos temas, están siempre apartados. Y cuando no se tienen recursos para afrontar las pérdidas que a lo largo de la vida se van produciendo se es muy vulnerable psicológicamente”.

Mientras que la mayoría de las personas son resilientes y superan el proceso de duelo de una manera normal, e incluso salen fortalecidos de esa experiencia y siguen con su vida adelante, esa vulnerabilidad psicológica hace que entre un 5 y un 10 por ciento de las personas hagan un duelo complicado o patológico por diferentes causas. “Deberían ponerse en manos de un profesional porque son personas que se quedan estancadas en la ira o en la experiencia traumática y necesitan el tratamiento de esa problemática emocional con un profesional de la psicología que esté preparado para trabajar con estos procesos, porque son complejos emocionalmente hablando. No vale cualquier profesional. La formación es fundamental. Tiene que ser abordado por profesionales de la psicología que estén preparados para la evaluación e intervención en procesos de fin de vida, pérdidas y duelo", explica.

Posibles consecuencias
Un duelo patológico tiene consecuencias para la salud de las personas. Para Cruz, “hay una amplia gama de efectos que tiene el duelo patológico, como síntomas o trastornos de tipo somático, desde infartos hasta cualquier enfermedad de tipo inmune o que afecte directamente a los mecanismos de regulación del estrés. Por otro lado, se puede desarrollar lo que se denomina un trastorno por estrés postraumático. Es cuando vemos, por ejemplo, a padres que, por el fallecimiento de un hijo, se estancan y no superan esa pérdida. Y también puede cursar con depresión. En un duelo normal la tristeza es necesaria, como sentimiento. Pero lo que no es lógico que se produzca es una depresión, que interrumpe la vida cotidiana: las personas dejan de trabajar, tienen insomnio, se vuelven apáticas, dejan de comer, etc. Y enfermedades somáticas de todo tipo. Hay que tener en cuenta que las personas pueden desarrollar también comportamientos evitativos como consumir alcohol en exceso o drogas, sobre todo, en los primeros momentos”.

Otra ‘consecuencia’ es la gente que acude a medios como el espiritismo con la esperanza de tener un último contacto con el ser querido perdido, algo que el catedrático de la UGR califica como “tema delicado, ya que, en el primer tiempo del duelo, las personas tienen posiciones muy extremas. Hay gente que, de la misma manera que acude al sacerdote, va en busca del espiritismo o de la ouija; es algo bastante habitual que se produzca. Pero otra cosa es que se estanquen en este tipo de comportamientos. Cuando eso sucede es que no se acepta la pérdida de la persona que se ha ido y estaríamos ante un elemento que está señalando un duelo patológico”.

Visitas al cementerio el Día de Todos los Santos
En cuanto a lo aconsejable o no de la tradicional visita al cementerio en estos días, Francisco Cruz afirma que “las personas que deseen realizar esa visita, que la hagan. Y las que no deseen hacerlo, que no la hagan. Que exista un día dedicado a los difuntos, donde las personas rememoran y dedican un tiempo a los que se han ido, es un mecanismo social y simbólico importante para toda la sociedad, pero a nivel individual es decisión personal. En todas las culturas hay un día dedicado a esta cuestión, pero adolecemos de una preparación cotidiana para afrontar la muerte y las pérdidas. Vivimos en una sociedad del perfeccionismo, del consumo, de la juventud como valor eterno, de no detenerse en elaborar el sufrimiento particular cuando tienes una experiencia que te incomoda o te pone frente a un dolor fuerte. Nuestra cultura es de consumo rápido. Por tanto, la muerte es un problema de detenerse y pensar en ella. El problema no es tener un Día de los Difuntos, por lo menos se reflexiona sobre ello ese día. Lo importante es hacer una educación cotidiana sobre estas temáticas en la población. Estamos bastante desprotegidos en ese sentido".







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