¿Por qué negar la violencia contra las mujeres?

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Manifestación por el 8M en Granada | Foto: Eva Sola / Archivo GD
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La rapidez con la que pasan delante de nuestros ojos informaciones y acontecimientos poco ayuda a la necesaria reflexión sobre los mismos. Algo que hoy nos sorprende, mañana, si acaso, se habrá convertido en recuerdo. Lo que hoy nos conmueve puede llegar a normalizarse en apenas unos días. El trazo grueso de muchos comentarios, leídos u oídos, se desliza sobre la superficie de los hechos mientras corrientes de fondo, a veces imperceptibles, van conformando ideas, modos de estar y valores que precisarían de mayor atención y reflexión.

Comprendo que nuestra mirada se dirija hoy al horror de la guerra que vive Ucrania, o que nuestra preocupación más inmediata esté en el precio de la gasolina o de la electricidad. Todo ello nos conmueve, nos afecta, nos interpela, precisa ser comentado y exige soluciones. Sin duda. Pero en medio de todo ello se deslizan declaraciones y posiciones de ciertos sectores ideológicos y políticos que van minando algunos de los pilares sobre los que hemos construido nuestras sociedades democráticas en el horizonte del estado del bienestar y de una sociedad más justa e igualitaria.

Podemos constatar cómo el deterioro y consiguiente desprestigio de lo público (sanidad, educación, Universidad, dependencia…) corre paralelo con procesos de privatización y con campañas contra los impuestos que lo sustentan, socavando el reequilibrio social, la igualdad de oportunidades y una redistribución más justa de los recursos. Y lo mismo sucede, de forma cada vez más insistente, con muchos derechos alcanzados por las mujeres en las últimas décadas. No es este un tema menor, como a veces se quiere hacer ver. Afecta al modelo de sociedad, a la vida de millones de mujeres, a nuestro posicionamiento ético como comunidad y a los propios derechos humanos.

En las últimas semanas hemos asistido a una escalada de declaraciones de dirigentes del Partido Popular que han hecho saltar las alarmas. Valgan algunas muestras. Feijóo ha insinuado que la violencia vicaria (maltrato o asesinato de un niño por parte de su padre para causar dolor a la madre) no es violencia machista; el consejero de Salud de la Junta de Andalucía ha afirmado que la “violencia intrafamiliar” es más representativa que la de género, y Mañueco, candidato a la presidencia de Castilla y León, pactaba con Vox aprobar una ley de violencia intrafamiliar para cerrar un acuerdo de gobierno.

La coincidencia de todas estas proclamas no es mera casualidad. Enmascarar o negar la violencia contra las mujeres es una de las monedas de cambio exigidas por el grupo de ultraderecha para sostener los gobiernos mencionados o abrir vías a otros nuevos. Y se ha aceptado el trueque. Pero cambiar el concepto de violencia de género por violencia intrafamiliar ni es inocuo ni es un error de expresión.

La violencia de género, definida como tal por Naciones Unidas, está reconocida por este organismo como el crimen encubierto más preocupante del mundo. Violencia directa, estructural y simbólica que hunde sus raíces en la discriminación histórica de las mujeres y se sustenta en una construcción cultural patriarcal. Una violencia que puede producirse en cualquier espacio (casa, calle, lugar de trabajo…), que anula las posibilidades de autonomía, autoestima y desarrollo personal y social de las mujeres, que ataca su dignidad como personas, agrede sus cuerpos, cuando no termina con sus propias vidas. El concepto de violencia de género denuncia el modelo de sociedad patriarcal que la promueve e interpela los supuestos éticos y la conciencia de nuestras sociedades.

Cambiar violencia de género, o violencia machista, por la llamada violencia intrafamiliar solo pretende ocultar e invisibilizar esta realidad, negarla. La violencia intrafamiliar sitúa el lugar donde se produce un cierto tipo de violencia, pero no señala quien agrede ni por qué lo hace. Es algo que puede darse, se dice, en todas las direcciones, invisibilizando a las mujeres que, por el hecho de serlo, la sufren mayoritariamente. Todo queda, como tradicionalmente ha sido, en un asunto privado. Este nuevo negacionismo, esta nueva ceremonia de la confusión, lleva a no reconocer la realidad, a no examinarla y, por ende, a no modificarla. Todo queda igual, “como siempre fue”.

Volvemos a la necesidad de la reflexión profunda, argumentada y rigurosa. Los Estudios de las Mujeres llevan décadas desentrañando los mecanismos de la violencia contra las mujeres y sus consecuencias, y han posibilitado herramientas para su prevención y mecanismos para la protección de las víctimas. Por eso no podemos dejar pasar declaraciones y políticas que nos retrotraen a tiempos de oscuridad y silencio para las mujeres.

Hoy, cuando añoramos y pedimos paz, volvemos a señalar bien alto que actuar contra la violencia de género también es contribuir a crear sociedades en paz.







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