Personas con su vida al límite: el coste invisible del estrés laboral

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El bienestar en el trabajo no es un lujo, es un derecho | Foto: EP
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El bienestar en el trabajo no es un lujo, es un derecho. Personas a las que el trabajo deja de ser fuente de realización y se convierte en amenaza. El trabajo dignifica, reza el dicho. Pero para muchas personas hoy el trabajo se ha convertido en una fuente constante de ansiedad, cansancio, insomnio, irritabilidad, disminución en la capacidad de concentración, agotamiento y frustración.

El estrés laboral, relacionado con el propio trabajo, no es solo un malestar pasajero: es un problema de salud pública que afecta el bienestar físico y emocional de millones de trabajadores, y que va dejando huellas profundas y, a menudo, silenciosas. Se refiere a una condición crónica. Se puede manejar entendiendo cuáles son las condiciones estresantes en el trabajo y tomando medidas para remediar esas condiciones.

Las jornadas interminables, la presión por los resultados, el miedo a perder el empleo, la competitividad desmedida, la falta de reconocimiento o la sobrecarga de tareas son algunas de las causas más comunes de un fenómeno que, aunque normalizado, tiene consecuencias devastadoras. Las personas afectadas no siempre lo exteriorizan, pero lo viven cada día: palpitaciones, tensión muscular, fatiga persistente, dificultades para concentrarse, cambios en el estado de ánimo y, en los casos más graves, ansiedad generalizada, depresión o trastornos del sueño.

Los sentimientos y emociones negativos terminan superando y dominando a los positivos y pueden desencadenar signos y alteraciones como:

Emocionales: ansiedad, agresión, apatía, aburrimiento, depresión, fatiga, sentimiento de culpa, vergüenza, irritabilidad, mal genio, tristeza, baja autoestima, tensión, nerviosismo y sensación de soledad.
• En el pensamiento: incapacidad para tomar decisiones, para concentrarse, olvidos frecuentes, hipersensibilidad a la crítica, bloqueos mentales…
• En el comportamiento: predisposición a accidentes, consumo de drogas, explosiones emocionales, comer, beber o fumar en exceso, falta de apetito, excitabilidad, conductas impulsivas, alteraciones en el habla, risas nerviosas, incapacidad de descansar y temblores.
• En el trabajo: absentismo, relaciones laborales pobres, altas tasas de cambio de trabajo, mal clima en la organización, antagonismo con el trabajo, falta de satisfacción con el desempeño del empleo y mala productividad.

A esto se suman realidades que agravan el problema: la hiperconectividad, que impide desconectar fuera del horario laboral; el teletrabajo, que ha borrado aún más la frontera entre la vida personal y la profesional; y una cultura que a menudo premia el sacrificio por encima del equilibrio. Muchas personas sienten que no pueden parar, que si lo hacen serán reemplazadas o perderán oportunidades. El miedo se convierte en rutina.

Este tipo de estrés afecta directamente a la calidad de vida de aquellos que lo sufren, llegando a ser en muchas ocasiones motivo de baja laboral. Y es que, actualmente, la esfera laboral incide en todas las demás parcelas de la persona: la psicológica, relacional, personal, económica y hasta en el estado físico.

Los agentes estresores en el ámbito laboral son:
• El exceso o la falta de traba.
• Plazos de trabajo insuficientes para completar los proyectos de forma satisfactoria, tanto de cara a los demás como a nosotros mismos.
• Ausencia de una descripción clara del puesto de trabajo o de la cadena de mando.
• Falta de reconocimiento o recompensa después de haber tenido un buen rendimiento laboral.
• No disponer de la oportunidad de expresar las quejas.
• Tener responsabilidades múltiples, pero no la autoridad o capacidad para tomar decisiones.
• Estar rodeado de superiores, compañeros o subordinados que no cooperan ni apoyan.
• No tener control sobre el resultado del trabajo o poca satisfacción con el producto terminado.
• Poca estabilidad laboral o inseguridad acerca del mantenimiento del puesto.
• Estar expuesto a prejuicios por edad, sexo, raza, origen étnico o religión.
• Estar expuesto a violencia, amenazas o intimidaciones.
• Trabajar en condiciones físicamente desagradables o peligrosas.
• No disponer de la oportunidad de mostrar el talento o las capacidades personales.
• Que los pequeños errores o distracciones puedan tener consecuencias serias o incluso desastrosas.

Además, el estrés no se queda en el cuerpo de quien lo sufre. Se cuela en su entorno: en su familia, en sus relaciones, en su capacidad para disfrutar del tiempo libre. Hay quienes arrastran su malestar en silencio durante años, hasta que un día el cuerpo dice basta: a través de una baja médica, una crisis emocional o una enfermedad física relacionada con el desgaste crónico.

Pero el estrés laboral no es solo un asunto individual. Es también una responsabilidad colectiva. Las organizaciones que promueven ambientes tóxicos, que castigan el error en lugar de aprender de él, que ignoran la necesidad de conciliación o que no escuchan a sus empleados, son parte del problema. Y también deben ser parte de la solución.

Hablar de salud laboral es hablar de prevención, de cultura organizacional, de liderazgo humano y de poner límites al modelo de productividad sin descanso. Significa también fomentar espacios de escucha, ofrecer apoyo psicológico, valorar el tiempo libre y garantizar condiciones laborales dignas y justas.

El estrés laboral no debe normalizarse. Detrás de cada persona que sufre sus efectos hay una historia de esfuerzo, de expectativas truncadas, de límites sobrepasados. Y también hay un llamado urgente a repensar cómo queremos trabajar y vivir. Porque ningún empleo vale la salud. Porque ninguna productividad puede construirse sobre el agotamiento de las personas.







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