¡Qué noche la de aquel día!

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Pub de Cracovia en la que el autor vivió la final de la Champions entre Real Madrid y el Borussia de Dortmund | Foto: Juan Carlos Uribe
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Mi querido amigo Miguel, coordinador de redacción de este diario desde el cual les doy la lata a ustedes cada quince días, es un gran tipo. Un profesional hasta la médula que vive su profesión con pasión. Abnegado, entregado, vital, con la fuerza, el empuje y las ideas que le dan su juventud. Con capacidad organizativa y una visión de la vida alegre, pero a la vez templada. Como les digo, todo un señor profesional en un cuerpo joven. A su perfil personal y profesional no se le podría poner un “pero” a no ser por algo que mancha sus intachables referencias, es del Barsa.

Este que les escribe, sin ser un fanático ni ultra, sí que es cierto que vive las victorias madridistas con desmesurada alegría en sus citas importantes. Aun a riesgo de perder a una buena parte de mis lectores, les diré que a mí me gusta que pierda el Barsa hasta cuando entrena o en partidos amistosos.

Unos días antes de que se celebrara la final de la Champions League, la final de la Copa de Europa de toda la vida de futbol, mi querido Miguel y yo quedamos una tarde a echar un saludable ratito de charla frente a unas cervezas y, cómo no, salió el tema de la final europea.

Le comenté que este año la iba a vivir de manera especial. Por circunstancias y por deseo propio ese día y esa final, que jugaba el Real Madrid contra el Borussia de Dortmund alemán, la iba a ver en un pub de Cracovia en Polonia. Los que conocemos el lugar le llamamos “La Cabaña”, pero no porque ese sea su nombre sino porque para nosotros los españoles es más sencillo llamarlo así y además se asemeja mucho a una cabaña de madera. Tiene sus parrillas en el exterior y un ambiente muy acogedor en el interior.

Lo dicho, cuando se lo dije a mi buen amigo Miguel, me comentó, en un momento de clara visión, que aquello estaba muy cerca de Alemania y que posiblemente habría mucha hinchada de aquel país animando al equipo alemán. Si a todo eso le añadimos que anteriormente le había comentado que iría pertrechado con una camiseta del Real Madrid y una bandera de España a modo de capa de Superman, la cara entre sorpresa y risa de mi amigo era digna de recordar.

Le comenté que escribiría algo sobre toda esta experiencia y este es el momento.

Como chaval de 15 años, me coloqué con orgullo mi camiseta del Real Madrid y me encaminé desde el hotel al pub junto al río Vístula en Cracovia. La bandera de España la llevaba guardada. Tenía claro que si se ganaba la final la sacaría con orgullo junto a la camiseta del Madrid, pero de momento -pensé antes de llegar- vamos a dosificar el madridismo y el patriotismo.

Al llegar allí y entrar al mismo ya pude percibir que me hallaba en territorio hostil. Todos alemanes o polacos seguidores del Borussia. Luego pude saber, por fuentes muy fiables que, por alguna razón desconocida, la gran mayoría de los polacos sienten más inclinación por el Barsa que por el Madrid, así que la emoción, y además por partida doble, estaba servida.

Me acerqué a la barra a pedir mi primera cerveza y un par de salchichas para asarlas en las parrillas de fuera. Es curioso, el hecho de asar a la barbacoa las salchichas alemanas me pareció como un acto premonitorio de lo que podría ocurrir. Asaríamos a los germanos, como antes a sus salchichas, en el verde césped de Wembley.

Camino a la barra, me topé en una mesa con una sonriente señorita, joven, madre de dos niños de entre 5 y 7 años, que al verme con mi camiseta del Madrid me sonrío y me dijo: “No estás solo, ¡Hala Madrid!”. No era española, por su acento deduje que podría ser argentina o de algún país limítrofe. Le devolví el detalle con una abierta sonrisa. Los ánimos ya se iban caldeando y al ambiente empezaba a ser bonito. La proporción era de 90/10. Los seguidores madridistas estábamos en clara minoría.

Cuando empezó el gran partido, a cada ocasión fallida de los arios le seguía un revolverse en sus asientos a sus seguidores. Los centroeuropeos en general son menos expresivos y viscerales que los del sur a la hora de expresar su fervor. Sin embargo, cuando el Madrid erraba alguna de las poquísimas que tuvo en la primera parte, el que les escribe saltaba y gritaba como si hubiese marcado el equipo español. Pude observar como los lacónicos y sobrios hinchas del equipo alemán me miraban de reojo de manera seria. Solo lucieron un pequeñísimo torcimiento de la comisura de sus labios en forma de sonrisa cuando de repente solté un ¡Barsa, Barsa!

En ese momento comprendieron, creo yo, que, a pesar de ser madridista, por encima estaba el pasarlo bien, el cachondeo.

Al terminar la primera parte del partido, dominada por el equipo contrario, volvió cierta relajación a las mesas. Las cervezas iban cayendo al mismo tiempo que la confraternización con un grupo de unos 10 o 15 polacos, seguidores del Borussia, que se acercaron a nuestra mesa para que le acompañáramos en los cánticos de cumpleaños de uno de los componentes de su mesa.

En la segunda parte del partido todo cambió en el tema deportivo para mejor. El Madrid se hizo se hizo con las riendas del partido y les hizo a los alemanes dos goles que hicieron que me desbocara como caballo salvaje. Los seguidores alemanes, resignados y educados, solo acertaban a mirarme con cara de rendición y aceptación de nuestra superioridad. En un flash se dieron de bruces con la realidad, dándolo todo por perdido. Y así, fue. Terminó el partido y los sufridos e imperturbables alemanes de la mesa de al lado se marcharon felicitándome mientras los componentes de nuestra mesa gritábamos y saltábamos como locos.

En ese momento le tocó el turno a la bandera. Eché mano de ella, que la tenía guardada, y la lucí con orgullo. Madridista y español, y a mucha honra. Bendita y glorificada estampa la de la camiseta del Madrid y nuestra bandera rojigualda paseando las dos por Europa.

Terminamos la velada abrazándonos ya a los jóvenes polacos que celebraban el cumpleaños viendo el partido. Visiblemente perjudicados algunos de ellos por el alcohol y nosotros sobrados de emociones, pero justos aun de cervezas, terminamos por comentar el partido.

 - Real Madrid doesn´t play finals, it wins them (el Real Madrid no juega finales, las gana) -le dije a uno de ellos en un emocionado inglés y ya casi sin voz.

No le quedó otra que asentir. No recuerdo haber dado tantos abrazos en mi vida a gente desconocida.

Cuando nos marchamos de allí, ya muy tarde y con las calles de Cracovia casi desiertas, este que les escribe acabó paseando con su capa de Superman con los colores de España sobre la camiseta blanca a orillas del Vístula.

Y con respecto a los alemanes ¡qué les voy a decir! A los pocos días llega, para rematar la jugada, un chavalito murciano de 21 años recién cumplidos y le gana la final de Roland Garros a un compatriota suyo. Deben de estar todavía de luto nacional.

Miguel, fue un día emocionante y una noche inolvidable. Sé que en el fondo reconocerás ese gran mérito de la decimoquinta copa de Europa del Real Madrid y que disfrutaste tanto como yo del partido.

A España volvimos, de aquella batalla, sanos y salvos y sin un rasguño además de felices.

¡Qué noche la del aquel día!







Comentarios

2 comentarios en “¡Qué noche la de aquel día!

  1. 👍👍👍👍,enhorabuena aunque sea tarde.

    • Avatar for Ainoa Morano

      Luis Miguel (el filósofo granadino )

      Me encanta que lo pasara Vd. tan REQUETEBIEN espero yo ir a CRACOVIA ( Krákow en polaco ) y visitar esa cabaña que Vd. habla ( aunque no sea dia de fútbol ) por las BONITAS cervezas que veo por la barra según la foto que adjunta a su artículo.
      Siga con sus entretenidos artículos. ¡¡ GRACIAS !!