Los secretos de la finca de Motril que encandiló a los reyes de los belgas

Villa Astrida, en Playa Granada, fue la casa de vacaciones de Balduino y Fabiola de Bélgica desde 1967, así como el lugar en el que falleció el monarca

Los secretos de Villa Astrida, la casa de vacaciones de los reyes de los belgas en Motril - celiaperez (14)
Encantos de Villa Astrida | Foto y vídeo: Celia Pérez
Chema Ruiz España
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Es verano de 1968 y las olas rompen en Playa Granada impregnando de sal la brisa con sus salpicaduras. Como en cualquier otro año, salvo por el runrún que se escapa y recorre las calles de Motril cada vez que el mar quiebra. La atención de los vecinos se posa sobre una amplia finca que descansa entre cañas de azúcar junto al paseo marítimo. "Sabías que estaban los reyes porque había guardias civiles", recuerda Isabel Ferrer, ahora gerente de Villa Astrida, pero entonces una niña embargada por la expectación. En el interior, Balduino y Fabiola, monarcas de Bélgica, se olvidan del protocolo, se calzan las chanclas y, junto a sus sobrinos, viven la primera de las más de 30 vacaciones estivales que la familia pasó en la Costa Tropical. Casi sesenta años después, la vivienda casi pasa desapercibida para quienes transitan por allí a diario, pero tras el portón continúan guardados los secretos de su vida familiar. "Ahora, hemos abierto las puertas para que uno no tenga que ponerse de puntillas para saber qué pasa dentro", sonríe. 

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Decir que el rey Balduino se enamoró del lugar sería faltar a la verdad, pues su corazón perteneció hasta que dejó de latir a Fabiola de Mora y Aragón, con quien se casó en 1960. Pero también lo sería no aseverar que ese rinconcito de Motril les sedujo. Cuando lo conocieron, quedaron embelesados: a un lado, el mar rompiendo contra la orilla de Playa Granada; al otro, la mirada imponente de Sierra Nevada. Alrededor, un remanso de tranquilidad. "Por eso fue por lo que escogieron este lugar. Construyeron una parcela que tiene 27.000 metros cuadrados", aclara Carlota Valenzuela, voluntaria de comunicación en Villa Astrida, por donde deja volar su imaginación cuando camina por sus pasillos. "Me imagino quién se habrá sentado aquí o quién habrá dormido aquí", recorre la casa con la mirada. Porque los reyes de Bélgica acogieron allí a familiares, amigos y personalidades de todo el mundo.

"Villa Astrida fue desde la Navidad de 1967 la casa de vacaciones en Motril de los reyes de Bélgica Balduino y Fabiola. Era la vida de una familia que trabajaba. Un rey nunca deja de serlo, así que trabajaban 24 horas, siete días a la semana, pero aquí estaban alejados del protocolo. Era una vida familiar, sencilla, discreta y de encuentro con los demás, con la naturaleza y con las diferentes casas reales", detalla Isabel Ferrer. Allí, el monarca podía ser él mismo, sentarse a la brisa en el porche o, hamaca en mano, acercarse a la playa para darse un chapuzón. Siempre rodeado de sus sobrinos y con sus chanclas, que han quedado como un símbolo de la cercanía con que vivía. "Le gustaba subirse a mirar las estrellas en la azotea de la segunda planta", añade la gerente de la finca. Y rezar, rezar mucho. "Él era profundamente católico y practicante. Sus dos pilares eran la Virgen María y la Eucaristía", sostiene.

Tres espacios

Isabel conoce la finca como la palma de su mano. Al otro lado del muro que la delimita, tres espacios desde que fuera inaugurado el Memorial el año pasado, cita que motivó la visita del rey Felipe de Bélgica, sobrino de Balduino. Se trata de una sala que presenta al monarca y cuyas paredes narran su historia hasta que en 1993 falleció allí mismo de un infarto. La cuentan sus frases, las imágenes que la prensa captó durante los veranos que pasó en aquella extensa parcela de Motril, los vídeos caseros que grabó la propia familia, el mobiliario real que en algún momento ocupó la casa e, incluso, su bicicleta amarilla. La gerente de Villa Astrida se detiene de repente frente a una de las fechas que forman un eje cronológico en un vinilo en la habitación. 1935. "El fallecimiento de su madre en un accidente de tráfico le marcó profundamente. Era la princesa Astrid de Suecia. ¿Imagináis entonces de dónde viene el nombre de la vivienda?", sugiere con una mueca.

Es, sin embargo, el domicilio el lugar que realmente proyecta en el imaginario la vida de los reyes de los belgas en Motril, la intimidad que compartían con Naruhito o Farah Diba, entre otras personalidades. "Pasad a esta tierra sagrada de otro, bienvenidos a la casa, que no es mía ni es vuestra, pero creo que tiene que ser de acogida y encuentro con todos", hace girar las bisagras Isabel Ferrer. Los monarcas comenzaron a caminar por el vetusto pasillo que recibe a quien cruza la puerta en la Navidad de 1967. Todo sigue como entonces. El corredor bordea un luminoso patio central que deslumbra a la entrada, presidido por una fuente en el centro. A la derecha, la capilla, donde todos los días, a las 10:00 horas, un padre agustino recoleto acudía para celebrar misa, latente la fe de los reyes. Los pasos continúan haciendo camino por la vivienda hasta llegar al salón, que compone parte del núcleo de la vida en Villa Astrida.

"Cuenta con once habitaciones y muchas zonas comunes en las que la familia hacía su vida durante las vacaciones", describe Carlota Valenzuela las dos plantas, de mil metros cuadrados cada una, y la terraza que la componen. "La casa es típicamente granadina. Lámparas granadinas, espejo de taracea típica granadina, el patio, cerámica… La realidad de la casa era de Granada", señala Isabel hacia los azulejos de Fajalauza que decoran la vivienda. En el patio, columnas nazaríes, mesitas en las que jugaban los sobrinos de los reyes y que servían de pupitre cuando los monarcas impartían catequesis. "En este sofá de aquí -apunta la gerente de la finca-, Fabiola se la daba a las sobrinas y Balduino, a los sobrinos".

Clac, se abre la puerta frente al patio y la mirada se inunda de verde. El olfato, de salitre. El tercer espacio, "un jardín tropical con unas palmeras maravillosas", lo muestra Valenzuela. Un extenso manto de hierba que se extiende desde el porche en el que los reyes jugaban al ping-pong, en cuya superficie casi se esboza la planta de una iglesia, con una piscina al otro lado para quienes prefirieran evitar el agua salada. "Había una jaima que la llamaban la tienda del encuentro. Todo el que quería una sombrita o descansar entraba allí", relata Isabel. "Se la regaló el rey de Marruecos", puntualiza la encargada de la comunicación de la finca, mientras se dirigen hacia uno de los costados del porche.

Tan, tan, hacen sonar la campana que empleaban los monarcas para avisar de que la comida estaba lista. El sonido se abre paso casi hasta la playa, al igual que sucedió la noche del 31 de julio de 1993. Balduino de Bélgica, que había acudido tras la fiesta nacional belga, se había subido a la terraza para rezar, como solía hacer. Pero no escuchó el tañido. Sufrió un infarto y falleció, sentado en una silla de plástico que ahora se expone en el Memorial.

Abierta al público

Ahora, Villa Astrida, gestionada por la fundación INEIS, ha sido preparada y ordenada tal cual estaba cuando los monarcas pasaban en ella los veranos para desvelar sus secretos. "Es un espacio tanto para el turista que viene para conocer la que fue la casa de vacaciones de los reyes Balduino y Fabiola como para la persona que viene con un impulso de fe para conocer la vida espiritual de los reyes. También hay muchas empresas que celebran eventos aquí y disfrutan de este entorno que es único", precisa Carlota Valenzuela. Incluso, acoge una misa al mes abierta al público para "que siga mostrando realidades que ellos -los monarcas- tenían cuando estaban aquí", agrega Isabel Ferrer, quien subraya que el Memorial se puede visitar de miércoles a domingo de 10:00 a 14:00 horas y, a partir del 1 de julio, de martes a sábado en horario de 10:00 a 13:30 y de 19:30 a 21:00 horas. Con ellas también pretende rescatar los momentos de la vida real en Motril. "Para todos los que entramos, es un lugar especial y diferente", apostilla.

Galería de Villa Astrida