Menos mal que has llegado, 2022

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Imagen ilustrativa | Foto: Remitida
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Granada, 11 de enero de 2022
15:25 pm.

Estoy en casa, dejándome arropar por estas paredes que tanto me suponen.

Tengo la mano llena de los restos de los pintalabios que me he probado esta mañana en el mercadillo, un moño mal hecho y con algún rizo suelto que me cae encima de los ojos, pero que no llega a molestarme, y a Goku y Vegeta tumbados en el suelo, dormidos bajo el calor del sol que entra directamente al salón y hace de la tarima sus camas.

El estómago casi lleno con una tortilla buenísima que me he comido sin acompañamiento para dejarle hueco al trocito de tarta de la abuela que hice ayer.

Una lista de la compra a la derecha y un café casi frío a la izquierda.

Las risas de los últimos niños saliendo del colegio de fondo y a Kaleo, mi nuevo descubrimiento musical, sonando a través del Marshall que me regaló Pepe y que tantos momentos de goce y disfrute nos hace vivir; nuestros bailes mientras cocinamos, mis conciertos en la ducha, las veladas nocturnas en Ronda…

Acabo de alzar la vista y de ver escrito el 2022 y he sentido un pequeño escalofrío.

Esperaba su llegada con ansia, pero también con cautela; sin miedo, pero con respeto y, como ya he dicho alguna vez, con unas expectativas bastantes más bajas que otros años. Más bajas, pero también más realistas. Y más sanas.

Cómo pasa el tiempo y la de cosas que dejamos sin hacer y decir pensando que algún día lo recuperaremos.

Hace casi dos años desde que empezó la pandemia y, a veces, me siento como aquel mayo de 2020, cuando la incertidumbre ‘positiva’ que me acompañaba desde marzo dejó de serlo y empezó a cogerle el gusto a disfrazarse de angustia.

Porque, aunque la situación sea mejor que la de entonces, que es algo obvio e innegable, seguimos inmersos en esta pesadilla que, para algunos, se ha convertido en un circo.

La pandemia sigue haciendo daño, a la salud y a las relaciones.

La distancia entre personas que piensan distinto es cada vez más evidente.

La desidia, la frustración y el interés individual siguen reinando.

Y yo ya estoy harta.

Estoy harta de no verle el fin.

De que esta situación, a veces, parezca más una guerra que una pandemia.

Del afán, insisto, de algunas personas por politizarlo todo y crear bandos que no existirían si nuestra solidaridad individual hablara el mismo idioma.

Así que, volviendo a mis expectativas respecto al 2022, creo que las tengo bastante claras.

Lo primero que espero de este nuevo año es que suponga, de una vez por todas, el final de esta situación.

No más olas. No más datos en aumento. No más Covid ocupando las portadas y titulares de cualquier medio.

Que digamos adiós al miedo, que algún día escuchemos en las noticias que la pandemia ha llegado a su fin. Que ya se ha convertido en algo endémico.

Que palabras como mascarilla, positivo o confinamiento no sean las protagonistas de nuestras conversaciones.

Del 2022 también espero paz, dentro y fuera de mí.

Fidelidad conmigo misma y con los míos.

El bienestar emocional del que tanto carecí en algunos momentos del pasado año.

Amor, mucho amor, empezando por el propio.

Espero, necesito, que me siga regalando mañanas como la de hoy con mi madre, con nuestros desayunos y secretos, con nuestras visitas al mercadillo donde yo siempre acabo desesperándome porque ella tarda mucho en comprar y yo muy poco, y ella se pica porque yo me desespero.

Que mis despertares sean como los de los últimos meses, con la persona de los siete últimos años, que es la que quiero para siempre. Sin paréntesis.

Que siga pronunciando un “pufff” después de besarme, mientras me sujeta la cara y me clava una mirada de amor que después de tanto tiempo sigue intimidándome.

Y advirtiéndome de que cualquier día hinca rodillas y me pide matrimonio mientras me sonríe, así como vacilándome.

Que siga haciéndonos felices recordar cuando tú y yo, Juan, coincidimos por primera vez en la televisión donde ambos trabajabais y yo colaboraba y le dijiste que habías conocido al amor de su vida.

Le pido que siga regalándome motivos y momentos por los que sentir que tengo a los mejores amigos del mundo.

Que un día suene el timbre y sea Iván con su macuto hecho dispuesto a pasar unos días en casa.

Que mis visitas a Madrid para ver a Canario tengan que contarse con las dos manos.

Que Cris siga durmiendo conmigo, mínimo, una vez al mes.

Y que el viaje que tenemos pendiente también con Ali sea uno de los mejores de nuestra vida por muchas razones.

Que mi abuela, a su manera, sea capaz de recibir y sentir el amor y la admiración tan inmensos que le tenemos.

Seguir siendo igual de feliz en mi trabajo, y que si algún día lo dejo sea porque me ha tocado un pellizco en la lotería lo suficientemente gordo como para poder dejar de trabajar y dedicarme a escribir, a rescatar y curar perritos y a viajar.

Sentirme fuerte, terminar de creerme que lo soy.

Y que me hagan sentir especial.

Puestos a pedir, también quiero que mis tartas se hagan famosas y tener que dosificar los encargos porque no llego a todo, pero que, si no, no pasa nada, las seguiremos gozando nosotros igual.

No quiero cosas materiales, 2022, ya he tenido unos regalos maravillosos estas Navidades.

Tú abrázame como lo llevas haciendo desde que empezaste y yo prometo valorar y exprimir el paso de tus días, y de los míos.

Me voy a cuidar mucho, pero cuídame tú también.

Ambos sabemos que no te estoy pidiendo nada que, humildemente, no me merezca.

Siento darle la bienvenida al año tan tarde, pero no podía no hacerlo.

Quiero pensar que, dentro de un año, cuando lea esta columna de nuevo, diré: “Sí, ¡joder! Este año sí lo he conseguido”.

Os abrazo muchísimo.

 







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