Vídeo | La sombra de Fassbinder es alargada
La versión de 'Las amargas lágrimas de Petra Von Kant' que visita el Isabel la Católica este fin de semana es un trabajo arriesgado y valiente

Siempre he valorado el trabajo de un equipo teatral. Soy muy consciente del esfuerzo, las dificultades y la entrega profesional que requiere una puesta en escena para cada miembro del equipo de un trabajo grupal que debe funcionar como un engranaje.
Quien no arriesga no gana, y desde luego, en el mundo creativo, aplaudo la osadía incluso cuando no es de mi agrado, y en esta ocasión así ha sido. Aplaudo la osadía y sobre todo el trabajo descomunal de unas actrices en medio de una gymkana de obstáculos físicos y de propuestas escénicas desfavorecedoras.
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La versión que visita en Isabel la Católica este fin de semana de “Las amargas lágrimas de Petra Von Kant” es un trabajo arriesgado y valiente defendido con pasión y profesionalidad por las cinco intérpretes y con una estética impactante y arrolladora que merece, por supuesto, el aplauso.
Dicho esto, me gustaría comentar que las elecciones que Rakel Camacho ha tomado en la dirección y en la adaptación del texto original de Fassbinder no me han gustado.
Para comenzar, la propuesta estética sobrecargada de elementos sintéticos parecía dificultar el movimiento de las actrices que esquivaban maniquís colgantes y transitaban rampas de espejo con tacones de aguja. El efecto, lejos de parecer una metáfora de los retos de la vida, provocaba la sensación de una falta de limpieza escénica.
Quiero pensar que esa acumulación de objetos pretendía emular la estética de garaje del Berlín industrial de los 70, cuna de la música electrónica y del concepto de clubbing hoy tan de moda, pero a mi juicio no lo conseguía. El apartamento de Petra von Kant, diseñadora de moda, resultaba incómodo a la vista, pero además hacía al espectador sufrir por las actrices que lo habitaban.
Esta apuesta por lo feísta se subrayaba con transiciones musicales innecesariamente largas y desconectadas de la trama con canciones alemanas anacrónicas: “Alabama Moon” de Kurt Weill aderezada con un cunnilingus a la cantante, una imitación de Pipilotti Rist, y su versión del Wicked Game de Chris Isaak y un “Lili Marlene” (¿homenaje a la película de Fassbinder?).
Estoy comentando aspectos estéticos de la obra porque creo que distraían del argumento en vez de potenciarlo. De hecho, el personaje de Marlene, la abnegada asistenta enamorada de Petra, en la propuesta de la directora manchega se convierte en un ser histriónico y lascivo que nada tiene que ver con la devoción que Fassbinder escribió en el personaje.
En la obra original, la tristeza de la criada, sometida, entregada y condenada desde su más profundo amor por una señora que la desprecia y le da migajas, consolida una metáfora entre estatus social y emocional que desemboca en el final de la obra con el abandono de la criada a su señora al recibir afecto de ella.
La propuesta de Marlene que ha dirigido Camacho inhabilita esta lectura desde una hiperactividad avasalladora.
La sombra de Fassbinder es alargada y es absurdo buscar comparaciones con su película, pero sí que creo que los personajes que escribió y sus diferentes posturas ante el amor son un símbolo que pone de manifiesto diferentes actitudes que, por otra parte, están cargadas de tristeza en todos los casos que expone.
La amiga Sidonie, en su visita, intentará descubrir por qué falló el amor de Petra y su exmarido Frank, y defenderá su propia relación con una curiosa definición de humildad:
– Lester y yo ahora somos felices de verdad; la humildad ha dado sus frutos. Él cree que me domina y yo le dejo que se lo crea y al final hago lo que quiero.
Cierta profundidad de los diálogos originales entre Petra y su amiga queda en segundo plano con los gestos sexuales que los acompañan en esta versión.
A pesar de la manera en la que la estética fagocita el mensaje en la versión teatral que nos ocupa, las actrices defienden con intensidad progresiva sus personajes.
Ana Torrent y Aura Garrido remontan a media función, logrando sus mejores momentos en los pasajes de mayor emocionalidad. El dolor favorece la trama y estas escenas de súplica de Petra y de desprecio de Karin son las más conseguidas del montaje.
María Luisa San José está estupenda como la madre, que asume en la versión de Camacho a la vez el rol de hija al fusionar ambos personajes en uno solo. Otro desacierto, en mi opinión, que borra un momento clave en la obra: El arranque de egoísmo y crueldad con la reacción que Petra tiene ante su hija adolescente cuando esta le dice que está enamorada.
La película original de Fassbinder de 1972, en su frialdad y con una estética abigarrada e hiperteatral, consigue, con distanciamiento brechtiano, resaltar su visión terrible del amor como batalla campal entre enamorados sumisos y objetos del amor arrogantes.
La estupenda versión que dirigió Manuel Arman en 2001 para Estudio 1 de Televisión Española, con Rosa María Sardá como protagonista, es una delicia que traduce a nuestra cultura de manera impecable el mensaje desolador del alemán con las actuaciones brillantes de Ana Álvarez, Magüi Mira, Gloria Muñoz, Silvia Abascal y Berta Riaza.
La Petra von Kant que construye Rosa María Sardá es un despliegue de contención y rotundez cargado de dolor y rabia. Se puede ver gratis en la plataforma Rtve Play junto a otras estupendas grabaciones de obras de teatro para televisión.
En 1985, Lola Herrera encarnó el personaje de Petra Von Kant en un montaje dirigido por Manuel Collado. Le acompañaban Victoria Vera, Amelia de la Torre, Margot Cottens, Nuria Carrersi y Natalia Dicenta (hija en la vida real de Lola Herrera)
Herrera eligió protagonizar la obra contra el consejo de todos, que le decían que interpretar a una mujer lesbiana podía ser un error en una democracia aún demasiado reciente para enfrentar determinados temas. Lejos de desanimarla, las reticencias de su entorno la animaron a lanzarse al proyecto.
Actuaron en este mismo Isabel la Católica hace 40 años. Yo tenía 15 años y desde un palco lateral, quedé fascinado por una historia que no comprendía, pero que dinamitaba barreras que sentía sin verlas. Escuchar el aplauso ensordecedor del público me convencía de que, más allá de lo que formaba parte de la vida que veía a mi alrededor, había un mundo de libertad, de complejidad fascinante, de desobediencia, de sensualidad, de arte, de valor, de sueños. A mi lado, mi madre, con 35, aplaudía también y no sabía la transcendencia que suponía haberme llevado al teatro a ver “Las amargas lágrimas de Petra Von Kant”, una obra que no entendí ni falta que hacía, porque me hizo sentir muchas más cosas de las que la comprensión puede procesar.
No sé si mi madre sabía en aquel momento, recuperándose de su segunda ruptura matrimonial, que ella misma, como la Petra de la obra, renunciaría a los hombres y solo volvería a verter amargas lágrimas por las mujeres de su vida.
Al margen de mis percepciones y gustos subjetivos, el Teatro Isabel la Católica se ha puesto en pie para aplaudir a las actrices y, si queda alguna entrada mañana, corran a ver “Las amargas lágrimas de Petra Von Kant” y, si quieren, rebatan mis opiniones con sus halagos.
Bienvenidas sean todas las obras que nos tocan el alma y también las que nos hacen escudriñar las posibilidades de la disconformidad.
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