Adiós a un icono de Granada: las chumberas del Sacromonte se mueren

La plaga de cochinilla y la catalogación de la planta como especie exótica invasora, responsables de su desaparición

Chumberas en el Camino del Sacromonte en Granada
Antiguo talud de chumberas ya prácticamente desaparecidas por la acción e incidencia de la cochinilla sobre sus pencas | Fotos: Antonio L. Juárez
Miguel López Rivera
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Un guiri se detiene en una tienda de souvenirs del Albayzín y, tras aprovisionarse con el tradicional avituallamiento formado por botella de agua y snacks, atisba un expositor de postales. Elige una del Sacromonte. El barrio está trufado de sus no menos clásicas chumberas, pero la imagen no deja de ser eso, una mera estampa configurada a través de los recuerdos. Porque las chumberas de barrios como el Sacromonte o el Barranco del Abogado, todo un icono de la Granada romántica, se mueren. La culpa la tiene la cochinilla de la tuna, un parásito que comenzó a propagarse sin control por España hace poco más de una década y que ya ha echado a perder hectáreas enteras de esta planta en el sureste de la península.

Las chumberas del Sacromonte tampoco han podido escapar al poder succionador de este parásito. En parte por su enorme capacidad para expandirse y en parte, también, por la catalogación de la planta como especie exótica invasora por Real Decreto 630/2013. Esta última circunstancia legal hace que esté prohibida la introducción en el medio natural de las chumberas, así como su posesión, transporte, tráfico y comercio por estar consideradas como una amenaza para las especies, hábitats o ecosistemas autóctonos. Y eso da vía libre institucional para desistir de salvar las pencas. No en vano, no se descarta que la actual plaga de cochinilla de la tuna sea consecuencia de algún plan de estabilización de las chumberas que terminara descontrolándose.

Felipe Pascual es catedrático de Zoología de la Universidad de Granada y gran conocedor de la cochinilla. Eso le ha convertido en una suerte de 'consultor' de los vecinos, propietarios y también expertos o medios de comunicación interesados en la evolución del estado de conservación de las chumberas. Conoce a la perfección la cochinilla y, pese a no ser biólogo, también las chumberas. Su veredicto no arroja lugar a dudas: "Podríamos asegurar que Granada está diciendo adiós a un icono del Sacromonte". Para Pascual, imágenes como las que encabezan o acompañan a este texto son esclarecedoras. "La salud de las chumberas es bastante precaria. En algunos casos están ya prácticamente secas. Y las que se conservan verdes están ya un poco decrépitas, con poca vitalidad. Se les ven las pencas muy delgadas y bastante cochinilla", sentencia tras un rápido diagnóstico.

Palas de chumberas aisladas en un antiguo campo y visiblemente afectadas tanto en coloración como en grosor.

En una de estas matas del Sacromonte analizadas, el catedrático aprecia "una pendiente con las bases secas", mientras que en otras "las palas verdes están ya muy delgaditas". En un buen estado de salud, cada penca puede llegar a medir entre dos y dos centímetros y medio de grosor. "Aquí no tiene más de uno", ilustra Pascual, quien deja entrever cómo es habitual ver chumberas con palas más anchas por el centro y actualmente eso empieza también a guarecer.

Actualmente existen remedios como aceites jabonosos y minerales que evitan que la cochinilla se asiente sin necesidad de echar pesticidas o tratamientos perjudiciales para el medio ambiente. "No contaminan y, de hecho, están permitidos en la agricultura ecológica. Claro, que eso tiene una mano de obra, un gasto y requiere también de una atención", explica el catedrático, quien sin embargo zanja toda esperanza de que en Granada se pueda llegar a tiempo para evitar la muerte de las chumberas: "Tienen las bases secas y se nota poca humedad incluso en el entorno. Las fibra del interior también esta seca y tiene mucha cochinilla. Están en declive total. Y eso que yo he visto en épocas pasadas pencas completamente blancas. Si éstas estuvieran algo más cuidadas, todavía habría posibilidad de recuperarlas, pero eso a día de hoy ya es imposible".

La cochinilla de la tuna, la más agresiva

Tal y como describe Felipe Pascual, "existen dos tipos de cochinilla". Por un lado está la llamada cochinilla grana, cuyo nombre científico es Dactylopius coccus. Desde hace décadas, esta especie ha sido la responsable de producir el carmín y los colorantes que luego se emplean en sustancias como los pintalabios e incluso algunas producciones alimentarias. De hecho, en Canarias, que es uno de los principales productores de carmín de cochinilla, las chumberas –allí llamadas tunera– tienen como principal uso el servir como criadero.

La otra variedad de cochinilla es la cochinilla de la tuna, o Dactylopius opuntiae, y es la que se sospecha que está detrás de la muerte de miles y miles de chumberas a lo largo y ancho de toda la geografía española. Esta otra especie da menos coloración o carmín, pero es más lesiva para la planta porque tiene un ciclo de vida mucho más corto, unos 35 días, que su hermana 'grana', que puede completar todo el proceso reproductivo en unos 80. "Se expande muy rápidamente y, si a eso le añades que la plaga ha coincidido con una época en la que se han descuidado las chumberas, el resultado es el que tenemos en el Sacromonte", sintetiza el experto en Zoología. Las chumberas del Sacromonte, apunta, "dejaron de cuidarse". "Hay que podarlas y mantenerlas porque siempre hay partes secas", añade.

Pascual explica que, una vez la cochinilla llega a la chumbera, "la hembra se asienta en la planta, pone los huevos y los cubre todos con una especie de capa protectora". Dicha capa se produce tras la primera muda y es uno de los responsables del color blanquecino al que va tornando la planta desde su verde original. Una vez salen las larvas –llamadas ninfas–, al principio son móviles y empiezan a dispersarse y parasitar la penca. "Al pasar por el primer estadio, se fijan y con su aparato succionador, pinchan y van chupando la savia hasta dejar la planta seca", relata el catedrático, quien añade que "van chupando hasta que se hacen adultas". Los nuevos machos volarán hacia otra planta y el proceso vuelve a empezar.

Ladera claramente mermada tras la desaparición de varias de estas plantas de una mata.

Una planta con utilidad más allá del higo chumbo

Lejos de lo que pueda parecer, la utilidad de las chumberas va en la actualidad mucho más allá de la recolección de los preciados higos chumbos. En España, y concretamente en Andalucía Oriental, se viene usando tiempo ha como elemento para delimitar y separar los terrenos. Si bien esa forma de parcelar puede sustituirse por alternativas más modernas como alambradas o tapias, no pasa lo mismo con la sujeción de las tierras que hacen las matas de chumbera en los lugares donde abundan. Su desaparición puede acarrear corrimientos o desprendimientos en fincas y laderas. Motivo por el que, más allá del carácter ornamental, asociaciones de vecinos y propietarios insisten en que se redoblen los esfuerzos para su conservación.

"Las chumberas se fueron plantando por los frutos y para sujetar los suelos en los taludes o delimitar las fincas. Como alimento del ganado también se pensó pero luego se demostró que no tenían buena digestibilidad. Lo cierto es que si tú tienes una plantación y la cuidas, el chumbo se está vendiendo a seis o siete euros el kilo. Y en un kilo pueden entrar seis o siete piezas de fruta. En España ya prácticamente no se producen y los que nos comemos actualmente vienen de Italia", lamenta el experto.

Para Felipe Pascual "ya no hay remedio que pueda recuperar las chumberas porque algunas incluso están invadidas por la maleza y tienen matorral seco a su alrededor". Así que para recuperar una de las estampas más pintorescas del Sacromonte, el catedrático de Zoología no halla otra solución que no sea hacer borrón y cuenta nueva: "La única manera es arreglar el talud. Cogerlo, limpiarlo todo y plantar chumberas nuevas". Y ser pacientes, porque desde que se plantan hasta que crecen "puede pasar una década".