Personas sin hogar, personas sin techo: Una Realidad Invisible

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La vida en la calle es una carrera diaria por la supervivencia | Foto: Archivo
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Las personas sin techo representan una de las caras más visibles de la exclusión social. En calles, parques y estaciones de transporte alrededor del mundo, miles de individuos duermen cada noche sin un hogar, sin protección y, muchas veces, sin esperanza.

¿Quiénes son las personas sin techo?

No existe un único perfil. Algunas personas han perdido su empleo y no han podido afrontar el pago del alquiler; otras han escapado de situaciones de violencia doméstica o han sufrido problemas de salud mental o adicciones. También hay migrantes, personas mayores sin redes de apoyo, y jóvenes que han salido del sistema de protección sin una alternativa estable.

Causas de la situación

La falta de vivienda no es solo un problema económico. Es el resultado de una combinación de factores estructurales (como la pobreza, la falta de vivienda asequible y los sistemas sociales débiles) y factores personales (como la pérdida de empleo, problemas familiares o enfermedades mentales). A menudo, las personas terminan en la calle después de una serie de crisis acumuladas.

La vida en la calle

Vivir en la calle es extremadamente duro. Las personas están expuestas a la intemperie, a la violencia, a enfermedades, y a una constante sensación de inseguridad. Muchas veces sufren discriminación o son invisibilizadas por la sociedad, lo que agrava su situación y dificulta su reintegración.

La calle mata. No es una metáfora, es una realidad que se repite cada año en y en otras ciudades españolas. En los últimos tiempos, han muerto en Granada al menos 13 personas en situación de calle, seis de ellas solo en octubre. Sus muertes, muchas veces etiquetadas como “naturales”, suelen estar relacionadas con el frío, la falta de atención médica, o el desgaste de vivir cada día sin un lugar seguro donde descansar.

Detrás de estas cifras hay historias, nombres, vidas. Personas que, sin una vivienda, sobreviven como pueden: en albergues con plazas insuficientes, en sillones reclinables, en sillas alineadas en salas nocturnas, o en rincones de la ciudad bajo mantas y cartones. Duermen en cuevas, chabolas, portales o casas en ruinas. Y cada mañana, al abrir los ojos, su única preocupación es saber dónde podrán comer y dormir ese día. No se trata solo de techo. Se trata de dignidad.

Las respuestas institucionales son mezquinas

La solución pasa, ineludiblemente, por el derecho a la vivienda. Desde ahí puede nacer la verdadera inclusión. Una vida con rutinas, descanso, salud, posibilidad de empleo, acompañamiento psicológico. Muchas personas sin hogar reciben alguna prestación como el ingreso mínimo vital, pero ni siquiera así pueden alquilar, porque nadie les alquila sin garantía, y porque no hay parque público de vivienda.

Soluciones posibles

La solución al sinhogarismo requiere políticas públicas integrales. Esto incluye el acceso a vivienda digna, programas de salud mental, tratamiento de adicciones, asistencia social, y, sobre todo, un enfoque centrado en la dignidad y los derechos humanos. Modelos como “la vivienda primero”, que priorizan dar un hogar estable antes de cualquier otra intervención, han demostrado ser efectivos en varios países.

La exclusión no es solo residencial. También es cultural, sanitaria, social. Se les niega el acceso a espacios culturales, a menudo no pueden ni asearse para asistir a una función, y no se les considera parte activa de la vida artística de la ciudad, a pesar de que entre ellas hay músicos, cantantes, creadores. No hay un espacio donde puedan dejar sus pertenencias, descansar, recibir atención médica o simplemente estar. Los pocos centros de día existentes son privados y limitados.

A esto se suma la falta de atención sanitaria digna. Muchas muertes se producen por enfermedades crónicas que se agravan por vivir en la calle sin seguimiento médico. Las personas sin hogar están fuera del sistema: no tienen empadronamiento, no pueden acudir fácilmente a un centro de salud, no pueden cumplir tratamientos. Y nadie va a buscarlas.

La vida en la calle es una carrera diaria por la supervivencia, marcada por colas, desplazamientos, normas estrictas, puertas cerradas. Es una vida sin tiempo para soñar ni para proyectar un futuro.

Sin inclusión no hay cultura, ni ciudad, ni derechos. La vivienda pública no debe venderse, sino destinarse a quienes más lo necesitan. No se trata de limosna, se trata de justicia. Y de reconocer que, detrás de cada bolsa de basura que alguien lleva de un sitio a otro, hay una persona con historia, con talentos, con necesidades, con derechos, con vida.

Una llamada a la empatía

Más allá de las políticas, es esencial fomentar la empatía y la solidaridad. Las personas sin techo no son cifras ni casos aislados: son seres humanos con historias, con sueños y con derecho a una vida digna.







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