CookEle o cómo aprender español en Granada mientras se cocina una paella

Anabel Sánchez convirtió su trabajo fin de máster en el proyecto de su vida, un negocio que triunfa en pleno corazón del Realejo

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Anabel Sánchez, con gorro azul, y María José Pérez, arriba a la izquierda, junto a estudiantes japoneses en CookEle | Fotos y vídeo: Raquel Ochoa
Miguel López Rivera
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A Anabel Sánchez todos sus deseos de la infancia y la adolescencia se le elevaron de golpe a la enésima potencia de la realidad. Soñaba con comer paella eternamente y ahora la prepara casi a diario. Soñaba con tener una cocina grande y ahora su cocina también es el amplio espacio en el que desarrolla su actividad económica. Y soñaba con emprender y ser su propia jefa y ahora tiene el negocio más peculiar del barrio del Realejo, que ya es decir. Se llama CookEle, un nombre que nace de unir la voz inglesa cook ('cocinar', en español) y las siglas ELE (Español como Lengua Extranjera). Al contrario que en sus elaborados platos, no hace falta añadir mucho más.

En su local se dan cita cada día varios grupos de estudiantes de español, así como turistas o particulares de visita en la ciudad, interesados en aprender la lengua de Cervantes de una forma distinta. Hablan e interactúan en castellano mientras cocinan una receta típica de la gastronomía española o granadina. Y entre fogones, no sólo mejoran su dominio del idioma, sino que también se imbuyen en las costumbres y la cultura por las que un buen día decidieron coger un avión para conocer la capital.

El concepto realmente no tiene mucha ciencia. Otra cosa es llevarlo a cabo y que salga bien. Porque lejos de cubrir expediente, Anabel se pone cada día el delantal y hace guisos complejos para varias personas con la ayuda de sus improvisados pinches. Migas, caldos, tortillas de patatas, sangrías, salmorejos, gazpachos, croquetas, frituras, berenjenas y hasta recetas de otras culturas culinarias. Aunque, como se puede imaginar, lo que más triunfa y lo que casi todo el mundo pide, son las ya mencionadas paellas. Al espacio en el que desarrolla su actividad, un local de unos 80 metros cuadrados en la calle Molinos, no le falta ningún detalle que no esté en la cocina de un gran chef. Grandes fogones, sartenadas, cucharones, una gran campana extractora, una enorme mesa para colocar y preparar en corro los ingredientes y, por supuesto, el talento de Anabel, que no es cocinera sino profesora, pero como si lo fuera porque se conoce al dedillo cada rutina y paso necesarios para que los platos salgan perfectos. Vamos, los truquillos de la cocina de toda la vida.

Un proyecto fin de máster que ahora 'le da de comer'

"El 50% de éxito de esta actividad, o a lo mejor el 80%, es el espacio. Sin este espacio, esta actividad no sería lo mismo. Y todo es gracias a mi hermano, porque todo está hecho a mano por él. La clase no sería igual sin este sitio", relata esta emprendedora que plasmó en su trabajo fin de máster por primera vez la idea de su vida. "Soy profesora de español para extranjeros. Mi proyecto fin de máster como profesora de español era el cómo enseñar español a través de la acción de cocinar. El taller como herramienta didáctica. La idea principalmente surgió porque los profesores, en el momento en el que defendí el máster en la universidad, me animaron a llevarlo a cabo. Mi familia, y en concreto mi hermano, también me apoyaron. Me dijeron que adelante y así surgió, sin intención alguna", aclara.

Y es que a Anabel su máster le ha terminado literalmente 'dando de comer'. Por eso, anima a todo el que tenga una idea a llevarla a cabo "sin miedo y con decisión" porque "la vida pasa en un momento". "Si este reportaje sirve para algo, quiero que sea para eso", apostilla mientras recuerda unos inicios que no fueron para nada fáciles. "Empezamos justo antes de la pandemia, en marzo de 2018. Un año después, en marzo de 2019, tuvimos que cerrar por el Covid. Tuve que buscar otro empleo para poder mantener los gastos de esta escuela y, afortunadamente, tuve la suerte de trabajar en Baños Elvira y Hostal Arteaga, a los que les doy las gracias desde aquí. Y también al dueño de este local, que me perdonó un año de alquiler. Agustín, muchas gracias porque sin su ayuda tampoco habría sido posible el estar aquí hoy", proyecta en voz mientras mira de reojo que no se le pegue la paella.

Un escaparate que acapara las miradas de todo el barrio

Y es que pese a la presencia de la cámara y el redactor, su principal preocupación nunca deja de ser el plato que está cocinando. Así sucede también cuando una vecina, niña en brazos, entra a saludarla "Felicidades por esto, tía", le espeta. "Gracias, guapa, te dejo que tengo esto ahí", apremia antes de volver a los fuegos. La escena en la que vecinos del barrio y transeúntes se paran frente a la enorme vidriera desde donde se ve toda la actividad de su local será una constante durante toda la tarde en la que se graba este reportaje. Todos miran con cara mitad de asombro y mitad de deseo. "Lo que vamos a preparar hoy es un menú que podemos preparar cualquier domingo en casa porque aquí cada vez que vienen es una fiesta. Vamos a preparar un primero que va a ser salmorejo, un plato principal que va a ser paella de marisco y una sangría, que ya la han cocinado", prosigue.

Esta vez toca un grupo de adolescentes japoneses que estudian en la Universidad de Tokay, que aunque también se localiza en la capital nipona no tiene nada que ver con la Universidad de Tokio. Son doce y llegan de la mano del Centro de Lenguas Modernas, que cuenta con dos sedes a escasos metros del local por uno y otro lado de la calle Molinos. "Estoy muy agradecida por todo el apoyo que estoy recibiendo de las escuelas de ELE en Granada. Principalmente, también a los programas de estudiantes extranjeros que trabajan con el Centro de Lenguas Modernas, y al Centro de Lenguas Modernas mismo también. Como sabéis, estamos muy bien situados cerca de los dos centros. Por ahí me vienen todos los estudiantes. También recibo muchos turistas de a pie que se interesan por la cultura, la lengua y por saber cocinar", remata Anabel.

Pero no son los estudiantes japoneses los únicos que se interesan por la divertida actividad que oferta Anabel en su local. Por CookEle han pasado estudiantes y visitantes de absolutamente todo el mundo. A bote pronto, atina a nombrar hasta seis países y nacionalidades más –"Singapur, República Checa, muchos americanos, holandeses, italianos, alemanes....– antes de concluir con un "de todo el mundo" ante la imposibilidad de acordarse de todos.

"Cuando volvemos a las aulas, los alumnos ya son diferentes"

Muchos de ellos, como los presentes en el vídeo que acompaña a este texto, llegan de la mano de María José Pérez, profesora de español y cultura española en el Centro de Lenguas Modernas y ya amiga de Anabel. María José reconoce los efectos positivos sobre el aprendizaje del idioma que tiene una iniciativa como la de cocinar mientras se le da a la sinhueso: "Sin duda es una actividad muy exitosa y muy efectiva porque todo aquello que imparto yo en el aula tiene una aplicación práctica aquí. Aprender de la cultura a través de una experiencia sensorial como cocinar influye de manera muy positiva tanto para el aprendizaje como para la cohesión del grupo". Cada vez que venimos aquí y volvemos a las aulas, la verdad que los alumnos ya son diferentes porque hemos tenido una experiencia juntos fuera del aula, cocinando. Es que es todo positivo", enfatiza la docente.

Impresiones que refrendan los propios alumnos al valorar la actividad, según María José: "Ellos están encantadísimos. Al final siempre me dicen que una de las mejores experiencias que han tenido en Granada ha sido venir a cocinar y la verdad que es una suerte tener este proyecto aquí en Granada porque a los profesores de español y de cultura española nos beneficia mucho en todos los sentidos". Aunque nada mejor para calibrar las sensaciones que CookEle provoca en quienes lo prueban que hablar con los propios protagonistas. "Está muy bien esta actividad. La recomiendo mucho a los estudiantes de todo el mundo porque sirve para aprender la lengua española y también  la cultura de España a través de la comida y los ingredientes", comenta Linko Saito, de 20 años, quien de Granada destaca su "vida muy tranquila" y lo "mucho" que se ha divertido durante su estancia.

En un español más fluido por tener antecedentes peruanos pese a también ser japonés, Ryui Hasyashi, también de 20 años, confiesa que pensaba que cocinar una paella "iba a ser más complicado", al tiempo que admite estar planteándose "hacer una en Japón e invitar a mis amigos y familia para prepararla y hacerla con todos ellos". Ryui también recomienda probar la experiencia porque "la cultura española es por lo que todos los extranjeros quieren venir aquí". "Lo de comer paella y hacer sangría forma parte de esa cultura y ha sido una experiencia muy bonita poder conocerla", incide antes de deshacerse en elogios hacia Granada: "Es una ciudad muy bonita y con mucha cultura también. Es pequeña, pero tiene muchas cosas para aprender".

Y esas cosas nacen de iniciativas como la de Anabel, que con ilusión, trabajo y tesón convirtió en realidad un proyecto que muchos no se habrían atrevido a poner en marcha. Y los que más se benefician de sus bondades son quienes lo tienen por 'castigo'. Como María José, que todavía recuerda la primera vez que escuchó hablar de CookEle: "Algunos compañeros del Centro de Lenguas Modernas ya me comentaron que había una alumna del máster que tenía este proyecto en mente. Desde que empezó, porque está entre los dos edificios, me interesó mucho la idea. Vine con un grupo y la verdad es que la experiencia fue fantástica. Yo repito casi cada semestre". Así da gusto ir al trabajo.







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