Cervantes y Granada: crónica de un silencio

La huella del 'príncipe de los ingenios' a su paso por la provincia como recaudador de impuestos

La Granada del siglo XVI que conoció Miguel de Cervantes
La Granada del siglo XVI que conoció Miguel de Cervantes. | Imagen: GD
Ángel Liceras
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La fecha del 23 de abril está llena de simbolismo para el mundo de la cultura y las letras. Así lo señala la propia Unesco en su web: un día marcado históricamente en la literatura mundial por el fallecimiento en 1616 de Cervantes y Shakespeare, aunque para estas fechas no exista un consenso claro. En Granada Digital aprovechamos la celebración del Día del Libro para recuperar la huella del escritor español en la provincia, un rastro no exento de polémica.

Miguel de Cervantes, príncipe de los ingenios, visitó el Reino de Granada como alcabalero. Pero algo le molestó de tal modo que silenció cualquier mención expresa a esta ciudad en sus obras. La ignorancia como castigo a una tierra que borró en pocos años la belleza que ocho siglos antes comenzó a construir.

En el año 1594, Cervantes es acusado de robar parte de los diez millones y medio de maravedíes que ha recaudado como alcabalero durante los meses que ha andado por la provincia de Granada. El depositario, su amigo el banquero Simón Freire, había desaparecido sin dejar rastro del dinero. Tres años más tarde, Cervantes entra en la prisión de Sevilla para cumplir pena.

Con él se encierra un silencio: su impresión personal de lo vivido en su periplo granadino. El príncipe de los ingenios no describe ni relaciona a ninguno de los personajes de sus obras con Granada. El hispanista y cervantista Daniel Eisenberg opina que “es uno de los silencios en los textos de Cervantes que son elocuentes”.

La ciudad de la Alhambra vive por entonces años complicados. Felipe II había promulgado en 1567 una pragmática en la que prohibió a los moriscos seguir sus costumbres, entre ellas, hablar, leer o escribir en árabe. Felipe III ve peligrosos a estos árabes convertidos al cristianismo y ordenará finalmente su destierro en 1609.

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Vista de Granada en un grabado de Frans Hogenberg (siglo XVI). | Imagen: Archivo GD

Granada ofrece un panorama de prohibiciones, de incultura social, de escasa actividad comercial, amenazada por la peste que se propagaba por los barrios bajos. Aquella imagen estuvo muy alejada de la que pudo haber imaginado. Cervantes descubre una ciudad que es el símbolo de lo decadente, de la ruina, una víctima de su propia identidad cultural.

Lejos de limitarse a alabar las excelencias de Granada, de mostrarse maravillado por la Alhambra o el Generalife, por ocho siglos de cultura musulmana, Cervantes fijó su interés en las capas sociales más bajas. Magas, prostitutas, bohemios, timadores, gitanos… Conoció sus hábitos y maneras de vivir. A muchos de estos personajes se los encontró en la Rondilla (actual plaza del Campillo, junto al Palacio de Bibataubín). Allí convivió con el hampa, la canalla y la picaresca.

Las falsificaciones del Sacromonte

Los historiadores fechan entre 1588 y 1595 el supuesto descubrimiento de unas placas de plomo y unas reliquias en la colina llamada entonces Valparaíso, ahora Sacromonte. Escritas en árabe, relataban el martirio de San Cecilio, patrón de la ciudad. En los textos, bautizados como los Libros Plúmbeos, se aseguraba que su ascendencia era árabe. Para los más ilustrados quedó claro que era un engaño que tenía como objetivo salvar a los moriscos de su desdicha.

La Iglesia desautoriza los escritos y, sin embargo, dictamina que los restos óseos pertenecen al patrono. María Dolores Fernández Fígares, antropóloga granadina, señala que el debate sobre la decisión eclesiástica “ha estado muy desprestigiado históricamente”. A su juicio, las falsificaciones merecen la reprobación de Cervantes.

Cide Hamete Benengeli encuentra la historia de Don Quijote de forma similar a como ocurrieron los hechos en el Sacromonte. Es la mención más explícita y destacada que de Granada y su historia se halla en la obra de Cervantes. A este personaje ficticio atribuye la autoría de Don Quijote de la Mancha desde el capítulo IX. Cervantes plantea que la célebre novela es la traducción de un texto más antiguo, escrito por un árabe, que relata unos hechos supuestamente verídicos.

Los libros plúmbeos del Sacromonte. | Foto: Archivo GD

Cervantes aguanta como cualquier otro la absurda guerra religiosa que consume el país. Todo aquel descendiente de musulmanes está manchado. Él sufrió esta acusación varias veces. Nunca pudo despejar por completo las dudas sobre su linaje. El filósofo córdobes Antonio Medina Molera señala que la sombra de la Santa Inquisión era muy alargada, “era una sociedad estigmatizada por la limpieza de sangre, tan racista, tan exclusivista”.

El escritor se educó en el colegio Santa Catalina de Córdoba, regido por la orden Jesuita. El padre Baroja, uno de los instructores, dijo del centro en una carta fechada en 1572 que “está muy infame entre los caballeros, de que no entran sino conversos”.

El joven Cervantes fue alumno, allá por 1569, del erasmista Juan López de Hoyos en Madrid. Medina Molera sostiene que gracias a sus lecciones desarrolló cierta sensibilidad y rechazo hacia las prohibiciones que sufrieron los moriscos.

Un silencio elocuente

Miguel de Cervantes Saavedra calla para castigar la injusticia. Le duele la situación que vive y cómo en pocos años las luchas religiosas y políticas han enturbiado el buen convivir entre cristianos nuevos y asimilados. Eisenberg considera que Cervantes no habló de Granada “porque no sabía que decir. Había algo en su situación que no entendía”.

El estudio de la biografía de Cervantes lo ha convertido en el retrato fiel de las contradicciones de una época en la que valores como el sacrificio, el talento y la hombría de bien se vieron ensombrecidos por el encumbramiento de las apariencias y los falsos pedigrís en la España Imperial. Y siendo víctima de lo que otros quisieron que así fuera, asumió tales afrentas con la espera serena de que con el uso de las letras algún día daría buena cuenta de tales vilezas.







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