El jefe mediocre: mete miedo, humilla, grita, busca su protagonismo y solo acepta sus propias ideas

La forma en que comunica es uno de los síntomas más evidentes que muestran la diferencia entre un jefe y un líder

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El jefe, controla. El líder, confía | Foto: J. C. M.
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El jefe mediocre se orienta a la búsqueda de su protagonismo y su notoriedad. Sus colaboradores deben estar al servicio de este objetivo pero ninguno puede sobresalir por que es sentido claramente como una amenaza. Es la historia de ese jefe tirano, que utiliza técnicas maquiavélicas para alimentar su ego constantemente. Su principal preocupación es mantener el poder.

Y esos malos jefes son así: meten miedo, humillan, gritan, nunca alaban a no ser a los que le siguen la corriente, se esconden ante los que le critican, solo aceptan sus propias ideas…

1. Meten miedo. Un mal jefe trata de chantajearse a sí mismo para obtener autoridad esparciendo miedo. Puede amenazar tanto abierta como sutilmente para lograr sus objetivos. La cooperación, en cambio, le es ajena.

2. Humillan frente a los demás. Las cosas no siempre funcionan bien en el trabajo. El jefe filtra el error en el equipo como un veneno silencioso. De esta manera, gradualmente se desmorona la confianza en uno mismo.

3. Gritan. No hablan, ni dialogan, ni escuchan. Hablan de sí mismos. Y cuando no se les hace caso, o no se era de acuerdo con lo que piensan, gritan. Es su manera de comunicar.

4. Nunca alaban. La mayoría de los trabajadores se quejan de que les falta reconocimiento en el trabajo. Un mal jefe no elogia, a no ser que sean de los suyos.

5. Se esconden. Un mal jefe prefiere esconderse del equipo o terminar las reuniones lo más rápido posible.

6. Solo aceptan sus propias ideas. Un mal jefe no está abierto a nuevas ideas, a menos que provengan de él mismo. Solo promueve a los miembros del equipo que no pueden ser peligrosos para él/élla y que aceptan y elogian sus ideas sin críticas. De esa forma, el equipo siempre producirá resultados mediocres.

El jefe, controla. El líder, confía. Lo que importa no son las cosas que hacen las personas, sino las personas que hacen las cosas. Es necesario vocalizar, transmitir y mantener la visión entre el equipo; aprovechar lo mejor de cada uno y ayudarlos a crecer con uno, conformando la cultura de la empresa; y esta cultura es el alma misma del negocio, y su mejor apuesta para crecer y trascender.

La forma en que comunica es uno de los síntomas más evidentes que muestran la diferencia entre un jefe y un líder. Un buen jefe puede operar un área con buenos resultados por algún tiempo, pero solamente un líder puede armar un equipo unido, inspirado y duradero que empuje la organización a nuevas alturas.

La principal tarea de un líder no es el control, sino el sentido; es decir, transmitir y mantener una visión para toda la organización. La misión no solo ordena, como un faro lejano, sino que inspira, motiva y enciende la creatividad y la innovación. Un buen líder lidera y motiva al equipo. Un buen líder sabe que su equipo funciona mejor cuando motiva a los miembros, cuando elogia a los trabajadores por cada éxito y hace todo lo posible para que el equipo avance.

El jefe, informa. El líder, pregunta. Todo el mundo tiene planes y sueños propios.

Recordar que cada persona tiene problemas; días buenos y malos, y preocupaciones personales. Si un colaborador parece distraído, no gritemos o amenacemos. Antes, preguntemos. ¿Todo bien en casa? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo puedo ayudarte? La gente responde el interés genuino con lealtad genuina. Es la mejor inversión.

El jefe trabaja para su jefe. El líder trabaja para sus empleados.

El jefe vulgar cree que sus empleados, de alguna forma “le pertenecen”, mientras que el líder sabe que él es solo un facilitador para su desarrollo personal. El líder les permite crecer dentro de la misma organización antes que empujarlos a buscar otras opciones. Solo un jefe tóxico teme capacitar a sus trabajadores por el miedo de que se puedan ir a un lugar mejor. Un líder, en cambio, les sirve constantemente, y tiene como misión personal el bienestar y la felicidad de todos y cada uno de ellos, a quienes habitualmente conoce por nombre y apellido. El éxito del negocio es el resultado de una cultura positiva y una hábil administración.

El jefe comunica miedo. El líder inspira. El arma favorita del jefe mediocre es el castigo y la amenaza. Esto sucede porque, a corto plazo, parecen resultar efectivas. Nadie puede sostenerse en un ambiente en que impera el miedo por demasiado tiempo. Es agotador. Las personas que dan más, lo hacen porque tienen una motivación profunda que les mueve con pasión a perseguir la visión del negocio. Esto solo sucede cuando sienten la visión como propia. Un líder deja el miedo de lado y, en cambio, inspira. Se logra hablando, conectando y compartiendo un sueño imposible.

Y termino diciendo que un nuevo tipo de liderazgo empieza a fraguarse dentro las organizaciones, el humanista, que se caracteriza por colocar a los miembros de sus equipos en el centro de su estrategia y potenciar la confianza, el autoconocimiento, la visión a largo plazo y el crecimiento personal y profesional. Lo más importante para empezar a construir una relación de confianza es la coherencia. Una circunstancia que se da cuando el líder funciona acorde a sus valores y a los de la organización. Porque lo primero que van a juzgar los trabajadores es si las decisiones del líder, hasta las más cotidianas, se ajustan a la visión y a los valores de la compañía. La confianza se traduce en equipos capaces de trabajar de manera autónoma, aunque siempre bajo la visión del líder. La construcción de esta actitud permite que los empleados se atrevan a hacer cosas, los empodera. El líder debe compartir protagonismo y disfrutar del trabajo en equipo. Cuantos líderes nos hacen falta, en un entorno de demasiados jefes y pocos líderes.







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