Personas que se apagan

Es importante permitirse sentir esas diversas emociones y lamentarse por lo que está perdiendo

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Hay que defender las luces que aún quedan | Foto: Burst
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Hay días de apagones y hay personas que se apagan. Hay quienes se apagan poco a poco, otros por momentos, mientras que hay gente que se apaga de pronto y sin avisar.

En ciertos barrios, el apagón eléctrico no es una anécdota: es rutina como en la zona norte de Granada. Pero hay un tipo de apagón aún más doloroso, más silencioso, más invisible. Es el apagón de las personas. Ese que ocurre cuando el sistema olvida, cuando la sociedad gira la cabeza, cuando los recursos no llegan o cuando la atención primaria —esa que debería estar siempre encendida— se va quedando a oscuras.

Personas que se apagan son aquellas cuya salud no se rompe de golpe, sino que se va deshilachando en el tiempo. Una anciana que depende de un concentrador de oxígeno para respirar y que, ante un corte de luz, simplemente no puede. Un joven con diabetes que no puede conservar la insulina en la nevera porque no hay electricidad. Niños que no pueden hacer los deberes. Personas mayores que no pueden bajar por las escaleras cuando el ascensor deja de funcionar. No se apagan de golpe. Se apagan como se apagan las casas: primero la cocina, luego el salón, después el dormitorio. Se apagan cuando ya no hay un médico que los mire a los ojos. Cuando ya no hay quien los conozca, quien los acompañe, quien les diga “te veo diferente hoy, ¿qué te pasa?”. Porque en ese gesto cotidiano, casi invisible, empieza la diferencia entre cuidarse o caer.

Enterarse de que la enfermedad que tiene una persona ya no se puede controlar puede hacerle sentir muchas emociones diferentes. Es importante permitirse sentir esas diversas emociones y lamentarse por lo que está perdiendo. Podría sentir algunas de las emociones como duelo, enojo o ira, resentimiento, miedo, arrepentimiento, tristeza, soledad, alivio, calma o aceptación. Algunas personas podrían sentir conmoción o temor, mientras que otras podrían preocuparse por ser una carga y cómo su muerte afectará a sus seres queridos. Puede ser difícil hablar de estos sentimientos, pero hay que saber que son normales.

La salud mental en tiempo de apagón

También apagarse y comprender mejor qué ocurre en el cerebro en los últimos momentos de la vida podría ayudarnos a mejorar los cuidados paliativos, asegurando que el proceso sea más tranquilo y digno. Cada persona es única y es difícil predecir exactamente lo que se puede encontrar cuando nuestros seres queridos se acercan al final de la vida. A menudo, hay señales físicas, mentales y espirituales de que la muerte está cerca. En el nivel físico, el cuerpo literalmente comienza a apagarse. Estos cambios son normales y esperados. Mientras hay personas que experimentan altos niveles de conciencia y sensaciones extracorporales cuando su corazón deja de latir.

Por otra, apagarnos significa bloquear o reprimir nuestros sentimientos y emociones, en lugar de permitirnos sentirlos y procesarlos de manera saludable. Muchas personas hacen esto para evitar el dolor, la tristeza, la ira u otros sentimientos que puedan ser difíciles de enfrentar. Cuando una persona atraviesa una situación de estrés extremo, puede experimentar una sensación de desconexión, aturdimiento o bloqueo mental. Esta reacción es común y responde a un mecanismo del cerebro que, al enfrentarse a una sobrecarga de estímulos o una amenaza percibida, opta por reducir su actividad para evitar un colapso. Esta sensación de que la mente se apaga puede manifestarse de diversas formas, desde la incapacidad de pensar con claridad hasta una desconexión total de la realidad.

El apagón mental en momentos de estrés extremo tiene una base neurobiológica. Se produce debido a la activación del sistema nervioso parasimpático, que induce un estado de inhibición como mecanismo de defensa ante una amenaza. Cuando el cerebro percibe que la respuesta de lucha o huida no es viable, activa una tercera opción: la congelación o disociación, que reduce la actividad cerebral para minimizar el impacto del estrés. En este proceso, una estructura clave del cerebro, la amígdala, detecta el peligro y envía señales de alerta al sistema nervioso. Sin embargo, cuando el estrés es demasiado intenso, el cerebro puede desactivar temporalmente áreas como la corteza prefrontal, que es responsable del pensamiento racional y la toma de decisiones. Como resultado, la persona experimenta una sensación de bloqueo y desconexión de la realidad. Hay muchas formas de anular a otra persona: desvalorizar todo lo que ella hace, ridiculizar sus sueños aconsejando que siempre tires la toalla y, de esa forma, dejar a su paso cadáveres emocionales que sintonizan con su mala energía.

También hay quien se ha encontrado perdido en la vida más de una vez, con esa amarga sensación de desgana que le lleva a replantearse muchas cosas sobre si mismo y su vida en general. Cuando la mente se apaga, aparecen ciertos síntomas que pueden variar en intensidad y duración. Uno de los signos más frecuentes es la sensación de aturdimiento o confusión. En estos momentos, la persona puede tener dificultades para procesar la información, tomar decisiones o recordar detalles de lo que está ocurriendo a su alrededor.

Las personas negativas suelen intentar apagar la luz de las demás (directa o indirectamente), por lo que saber identificar estas influencias es muy importante. Las personas grises van desalentando sueños de los demás, juzgan, humillan, mienten, quieren acomplejarte por lo que eres. Van por la vida siempre con intención de restar, no de sumar. Dicen frases hirientes sin importarles lo más mínimo cómo te puedes llegar a sentir. Las personas grises van apagando luces, y una de ellas puede ser la tuya. ¿Los motivos? No están claros. Hay personas que en lugar de transformar su dolor en sanación para ellos mismos han elegido desalentar a los demás para que su mundo esté más en síntonía con lo que ellos son. Porque no puedes ver su brillo ni su oscuridad, solo puedes notar el efecto nocivo que van dejando en ti.

El trauma, el estrés prolongado, la ansiedad, la depresión y el duelo contribuyen a la sensación de bloqueo emocional. Las señales incluyen sensación de entumecimiento, evasión de conversaciones, dificultad para expresar emociones y distanciamiento de los seres queridos . También puede experimentar fatiga, falta de motivación o una sensación de desapego del entorno. Existen personas que inconscientemente ocultan sus emociones. Pueden parecer frías o antipáticas, pues ante cualquier circunstancia personal o ajena, no demuestran la más mínima empatía. Pero eso no quiere decir que no tengan sentimientos. Lo que ocurre es que no saben identificarlos y, por tanto, tienen enormes dificultades para transmitir qué les pasa a los demás.

La educación emocional es crucial para evitar esta desconexión. Los padres deben ofrecer desde la infancia un apego seguro a los hijos y validar las emociones. Los descendientes de progenitores con desconexión emocional son propicios a heredar este factor. De ahí, la importancia de enseñar cómo controlar las emociones desde un prisma constructivo.

Otras veces hay quien se siente perdido en la vida y ello puede ser una oportunidad de aprendizaje. No estamos programados para sentir dos emociones opuestas (como la felicidad y la tristeza, o la ansiedad y la calma) al mismo tiempo. A veces nos apagamos o dejamos de entender las cosas que nos pasan.

Apagar o apagarse. Lenta o bruscamente. En vida o emocionalmente. Este artículo no es solo un homenaje a quienes se apagan, sino una llamada a quienes aún tienen algo que decir. Porque no basta con encender una vela por quienes ya no están. Hay que defender las luces que aún quedan. Las personas no deberían apagarse porque la red que las sostiene falla. Porque cuando una persona se apaga, todos perdemos un poco más de lo que somos.







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