Viaje a la frontera del drama: Polonia no duerme mientras Ucrania agoniza

Numerosos testimonios del principal país de acogida de personas que huyen de la guerra resaltan el orgullo por la respuesta comunitaria y cómo hasta los políticos se han olvidado de la confrontación para ayudar a sus vecinos

Pabellón de deportes de Swelievev 2 en Polonia FOTO Enrique Abuín
Pabellón de deportes de Swelievev, en Polonia | Reportaje gráfico: Enrique Abuín
Enrique Abuín
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La escritora Olga Merino, escritora de Cinco inviernos y gran conocedora de Moscú y alrededores por su etapa como corresponsal, decía el jueves pasado en el Museo Ruso de Málaga que ve la cara de Putin demudada, transfigurada cada vez más en la de Stalin. Es decir, de tirano. Era su única explicación a una guerra que ya es muy dolorosa para Ucrania, para la propia Rusia y para el resto del planeta. En Polonia lo tienen claro, la cuestión es de blanco y negro. Agresor y agredido. En el primer día de viaje de GranadaDigital por el país del esloti así lo remarcan gentes de diversas edades, profesiones y estrato social: los polacos están a partir un piñón con sus vecinos ucranianos. No pegan ojo.

Empezando por Klara Fronckiel, una joven a la que su trabajo como team leader en una gran compañía bancaria y el añadido de teletrabajar con dos de sus tres hijas no le impide sacar todo el tiempo posible para gestionar el mayor almacén particular en su zona de influencia. El primer día de la guerra, mientras le amargaban los dulces de carnaval, decidió ponerse manos a la obra y empezar una pequeña resistencia local para ayudar a los cientos de personas que han pasado cerca de Nieporet, en el cinturón de Varsovia. Y los que están por venir, ya que la principal puerta de salida es hacia el oeste o el sur. Los datos oficiales hablan ya de 1,5 millones refugiados, con Polonia a la cabeza.

Klara Fronckiel en el almacén de Nieporęt donde gestiona la ayuda humanitaria.

Su primera razón para empezar este proyecto, sin fecha de caducidad, es familiar. "Mi abuela tuvo que huir de Wołyń –región ucraniana entre Polonia y Bielorrusia– durante la Segunda Guerra Mundial y en seguida me acordé de sus enseñanzas". El compromiso y la generosidad se le intuyen a leguas mientras explica todo lo que han conseguido en estas dos semanas, cómo se ha organizado entre las redes y su habilidad con el Excel para abarcar todos los productos necesarios y distribuirlos en los puntos donde se alojan. "Como no podíamos ofrecer un buen alojamiento, como hace mucha gente por todos los lados de Polonia, pensé en montar este grupo de recogida", reconoce dolida por la guerra aunque satisfecha por su trabajo y la respuesta de sus vecinos. Y su pequeña Emilia, que apenas levanta un palmo, bromea con que este sótano es ahora mismo el mejor lugar del mundo para jugar al escondite, porque hay muchas cajas de cartón.

Algunos de los víveres que recoge en su sótano llegan de escuelas cercanas como el centro Montessori Podstawowa. Su director es Pawel Wróbel, de aire moderno pero formal, quien detalla que, evidentemente, aunque sea a unas cuatro horas de la frontera, la "situación es dura y nos afecta porque ya hay en la comunidad familias ucranianas que pueden quedarse". Es por ello, que el debate surgido en el ámbito educativo es el de si hará falta contratar a profesores que dominen las dos lenguas y también preparar "condiciones buenas para los niños y que no estén traumatizados".

Pawel Wróbel, director del Montessori Podstawowa.

En esta escuela, como en casi seguro al 100% en todas las del país, se han organizado recogidas con el lujo de los bidones de gasolina para llevar a la frontera como uno de los productos más demandados. "A los niños se les está explicando de la mejor manera las dificultades de las personas que tienen que dejar sus casas para que los acojan", señala. Y hace un parón hasta que salen unas alumnas de la sala para clamar contra un "crimen" que en lo personal le afecta porque tiene tres buenos amigos de la nación ahora invadida.

En un aula del centro, con el olor a futuro que da el saber que la vida es o debería ser un juego, una quincena de niños de entre 11 y 13 años repiten lo que escuchan de sus padres y en la tele: "Los rusos se portan mal y los ucranianos son mejores" o "la culpa es de Putin", van diciendo de forma salpicada. Pero lo viral es lo que más llama su atención con noticias como la del tractorista que levantó un cargamento de armas al ejército ruso. Con la lejanía que tiene todavía para ellos la de ahora y cualquier otra guerra, estos preadolescentes andan más preocupados en enseñar a los mejores artistas de rap polaco, demostrar su amor por Tom Holland, hablar de influencers y aprender libremente. Con la edad ya tendrán tiempo, los interesados, de leer algo de Kapuscinski o Szymborska, autores que ahora mismo como el que oye llover.

Pawel Kownacki, alcalde de Wieliszew, municipio de unos 16.000 habitantes en pleno crecimiento en el cinturón de Varsovia.

Una gmina en Polonia sería lo más similar a un municipio. En uno de 16.000 habitantes en pleno crecimiento como Wieliszew, también en el cinturón varsovita, su alcalde Pawel Kownacki hace un alto en la carrera frenética de organizar la logística para socorrer a sus 'nuevos vecinos'. En una entrevista desde su amplio despacho que parece más bien la sala de trofeos de un club deportivo, se muestra "contento y orgulloso" de la colaboración de su comunidad. Este político independiente hace referencia a la ayuda cercana y a la del pueblo polaco en general, ya que si en algo coinciden los numerosos entrevistados a lo largo de la jornada es que la confrontación de partidos no existe desde la guerra y la nación se ha unido, al menos en esto.

Tienen 330 plazas en tres sitios (dos escuelas y un albergue juvenil de estudiantes) y el Ayuntamiento se ha puesto a disposición de la guerra con un gran equipo de voluntarios. Ya han pasado miles, al ser un sitio de paso, y está seguro de que en "los próximos días irá a más". El pasado sábado lo tenían todo preparado y llamaron desde otro punto de Polonia para avisar de que venían varios autobuses.

"Hay gente que está haciendo turnos de 24 horas para que todo el mundo pueda descansar. Se presta ayuda psicológica, económica, gente que ofrece sus casas...", enumera a la par que hace hincapié en que "nadie quiere dinero, solo ayuda".

En su etapa como alcalde ha tenido que hacer frente a la respuesta ante desastres naturales como riadas o hundimientos, pero esto de la guerra es otra cosa intenta explicar mientras lo interrumpe la llamada de un pizzero local que dice que lleva gratis a los pabellones las cajas que hagan falta.

La suya, asegura, no es cara de cansado sino de maratoniano. Como si no le delatara su cuerpo, su nariz aguileña y su chaquetilla de alcalde con vocación de liebre. "Conservo muchas fuerzas para seguir haciéndolo, además tenemos establecido ya un protocolo para esta situación extraordinaria y la verdad es que no miro el reloj. El otro día me acosté a las doce y a las tres de la madrugada me llamaron para avisarme de la llegada de más gente", declara y cambia el polaco por el inglés. "Non-stop".

Pabellón de deportes de Swelievev.

"No es nada relevante, hay que salvar una vida para salvar a más vidas", dice este alcalde en medio de un pueblo pequeño más en medio de un país de 38 millones de habitantes. En la visita posterior a los pabellones de las escuelas que acogen a ucranianos las familias miran con calma pero prefieren no hablar sobre sus proyectos futuros como irse a vivir a España u otros países. Los niños a lo suyo, echando canastas con la pelota de fútbol.

Es este tipo de campamentos improvisados repartidos por los países vecinos de Ucrania y por diferentes países de la Unión Europea, las aplicaciones como el traductor de Google o el Telegram se han convertido en la clave de la rapidez. Algo bueno tenía que tener la tecnología. Pero, como explica un grupo de voluntarios locales en Wieliszew, también ayuda que el ruso antes fuera un idioma más popular entre las generaciones polacas más antiguas.

A veces no vale con eso porque entre los que intentan escapar de la guerra hay muchas nacionalidades, idiomas y credos. Tayikistán, Uzbekistán, Kazajistán... Cuenta el alcalde Kownacki que el otro día hubo un parto de una refugiada musulmana y que hubo que buscar a una ginecóloga mujer a la par que un traductor. Todo cuenta, hasta emitir música ucraniana en la emisora local.

Lo cierto es que en una inmersión relámpago en el país a pocas horas de la frontera, se repiten los testimonios de las personas que han dormido una media de tres horas y los de que la política se está comportando con la unidad por Ucrania. No obstante, este lunes por la tarde el Gobierno polaco ha mostrado su primera debilidad ante Putin negándose a enviar aviones de combate desmitificando un poco el sentir de a pie. El viaje antes del acercamiento a la frontera termina por la tarde noche con escala en una Lublin donde la nieve si adormece a esta histórica y patrimonial ciudad.

Las noticias que llegan de los grandes corresponsales españoles e internacionales que se la juegan por contar lo mejor posible lo que ocurre en el hoy hostil territorio ucraniano son cada día más descorazonadoras. No obstante, a una hora de donde llegan los trenes del drama se intenta mitigar cómo se puede el dolor con aquello de la vida sigue.

PD: Este reportaje ha sido posible gracias a Ola Blaszkiewicz y su familia.







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