Personas mediocres y leales frente a personas brillantes y críticas

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Multitud de gente | Foto: Archivo
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Ser mediocre es un peligro real y presente. Leía hace un tiempo que si uno convierte esa sonrisa encantadora en una mueca; se guarda sus ideas brillantes, porque ya no interesan; no trata de ser gracioso ni destapa su carisma, carece de público alguno; su talento, su virtuosismo, su destreza para cualquier disciplina ni asombran, ni fascinan. Quiere decir que es la sombra de la mediocridad. Y por tanto, digo que quién está en esa zona, le digo que está en el imperio de los mediocres.

Decía Sendoa Ballesteros en LinkedIn que la mediocridad, definida como “la calidad de ser moderadamente bueno, aceptable pero no excepcional”, puede parecer inofensiva a primera vista. Pero, añadía que la mediocridad puede tener consecuencias devastadoras. Y para combatir la mediocridad es fundamental desarrollar un pensamiento crítico y promover una cultura donde se fomenten las críticas constructivas en aras de generar valor añadido a través de la innovación.

Añadía Sendoa que la metáfora de la sociedad del sándwich mixto nos ayuda a entender cómo la aceptación de la mediocridad en un aspecto de la vida puede llevar a la mediocridad en todos los aspectos. Cuando en una sociedad la mediocridad parece ser la norma, no es sorprendente encontrar ejemplos de esta en todas partes. Permitir que una organización caiga en manos de personas mediocres es como construir un edificio sobre un terreno inestable. Puede que el edificio se mantenga en pie por un tiempo, pero tarde o temprano, los cimientos comenzarán a ceder y el edificio entero se derrumbará.

Las personas críticas son imprescindibles, cómo esos individuos que cuestionan el statu quo, que no tienen miedo de señalar problemas y deficiencias, y que están dispuestos a proponer soluciones innovadoras. Sin críticos, una organización puede caer en la complacencia y la mediocridad.

Cuanta humildad falta en algunas personas, que creen que nunca se equivocan, además de ser altivos, bastante mediocres, muy ostentosos y claramente intolerantes. Es típico de estas personas mediocres, el no escuchar a los demás y, además, colgarse medallas que no son suyas, incumplir lo prometido o no reconocer un buen trabajo. Por ello, el nivel de integridad es básico para la mejora y el cambio. Y la realidad nos dice que empezamos a no sentir las cosas con la intensidad necesaria cuando vivimos como mediocres leales y no como brillantes críticos. Cuantos de los que tenemos al lado se basan en la mediocridad y la chapuza.

El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. Personalmente prefiero esas personas que mantienen la empatía, esas que no se olvidan de cuando empezaron y se acuerdan de lo que entonces ellos pensaban de los de arriba. Me gustan esas personas que saben el esfuerzo que exigen porque antes lo han experimentado desde abajo. También me gustan esos responsables que contienen sus egos y ceden el paso. Los que respetan sin escalafón. Los que lo piden todo por favor y dan las gracias.

Mientras, en otros entornos, hay quien se pregunta: ¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Y la respuesta es sencilla: reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino adornarla con la apariencia del poder.

En un mundo como el actual, se requieren responsables que con humildad sepan modificar el rumbo, que no se aferren a sus pronósticos y que sepan leer antes que otros los cambios necesarios. La flexibilidad requiere humildad, saber regresar sobre las propias decisiones y los propios sermones. Solamente dudan los humildes, por eso son confiables. Los grandes desafíos requieren grandes compromisos y la altivez nunca fue la madre de compromisos consistentes.

Una persona se convierte en “un gran profesional”, cuando su parte “emocional” acompaña al 100% a su parte “racional”. Es decir, cuando sus conocimientos técnicos van envueltos de confianza, rectitud y actitud de forma permanente. Desde ahí es desde donde nace el trabajo en equipo, la comunicación, el liderazgo, la motivación, etc. Justo las competencias que más caras nos salen cuando flojeamos en ellas.

Todo lo que sea ignorar esto, ensombrece nuestro desempeño como profesionales, y nos convierte en mediocres antes o después. Por mucho conocimiento y experiencia que tengamos. Se trata de tener presente que allá donde tengamos que realizar un trabajo, con mayor o menor responsabilidad, lo hagamos poniendo nuestro mejor conocimiento, pero sobre todo nuestra mayor responsabilidad humana y la más limpia intención de respeto y trato hacia las personas con las que trabajamos. Es decir, desplegar la parte humana que más ayuda a otras personas a que desplieguen lo más humano de sí mismas y entre todos afrontar el proyecto, trabajo, reto o desafío que requiere el aporte de conocimiento y experiencia. Y pensemos en lo que recibimos y en lo que damos.

Y por último, no pidamos lo que no ofrecemos. Es fundamental tener una actitud que motive, que llame la atención por la forma en que cala y toca a los demás, una actitud que ilusiona y que da garantía de una confianza que aglutina, que da seguridad y que invita a que todos despleguemos lo mejor de nuestro trabajo emocional que hay dentro de nosotros en beneficio del equipo del que formamos parte.

Apoyemos emocionalmente. Pidamos perdón cuando nos equivoquemos. Reparemos el daño hecho. Compensemos los perjuicios generados. Todo sin mediocridad.