Malos jefes que manipulan y generan toxicidad

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Los malos jefes manipulan y generan toxicidad | Foto: Remitida
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Jefes malos. Jefes manipuladores. Jefes tóxicos. Jefes vagos.

Lo peor de irnos de vacaciones no es reencontrarnos al volver con esa persona con la que no nos acabamos de llevar, ni siquiera que necesitamos dosis continuas de café para aguantar la rutina.

Lo peor siempre es reencontrarnos con esos jefes manipuladores y tóxicos que destrozan la institución con su falta de estrategia, que están deseando que nos sentemos en la silla para lanzarnos una cantidad infame de trabajo o dejarnos sin nada para hacer, que utilizan la coacción para dejarnos tirados, o que sus frases maquiavélicas y demás exquisiteces destruyen día a día las ganas de levantarnos de la cama para ir al trabajo a pesar de la cantidad de amigos y compañeros que uno/a tiene en el mismo.

Y en ese entorno, es evidente que una persona vaga, mala trabajadora, tóxica y manipuladora nunca ejercerá un liderazgo. Se necesita esfuerzo para ser buen líder, se necesitan horas de trabajo, se necesita ir al gimnasio.

Siempre hemos dicho que hay palabras que curan y cuidan y otras que hieren y matan. Hay palabras que tienen sabor, textura, que son difíciles o imposibles de tragar. Hay palabras que curan y otras que hacen daño, la que proporcionan inquietud y paz y algunas que incluso matan. Las palabras, como las balas, pueden herir y matar; pueden ser una manipulación para el odio y la violencia. Las palabras que elegimos para mirar y actuar en el mundo, las historias que contamos sobre la vida, afectan a nuestra felicidad.

Las palabras son, además, espacios públicos en los que convivimos y por las que todos estamos conectados. Y la realidad es que hay muchos jefes que suelen usar palabras que hieren y matan, palabras llenas de virus y bacterias que infectan la relación jefe/a con los/as trabajadores/as.

Para estos jefes que manipulan y generan toxicidad, sus claves son:

1. El trabajo y la vida son una sola cosa.

Es muy común que los jefes intenten meternos en la cabeza que somos parte de una familia y que, por tanto, el compromiso con la organización tiene que ser prácticamente el equivalente a una relación filoparental.

Esto, además de provocar que nos identifiquemos en exceso con el trabajo llevándolo al entorno social e incluso llevando el trabajo a casa, nos genera un enorme sentimiento de culpa si decidimos que nuestra vinculación con el proyecto debe acabar.

Es una relación empleador-empleado tóxica clásica.

2. Los jefes no saben echar broncas.

Es muy habitual tener jefes que a la hora de ayudar y apoyar, echan broncas que no conducen a nada. Además, de forma habitual, los jefes no saben echar broncas, utilizan muchos virus y bacterias e infectan la relación entre jefes y trabajadores.

Además, existe una escasa implicación del superior en la toma de decisiones, en las necesidades de sus subordinados y en las mejoras necesarias para lograr los objetivos.

Cuando el jefe no cumple toda la presión por alcanzar la meta, recae en los trabajadores, aunque, eso sí, con una sonrisa manipuladora en el rostro.

3. Nos dicen que nos busquemos la vida y que los jefes no están para ayudar.

La situación provoca una enorme desmotivación al trabajador ya que con esa actitud lo que consigue es que la comunicación y confianza mutua acabe por desaparecer.

Un buen líder siempre debe estar dispuesto a ayudar a sus colaboradores, a desarrollar su actividad de la manera más óptima para el interés de la organización. Si no quiere o no puede ofrecer esta ayuda su liderazgo se diluye y su figura deja de ser útil. Normalmente suelen culpar de sus carencias a los demás.

4. Aquí las cosas siempre se han hecho así.

No hay nada más rancio en una organización que los jefes que tiran de tradición para recalcar que aquí las cosas siempre se han hecho así.

Por una lado, el argumento destruye todo tipo de iniciativa en los trabajadores y, por otro, refuerza la visión de una jerarquía en la que los trabajadores más veteranos ocupan una posición privilegiada indistintamente de si sus métodos son los más apropiados.

En la práctica, esta argumentación contribuye al estancamiento de la organización y a la creación de un ambiente tóxico en el que las novedades son sistemáticamente eliminadas.

Recordar que aunque el carácter del jefe sea una completa lotería, siempre dependerá de nosotros establecer los límites de lo que estamos dispuestos a asumir y cómo gestionar sus intentos de manipulación.

Desde tener una posición asertiva y conseguir frenar sus intenciones, hasta elevar nuestro malestar e, incluso, dejar el trabajo.

Hay tantos tipos de liderazgo como jefes. Y entre aquellos que son perjudiciales para el bienestar de los trabajadores y su desempeño en la organización están aquellos que van contra todos:

⁃ son dominantes
⁃ manipulan las situaciones para salir ganando

También tenemos aquellos a los que todo les parece bien:

⁃ son condescendientes
⁃ conformistas
⁃ reacios a correr riesgos o defender a su equipo

Y aquellos alejados del día a día y de la acción de la organización:

⁃ se alejan de sus trabajadores
⁃ disminuyen la comunicación
⁃ alimentan un escepticismo que erosionan la confianza

Es fácil imaginar nombres y apellidos asociados a estos estilos de jefes. Están en los gobiernos, en multinacionales, en pequeños negocios, en instituciones. Por todas partes. Y, además, manipulan las emociones negativas del modo más dañino posible.

Lo que realmente es un fracaso es trabajar en un lugar en el que no se valoran ni ofrecen las herramientas para crecer como profesional.

Las claves para hacerlo de otra forma son:

1. Ser consciente de lo que nos espera. Es importante contar con una valoración realista del tiempo y esfuerzo para adaptar verdaderamente nuestro estilo.

2. Planificar la agenda de aprendizaje para que seamos buenos a la hora de navegar de forma colaborativa en situaciones en las que no tengamos autoridad directa sobre las personas con las que trabajamos.

3. Crear un espacio para el aprendizaje y para la reflexión que permita acelerar el proceso, capitalizar las pequeñas ganancias y aprender más de nuestros retrocesos inevitables.

4. No hacerlo solos y cuando pidamos feedback debemos estar preparados para hacer caso a las recomendaciones, ya que los líderes que van a fracasar más en sus viajes de adaptación son aquellos cuyos compañeros se cansan de dar feedback y que nada surja del mismo.

No dejemos que el drama impida disfrutar de nuestro trabajo. Háganos lo posible para ser mejores líderes.







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