Rock & Risas

Media maraton granada - Eva González Roldán (19)
Javier Merino no se plantea, por ahora, participar en una carrera popular de domingo | Foto: Eva González/Archivo GD
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Un mito: los domingos en Madrid son de Rastro y vermut. Respecto a esta creencia, yo soy agnóstico, que no ateo. Quizás convenga explicar la diferencia. Agnóstico es quien no afirma ni niega la existencia de un Dios, en este caso de una tradición, mientras no sea capaz de demostrarlo. Vamos, como el que no ha estudiado antes de un examen y lo deja en blanco, a la espera de que el profesor valore al menos su honestidad.

El ateo, por su parte, es el que directamente niega dicha existencia. O lo que es lo mismo, el estudiante que llega al examen con “ni puñetera idea”, pero te rellena el tipo test. No necesita justificación; si él dice que no, es que no.

Pues bien, yo estoy en el grupo de los agnósticos del Rastro & vermut. ¿Por qué? Porque nunca lo he visto. Básicamente nunca he hecho el esfuerzo. Si los domingos los hizo el Señor para descansar, ¿qué sentido tiene pegarse el madrugón para acabar desmayándose entre un tumulto de gente?

Todo ello para luego recuperar el aliento con un vermut fresquito. Esta bebida solo la he probado una vez. Y no lo voy a volver a hacer nunca más. Si tuviera que definir el sabor, diría que malo tirando para malísimo. Pero bueno, para gustos los colores. A mi abuela, por ejemplo, le encantaba. Aunque seguramente fuera más por el momento de charla que por la bebida en sí. Eso quiero pensar.

El caso es que el pasado domingo mis amigos decidieron ir a sufrir al Rastro. Yo tenía otros planes, claro está. Concretamente ir a la Gran Vía a escuchar un monólogo de Goyo Jiménez. “Mono” por partida doble. Hablaba él solo, y escuchaba yo solo. No quiero decir que no hubiera más público en el Teatro Capitol ese domingo. ¿Os imagináis el esperpento?

A lo que me refiero es a que fui yo solito. Bien sobrio, eso sí, que este no es un spot del Ministerio de Igualdad. Hace tiempo que normalicé lo de hacer los planes en solitario. ¡Qué manía tenemos de poner la asistencia de nuestros amigos como condición innegociable para hacer planes! Entiendo a esos “lentos” (entre los que me incluyo) que necesitan de al menos tres amigos intérpretes para entender las películas en el cine, ¿pero el resto?

En cualquier caso, esta no es una argumentación a favor de la soledad inspiradora. Os quería hablar de mi mañana de domingo. Salí de casa con tiempo y con el Google Maps preparado. La puntualidad es de mis mayores virtudes; mi nulo sentido de la orientación, de mis mayores defectos.

Menos mal que salí con tiempo, porque entre yo y el teatro se interponía una carrera popular. Para los que no lo sepáis, Madrid es aquella ciudad donde las principales vías se cortan domingo sí, domingo también, por culpa de una carrera popular. A ver, que no es que tenga nada en contra de estas. ¿Pero de verdad es necesario cortar la Castellana o la Gran Vía por culpa de una marabunta de locos que deciden invertir su mañana de domingo en correr 21 kilómetros sin ningún motivo aparente?

Antes de ganarme el hate de la comunidad raner, en mi defensa he de decir que yo fui de esos. Y me parece admirable que la gente sea capaz de mantener el buen hábito. Mejor eso que tirarse el domingo dándose codazos en el Rastro. Pero espero que entiendan que cada domingo que me encuentro con una carrera popular se me borra un poco esa admiración.

Al menos esta vez la carrera tenía su gracia. Eran las Rock´n´Roll Running Series. Una media maratón con conciertos de rock en medio del recorrido. No siendo yo muy fan del rock (no me lo tengáis en cuenta, me he criado en la época del reguetón), tengo que reconocer que la mezcla de este género y cientos de personas corriendo tiene su gracia. Una vez has cruzado al otro lado de la calle, claro.

Supongo que ninguno pensaba que me iba a quedar de brazos cruzados, ¿no? ¡Claro que crucé! No descarto que algún raner se acordara de mis familiares más cercanos mientras me interponía de forma perpendicular en su trayectoria. Si me está leyendo, lo siento, ¡pero no iba a perderme mi cita con Goyo!

Sobre el monólogo, tampoco os voy a contar mucho. Es Goyo un tipo muy gracioso, con capacidad de reírse de sí mismo, que bien vendría más de eso en los tiempos que corren. Pero tampoco voy a recomendaros asistir a su espectáculo, básicamente porque esta era la última función.

Al salir del monólogo, una turista perdida me preguntó: “¿Dónde es lo del Rey León?” Yo la miré extrañado. Hasta donde yo sé, el monarca actual está en la Zarzuela. El antiguo, de regatas. Los leones, por su parte, se encuentran en el zoológico de la Casa de Campo. Eso espero, porque si no menudo susto se va a pegar alguno.

Luego caí en la cuenta de que se refería al musical. Por muy bien que me hayan hablado de este, tampoco os lo voy a recomendar. No por falta de funciones, sino porque aquí también soy agnóstico. Me pasa con los espectáculos como con las series de Netflix: cuanto más me los recomiendan, menos me apetece verlos.

Volviendo a la turista, tampoco es que pudiera ayudarla. Ya os he reconocido que la orientación no es mi fuerte. Así que le dije amablemente que en algún punto de la Gran Vía. Que es como decir a un turista en Nueva York que Times Square pilla por alguna parte de Broadway.

Así transcurrió una mañana de domingo más en Madrid. Entre Rock & Risas. Quizás alguno esté decepcionado porque esperaba que le hablara del Rastro & Vermut. Quizás algún día haga el esfuerzo de madrugar para acompañar a mis amigos. Al menos para dejar mi agnosticismo atrás y poder contarlo. De todas formas, os aseguro que, si venís al agujero del donut algún domingo, planes no os van a faltar. Eso sí, ¡tened cuidado con las carreras!







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