Viernes Santo y la Chía

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Foto: Remitida
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Hay cosas, detalles y personajes, reales o falsos, que no se olvidan y que cuando uno está lejos y se acercan fechas claves, reviven con fuerza y la memoria comienza a trabajar haciendo que uno, ya mayorcito, se vuelva de nuevo un niño en casi todo.

Y una de esas fechas es el Viernes Santo en Graná y lo que eso acarreaba. Un niño en la calle Almona de San Juan de Dios, una Semana Santa que originó las obligadas vacaciones, cines y teatros cerrados, música especial y el “parte” en la radio, unas cofradías que desfilan todos los días y en su mente, la crucifixión y muerte de Cristo.

Y llega el Viernes Santo (los demás días casi no cuentan), desayuno, nervios, ropa de domingo y a revivir la muerte del Salvador. Salida pronta y rápida andando por un largo camino por delante, Gran Vía arriba hasta llegar al edificio de correos con sus feos y asustantes leones que hacían de buzones, calle Pavaneras adelante, dejando Capitanía General a la derecha y caminito del Campo del Príncipe que es el punto de destino.

Allí estaba y está ese impresionante Cristo de los Favores delante del Hospital Militar y todas las miradas están dirigidas a él y a su madre que esta tarde está representada por la Soledad de Santo Domingo. Y hay que esperar, la plaza se va llenando, no se cuentan nunca cuantos, pero miles de personas esperan el toque del cornetín que sonará a las tres en punto de la tarde y anunciará que se ha crucificado al nazareno y va a reunirse con su padre. Todo esto te lo habían contado en el colegio, yo soy marista, se te queda siempre en el alma y en la mente y nunca, nunca, lo olvidaras pasen los años que pasen. Tras el cornetín, rodilla en tierra porque hay que rezar las “cinco llagas” y después hay que volver a casa ya que hemos entrado en un luto que durará hasta el domingo.

Tú preguntas por alguna duda que surja, pero te queda muy poco por aprender porque todos los años vives lo mismo, y tus padres te aclaran lo que puedan y se haya quedado en el aire. Así que vuelta a casita por el mismo camino, que hay que cambiarse y vivir la segunda parte de este viernes. En casa, para coger fuerzas, y guisado por mi madre, espinacas con muchos ajos fritos y tortillitas de bacalao, que componían el menú inolvidable también de ese día.

Y así llega la segunda parte, hay que vestirse con túnica negra, capirote amarillo a cara descubierta aún por la edad, dejar que te revise la que manda que además tiene que ir vestida de mantilla porque para eso es camarera. Trio de gala que con los años se convertirá en cuarteto y hasta de cinco porque mis hermanos se irán sumando cuando su edad se lo permita. Túnica, capa, y a ver dónde te toca este año que no tienes que ir en las filas de los mayores.

Y vas caminando hasta el monasterio de Santa Paula, de allí sale la Soledad y el Descendimiento del Señor, donde esperan cofrades, músicos e imágenes y esperas, ya con la vara que te dan al llegar, al Cristo yacente en su parihuela que llevarán los Apóstoles en vivo por la calle y también estarán las Tres Marías que mostraran su pena por lo perdido y esperando lo señalado por el Maestro para su resucitación.

Es una cofradía distinta por todo esto comentado ya que los fieles no verán al Redentor en un paso ya que como queda señalado, irá tumbado. Y mientras esperas miras a todos los lados porque hay un personaje, en realidad llegan a ser dos, al que llaman la Chía y es una cosa extraña que parece una persona, pero no lo es, lleva una especie de plumero y tiene una trompeta. Le llaman así y sirve entre otras cosas para que los niños desde las aceras la llamen y ella les responda, pero mientras sí y mientras no, yo le temía más que a una vara verde y nunca me acerqué lo suficiente por si acaso. Han pasado muchos años y aún no me he enterado que significaba este personaje, aunque he oído varias versiones y estoy aún pensando con cuál de ellas me quedo.

Salida, recorrido, alegría por estar un año más esa tarde noche de nazareno-niño y vuelta a casa contento y feliz. Una costumbre que duró varios años porque hasta llegué a salir de mayor y una de las cosas que más extraño desde la lejanía es no poder estar de nuevo desfilando con mis imágenes de siempre.
Ese era mi Viernes Santo que se convertía en un día especial de los que siguen señalados en mi agenda personal que nunca se borra.

Y, para terminar, por si alguien no se ha enterado bien, señalar que en este relato hay lugares que no existen o están cambiados, pero que estuvieron en una Granada por desgracia estropeada muchas veces casi a conciencia. Pero es que esta historia y sus sentimientos es de hace mucho, quizás demasiado, tiempo.







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