Crónica de un día a dos velas

Velas
La expresión 'estar a dos velas' se hizo realidad | Foto: Remitida
Avatar for Juan Carlos Uribe
0

La expresión 'estar a dos velas', como ustedes sin duda sabrán, suele aplicarse a alguien que está sin recursos, sin dinero o en la propia indigencia. Una de las varias explicaciones del origen de esta expresión nos habla de que se remonta a las partidas de cartas o juegos de azar ilegales donde un banquero, para contar el dinero, usaba dos velas. Si un jugador ganaba todo el dinero del banco, el banquero se quedaba literalmente 'a dos velas', es decir, sin pasta y solo con los dos cirios encima de la mesa, tieso, en lenguaje vulgar. Entre sus muchos usos también sirve para describir a alguien que lleva mucho tiempo sin saborear las mieles del sexo: 'Hace mucho que no me como una rosca, estoy a dos velas'. Pero el relato de hoy no va de dinero, ni siquiera de la falta de lo otro. Seguramente ya habrán supuesto por dónde van los tiros.

28 de abril de 2025. Son las 12:33 de un lunes aparentemente normal, como otro cualquiera, cuando de repente se va la luz. Uno, en su puesto de trabajo, se queda sin teléfono, internet, correo electrónico y sin comunicaciones, tan solo a expensas de la batería del portátil. Saltan las luces de emergencia en todo el edificio. Hasta ahí algo que, aunque no es lo habitual, tampoco podemos decir que nos sea ajeno. Alguna que otra vez, bien por averías en la zona o por otras causas, nos hemos quedado sin suministro eléctrico. Pues nada, toca esperar a que vuelva.

Un minuto después recibo en mi móvil un mensaje avisándome de que también se han apagado unas cámaras de vigilancia en mi domicilio. La cosa apunta a una avería en toda la zona -pensé. Algo que no ocurre asiduamente, pero no descartable, pues se ha dado el caso esporádicamente. Fue la última vez que vi con vida a mi móvil, antes de su resurrección 14 horas después. Vacaciones pagadas y descanso para él y, por qué no decirlo, para mí también.

A partir de ese momento, en mi trabajo empezó a crecer el revuelo. Que si el apagón ha sido en media Europa, que si en Francia y Suiza también están igual, que si se ha extendido a Portugal. La cosa tomaba otros tintes más graves y desconocidos. A partir de ahí ya conocen todo lo que vino detrás.

En cinco segundos –los mismos que tarda un ministro en quitarse de en medio- 15 megavatios de energía, según Sánchez, se esfumaron, reformulando así, nuestro presidente, la Ley de Lavoisier que demostró en su momento aquello de que “la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma”.

Como en todo este tipo de historias y situaciones -véase Covid-, al menos tendemos a quedarnos con lo bueno, con lo positivo, que ya vendrán después las quejas y las denuncias.

Se fue la luz y, cuando ya todo el mundo tenía más o menos claro que la cosa iba para largo, empezamos a fijarnos en las cosas más simples de nuestra cotidianidad y de las cuales no nos percatamos habitualmente. En medio del caos, surgió una paradoja: la desconexión masiva nos reconectó con nosotros mismos.

Sin móviles, sin internet, sin pantallas que mediaran nuestras interacciones, las calles se llenaron de conversaciones cara a cara. A media tarde los parques abarrotados de niños jugando con sus padres. Familias enteras echadas a la calle y, lo más sorprendente, hablando entre ellos, sin las cabezas agachadas, en acto de pura sumisión, pendientes del móvil. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Parecía una imagen traída de 40 años atrás. Para mí, personalmente, era reconfortante esa visión. La ausencia de tecnología nos obligó a ser humanos nuevamente, a comunicarnos de manera auténtica, sin filtros ni distracciones, volviendo a resurgir en nuestra forma más pura.

Nos asustaron, desde la DGT, del riesgo de accidentes al no funcionar semáforos y nos advirtieron del peligro que corríamos si salíamos con el coche o incluso andando, cuando cayera la noche. Lo único que les puedo decir, desde mi propia experiencia, es que se circulaba mejor y más seguro sin semáforos que con ellos funcionando.

A mediodía, cuando todavía la ciudad estaba atestada de coches, resulta que nos volvimos, de pronto, más cívicos, más prudentes, más educados. Cumplíamos escrupulosamente todas las limitaciones de velocidad, quizás por el temor a algún accidente repentino, y respetábamos las señales de tráfico. Cedíamos el paso, en un acto de educación y solidaridad, a los viandantes que iban a cruzar. Sin darnos cuenta, y debido a ese apagón, sacábamos cualidades interiores que normalmente tenemos ocultas.

Y qué les voy a decir cuando cayó la noche. Coincidió ese lunes con una luna nueva que hacía que el cielo brillara con inusitada claridad. Las estrellas y constelaciones tomaron verdadero protagonismo, saliendo a relucir. Se podían observar como si estuviéramos en plena naturaleza. Eso le confirió un toque romántico y verdaderamente hermoso a aquella jornada.

Hasta ahí casi todo idílico y maravilloso, pero, sin desmerecer una cosa, lo alarmante es observar cómo en 5 segundos todo nuestro mundo se vino abajo -recuerden un artículo que publiqué allá por finales de agosto pasado hablando sobre el apagón global que se produjo por aquellas fechas.

La enorme fragilidad en la que estamos sumidos nos hace altamente vulnerables sin que, y es lo más preocupante, seamos conscientes de ello. Creo que esto son toques de atención que nos deben de poner en alerta al respecto.

Las consecuencias económicas y de otras índoles de este apagón que afectó a España -solo a España-, están todavía por evaluar. Las causas, a la hora en que se escribe este artículo, se desconocen verdaderamente. Hay muchas voces y opiniones de índole profesional que se han expuesto, pero oficial, aún ninguna.

Catorce horas, en mi caso, catorce, fueron las que tardó en volver el suministro eléctrico. Seis las que tardó el presidente Sánchez en comparecer para no decir nada. Eso sí, sin saber nada, descartó que la causa del apagón fuese un problema de "exceso de renovables" y señaló que exigirá responsabilidades a las eléctricas. Ya tenemos, de momento, un chivo expiatorio. ¿Quién se atreve a pensar que esto pueda ser una consecuencia de la nefasta política energética que este gobierno está llevando a cabo? ¡faltaría más!. Me produce sonrojo y vergüenza ajena. Ya verán ustedes como, después de una semana de estar calladitos mientras construyen el relato que nos van a contar a la ciudadanía, resulta que el gobierno no tiene ninguna responsabilidad sobre ese apagón. Le tendremos, además, que estar agradecidísimos por la rapidísima solución del mismo.

Este es el primer paso para ingresar en el selecto club de países donde esto es lo habitual. En cualquier país civilizado y del primer mundo, esto es impensable. A pesar de todo me quedaré con una frase que circulaba días atrás por internet. 'A veces, solo a veces, la vida necesita apagarse un poco para que recordemos todo lo que sigue brillando'.







Se el primero en comentar

Deja un comentario