La cadena de favores que salvaron a Sara en el apagón de Granada
Una historia de humanidad que ha dejado el apagón vivido en la ciudad, por parte de varias personas con una turista perdida

La noche del lunes 28 de abril, Granada quedó sumida en una oscuridad poco habitual. Un apagón generalizado desconectó la electricidad, la cobertura móvil y el acceso a internet durante horas. Fue una jornada extraña y caótica para miles de personas. Pero para Sara McCown, una joven estadounidense que acababa de llegar a la ciudad, aquella oscuridad fue también el escenario de una de las experiencias más duras , y a la vez más humanas, de toda su vida.
Sara, nacida en Carolina del Norte, había vivido en Granada hacía justo un año. Esta ciudad la había enamorado por completo: sus calles, su gente, su ritmo. En su regreso a España, tras unos días en Huelva, decidió que no podía marcharse sin volver a pisar sus rincones favoritos y visitar a unas amigas antes de regresar a Estados Unidos. Lo que no esperaba es que al bajarse del autobús en la estación granadina, el destino le tuviera preparada una historia que jamás olvidará.
Pasaban las seis de la tarde cuando llegó a la estación de autobuses. Lo primero que notó fue que algo no iba bien. El edificio estaba completamente a oscuras. No funcionaban las puertas automáticas, ni los paneles, ni los teléfonos móviles. La cobertura había desaparecido y la conexión a internet también.
“Pensé que era algo puntual. Pero cuando salí y vi que no había luces, ni semáforos, y que no podía contactar con nadie… supe que algo muy raro estaba pasando”, cuenta Sara. ,En ese momento tenía solo 20 euros en efectivo. Al depender de su tarjeta bancaria para todo, nunca imaginó que no podría utilizarla durante horas. Fue entonces cuando se le acercó un joven, que dijo venir de los Países Bajos, pidiéndole ayuda. Aseguraba no tener dinero y estar atrapado sin recursos. “Le di 10 euros. Pensé que si yo estaba angustiada en ese momento, él debía de sentirse igual. Me porté con él como me gustaría que se portasen conmigo si estuviera en su lugar”, recuerda.
Lo que Sara no sabía es que ese gesto, que hizo con naturalidad, la dejaría con solo 10 euros en el bolsillo durante una noche en la que no podría sacar dinero, llamar a nadie ni encontrar un refugio seguro. Algo que el Kharma guardaría para más tarde.
Su siguiente destino era el barrio del Realejo, donde vivía un amigo con quien pretendía pasar la noche, antes de coger su vuelo de vuelta a casa. Sin poder contactar con este, tomó un taxi para acercarse a la zona, con la esperanza de encontrárselo por casualidad o recordar la ubicación exacta. Pero al llegar, la situación solo empeoró. “El barrio estaba desierto, sin luces, sin apenas gente en la calle. Empezaba a anochecer y me di cuenta de que no podía localizar a mi amigo. "Con el taxi al lado y con mis maletas rompí a llorar. Sentí que iba a quedarme en la calle esa noche, sola, en un país extranjero, sin poder comunicarme con nadie.”
La oscuridad del apagón sacó la mejor versión de los granadinos
Fue en ese momento cuando dos personas que paseaban con un carrito de bebé se acercaron a consolarla. Intentaron tranquilizarla, le ofrecieron conversación, comprensión. “Ese simple gesto me devolvió algo de esperanza”, dice Sarah. Y justo cuando pensaba que tendría que pasar la noche allí, en la calle, volvió a aparecer el taxista que la había dejado minutos antes. Preocupado por ella, le preguntó si recordaba a alguien más en Granada. Sara mencionó vagamente que tenía unos amigos que vivían en la calle Gonzalo Gallas, aunque no sabía en qué piso exactamente.
El taxista, sin dudarlo, le dijo: “Sube, vamos a buscarlos”. Y, a pesar de saber que no podría cobrarle, la llevó sin pedir nada a cambio. “Fue increíble. No me conocía de nada, pero quiso ayudarme.”
Al llegar a Gonzalo Gallas, Sarah se encontró de nuevo en la misma situación. No sabía el portal ni el piso de sus amigos. Volvía a estar perdida. Entonces apareció Manu, quien iba de camino a casa de su hermano Fran a pasar la noche. Al ver a Sara, con cara de angustia y al taxista al lado consolándola, se interesó por lo que ocurría. El conductor le explicó brevemente la historia, y sin dudarlo, Manu le ofreció que le acompañara y que pasara la noche bajo techo. “Yo dudé unos segundos. No conocía a ese chico. Pero estaba tan desesperada, tan asustada… y él fue tan honesto, tan generoso. Decidí confiar.”
“Vi a una chica sola, con cara de susto, y no pude mirar hacia otro lado”, cuenta Manu. “No podíamos dejarla tirada. En ese momento no sabíamos quién era, pero era evidente que necesitaba ayuda”.
Subió con él. Allí conoció también a Fran. Ambos la acogieron como si fuera una amiga de toda la vida. Le ofrecieron un plato de comida, una ducha, un sofá donde dormir y, sobre todo, seguridad y cariño en una noche extraña y silenciosa. “Pasé de estar sola y llorando en la calle a sentirme cuidada por dos personas que no me debían nada. Fue como una película. Aún me cuesta creerlo”, dice con los ojos brillantes en la redacción de GranadaDigital. “Fue un acto natural, instintivo”, añade Fran. “La ciudad entera estaba paralizada, y ella estaba sola y bastante asustada. Cuando mi hermano entró en la casa con ella, pensaba que era en principio una broma, pero al verla así no lo dudé. Lo mínimo era abrirle nuestra casa y darle algo de comer, una ducha, un sitio seguro para dormir”.
Con el amanecer, la ciudad fue poco a poco recuperando la luz. Los teléfonos comienzan a vibrar con cientos de mensajes que se habían perdido en la red y con llamadas perdidas que aún están por contestar. Es durante esa mañana cuando aparece Marisa, amiga de Fran que se ofrece a dar de desayunar a Sara un poco de pan con ajo y aceite, además de acompañarla y sus maletas hasta la casa del amigo de nuestra protagonista en el Realejo, con quien finalmente ha podido contactar.
Antes de volver a casa, Sara ha querido compartir su vivencia con GranadaDigital, no por ella misma, sino por todas las personas que le tendieron la mano sin esperar nada a cambio. “Creo que todo volvió a mí por aquel primer gesto”, reflexiona. “Le di a aquel chico lo poco que tenía porque pensé que era lo correcto, porque era como yo querría que me trataran. Y al final, fue exactamente como me trataron a mí. Esta ciudad me devolvió todo, incluso en la oscuridad”.
La historia de Sara no es solo la crónica de una noche difícil. Es un recordatorio de que, incluso cuando las luces se apagan, hay personas que brillan con fuerza. Que en medio del caos, de la incomunicación y del miedo, la humanidad encuentra su lugar. El apagón de Granada será recordado por muchos como una noche de confusión. Pero para Sara McCown, será siempre la noche en que descubrió que los desconocidos pueden convertirse en héroes, y que la bondad, sin hacer ruido, es capaz de iluminarlo todo.
Una ‘Ronda de noche’ entre velas, guitarras y solidaridad en Granada
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