Personas que cuidan. Cuidar un arte, un don, un acto de vida
Cuidar es un acto de vida, cuyo objeto no es otro que permitir que la vida continúe y se desarrolle. Es una necesidad humana, ya que los cuidados representan prácticas y rituales que garantizan la supervivencia individual y de la comunidad. Una lucha contra el sufrimiento y contra la muerte. Cuidar es un arte, es un don. Gracias de corazón por el extraordinario trabajo diario de las personas cuidadoras, un trabajo que dignifica y os hace grandes.
Hay que reconocer que existe un derecho a ser cuidado y un deber de cuidar que no admite excepciones, que afecta a todo el mundo y cuya responsabilidad ha de ser asumida individual y colectivamente.
Tiempo de cuidados se propone acallar las voces que aún se resisten a colocar el cuidado en un lugar prominente, contraponiéndolo a la justicia. Ambos son valores complementarios, pues las categorías anejas al cuidado rompen la concepción binaria del género que el feminismo aún no ha conseguido sustituir. Privilegiar categorías masculinas —yo, razón, mente— en detrimento de otras consideradas femeninas —las emociones, el cuerpo, las reciprocidades—, o mantener esa división binaria que distribuye las funciones de cada género, implica mantener el patriarcado y debilitar la democracia.
Como dice Carol Gilligan: "En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana".
1.Cuidar es velar por la autonomía del otro (el escrupuloso respeto a la autonomía del otro): el cuidar es una práctica de acompañamiento.
2.Cuidar es velar por la circunstancia del otro (el conocimiento y la comprensión de la circunstancia del sujeto cuidado): no se puede cuidar al otro si no se sumerge uno en su circunstancia y comprende las claves de su contexto.
3.Cuidar es resolver el cuerpo de necesidades del otro (el análisis de sus necesidades), sino en darle herramientas. Para cuidar debe haber un sujeto dispuesto a cuidar y un segundo dispuesto a ser cuidado. El deseo de cuidar es un impulso altruista.
4.Cuidar es preocuparse y ocuparse del otro (la capacidad de anticipación), es velar por su identidad.
5.Cuidar es preservar la identidad del otro (el respeto y promoción de un cuidado correcto).
6.La práctica del cuidar exige el autocuidado (el autocuidado como garantía del cuidado correcto).
7.La práctica del cuidar se fundamenta en la vulnerabilidad (la vinculación empática con la vulnerabilidad del otro).
Cuidar, un trabajo invisible
Se pone de manifiesto cómo el cuidado tiene un valor intrínseco. Tradicionalmente, lo llevaba a cabo la mujer y estaba motivado por un sentimiento de amor hacia los suyos; sin embargo, siempre había estado relegado a un segundo plano pues el verdadero trabajo era el productivo y no el cuidado de las personas. De este modo, la ética del cuidado es la que ha puesto de manifiesto la necesidad de protección, atención y ayuda a las personas vulnerables.
Cuidados indispensables
Cuidar es atender y preocuparse por el otro, el cual es vulnerable. Esa vulnerabilidad nos obliga a vernos como seres relacionales y necesitados del otro. Por este motivo, nuestra autora realiza una vivaz connotación sobre el cuidado. Por un lado, se deriva una obligación de cuidar originaria de la compasión (“sentir con” el que sufre) y del cual emana la moralidad. Por otro, una obligación de justicia en tanto que es contrario a la equidad que las responsabilidades de cuidado recaigan solo en una parte de la humanidad. Por eso, se sostiene que el cuidar es cosa de todos, no solo de mujeres. Esta obligación moral comporta un deber que trasciende del reducto de la vida personal llegando incluso a la esfera política democrática. Tener cuidado implica, pues, "detectar necesidades y repartir responsabilidades". Hay, por ende, una dimensión pública del cuidado.
Cuidar significaba preocupación, angustia o ansiedad, o sea concebían el cuidar como una carga y por otro lado, era el proporcionar atención a los otros pero con una connotación positiva, como una atenta diligencia o dedicación.
Cuidar del otro es ayudarle a crecer, tanto si este otro es una persona, una idea, un ideal, un trabajo de arte o una comunidad. Ayudar a otras personas a crecer también representa animarlos y asistirlos para que puedan ser cuidados por alguna cosa o por otra persona aparte de nosotros mismos.
El cuidado desde una perspectiva antropológica siempre está presente. Desde los orígenes de la humanidad como anteriormente se apuntaba, los cuidados están relacionados con la protección de la salud.
Por cuidados podemos entender la gestión y el mantenimiento cotidiano de la vida y de la salud. Presenta una doble dimensión: “material”- corporal, e “inmaterial”-afectiva.
Hay personas que cuidan, normalmente mujeres que cuidan, aunque cada vez más se incorporan hombres (no de forma suficiente) al cuidado de sus familiares.
Las personas que cuidan lo hacen normalmente de forma no remunerada, fuertemente feminizada, invisibilizada y no reconocida. Y todo ello, en un entorno donde los cuidados informales, desempeñados en más del 75% de los casos por mujeres todos o casi todos los días de la semana durante 8 horas o más, juegan un papel clave en las desigualdades de género y de salud, y son un paradigma de la invisibilidad de la contribución de las mujeres a la sociedad. Aunque quiero decir que no se puede seguir cuidando a partir del sobreesfuerzo de las mujeres en la familia y de la precariedad laboral del cuidado y de unas políticas públicas insuficientes e insatisfactorias.
Las personas que cuidan hacen un trabajo sin duda, revolucionario. El cuidado es revolucionario. Es necesario reconocer el valor del cuidado y darle centralidad, porque sin él no hay vida. Por otra parte, los cuidados actúan como un estresor crónico y constituyen un factor de riesgo para la salud para la personas que cuidan. Cuidar a las personas mayores o en situación de dependencia debe tener una dimensión social y política, por lo que afecta a la salud y calidad de vida de las personas que cuidan. Necesitamos sociedades cuidadoras, ciudades y pueblos que cuiden.
Las personas que cuidan tiene que valorar que sin el cuidado, no hay vida. Y el cuidado no es una cuestión material, es una actitud que implica pensar en las necesidades de los demás. Relacionarnos con otros implica saber leerlos, empatizar con ellos y responder a las señales que nos dan. Esto es lo que consiguen quienes son sensibles a las necesidades de los demás. Además, centrarse en las necesidades de los demás es una estrategia de salud y felicidad. Los estudios lo demuestran: las personas más felices participan activamente en sus comunidades, tienen relaciones de calidad, se comunican mejor y son más sanas. Esta sensibilidad interpersonal es una combinación de inteligencia emocional y habilidades sociales, dos factores cruciales que nos acercan al bienestar y al éxito social.
La realidad de las personas que cuidan nos dice que las brechas hunden sus raíces en profundas desigualdades en los cuidados: las mujeres europeas invierten 22 horas semanales en tareas domésticas y de cuidados, mientras que los hombres dedican solo 9, y el 75% de las personas cuidadoras informales son mujeres. Y ante ello, es necesario adoptar medidas para reducir, redistribuir y valorar ese tipo de trabajo promoviendo el reparto equitativo de las responsabilidades entre mujeres y hombres en el hogar.
Según los estudios de la socióloga María Ángeles Durán, "los hombres mueren felices, guapos y ricos", ya que las personas que les cuidan son mujeres más jóvenes que ellos e incluso "con mayor diferencia de edad en el caso de ser segundas nupcias", mientras que "las mujeres tejen redes de apoyo social con hijas, hermanas, amigas y vecinas" para asegurarse un final en compañía. Es necesario poner encima de la mesa que el cuidado de las personas mayores se fundamenta en fuertes desigualdades de género, de clase y de origen.
Y es necesario que el cuidado de las personas mayores y dependientes, tiene que ser un proceso de avance hacia la igualdad de género y hacia la justicia social. Las personas que cuidan necesitan respuestas de toda la sociedad, en un entorno además que cuidar empobrece y que la pobreza es femenina y por tanto, cuidar, que es femenino, empobrece.
Las personas que cuidan a las personas mayores, a niños y niñas pequeños o a pacientes o personas en situación de dependencia deben obtener por ello, una dimensión social y política. Las personas cuidadoras necesitan sociedades cuidadoras, esa es la clave, ese es el cambio.
Las personas que cuidan de las personas mayores se fundamenta en fuertes desigualdades de género, de clase y de origen. Necesitamos que el cuidado de mayores y dependientes proporciones un avance hacia la igualdad de género y la justicia social.
El cuidado sin duda pero, es revolucionario. Es importante reconocer el valor del cuidado y darle centralidad, porque sin él no hay vida. Sin el cuidado, no hay vida. Las personas que cuidan dan vida.
Las personas que cuidan saben que el cuidado no es una cuestión material, es una actitud que implica pensar en las necesidades de los demás. Y con ello, hay decir lo que dice una encuesta europea: el 44 % de la población europea considera que el cometido más importante de una mujer es cuidar del hogar y la familia, mientras que el 43% piensa que el cometido más importante del hombre es ganar dinero. Y eso es necesario cambiarlo, con implicación, como decíamos, de toda la sociedad, porque el rol de cuidadora es asumido por las mujeres de manera naturalizada (“es su papel”), mientras que para los hombres el cuidado es un rol “prestado”, que no les es propio.
Los cuidados, basados en la desigualdad y la salud de las mujeres, necesitan un cambio en la Ley de Dependencia para que empodere y proteja a la mujer cuidadora y favorezca que los hombres se metan mucho más en el papel del cuidado. La ONU, por otro lado, reconoce la desproporcionada carga de cuidados que asumen las mujeres y las repercusiones en su salud. Y dice que el trabajo de cuidados no remunerado sigue siendo invisible y está infravalorado y que “las mujeres y las niñas, incluidas las adolescentes, asumen una parte desproporcionada del trabajo del cuidado y cuidado doméstico no remunerado de generación en generación.
En un reciente Informe de la Comisión Europea, con datos anteriores a la pandemia, se muestra que el promedio de horas de cuidado informal era mayor en Estados miembros del Sur y del Este, con un máximo de 28 horas semanales para las mujeres en España, donde más del 30% de las mujeres que cuidan dedicaban más de 40 horas semanales. La reciente Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y Situaciones de Dependencia 2020 pone también de manifiesto estas desigualdades de género en los cuidados, y sigue señalando como perfil predominante a las mujeres cuidadoras entre 45 y 64 años, la llamada “generación sándwich”. Estas múltiples desigualdades implican un mayor impacto de cuidar sobre las vidas y la salud de las mujeres, que se llevan la peor parte.
45 de cada 100 mujeres cuidadoras de personas dependientes calificaba su salud como mala, frente a 30 de cada 100 hombres. Se trata de un trabajo no remunerado, sin precio en el mercado, algo que se suele confundir con una carencia de valor, que generan un impacto laboral y económico en la persona cuidadora, quien no puede plantearse trabajar fuera de casa o que ha tenido que reducir su jornada, con los consecuentes problemas económicos. Y quien, además, acaba descuidando su propia salud y aislándose socialmente por la renuncia laboral y la falta de tiempo de ocio.
Necesitamos una mayor inversión en las personas que cuidan para conseguir que el cuidado sea el que necesita la sociedad.