Vuelvo a Granada

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Foto: Archivo
Martín Domingo
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Se conmemora estos días el 25 aniversario de la puesta en marcha del primer AVE entre Madrid y Sevilla, razón por la cual el presidente Rajoy, acompañado de su ministro de Fomento, ha realizado el mismo recorrido que en abril del 92 hicieron los primeros conversos a la fe de la Alta Velocidad.

A su llegada a la Estación de Santa Justa, Rajoy ha asegurado que “con una de las redes de alta velocidad más extensas del mundo, ya no podemos hablar de España invertebrada: los españoles somos más vecinos los unos de los otros”.

Escuchando las palabras del presidente, me he sentido un ciudadano extranjero: en concreto, súbdito de la taifa independiente de Granada. Porque no sé si ustedes, queridos lectores de allende la colina roja, saben que Granada, sí, Granada, la ciudad que posee el monumento más visitado de España, lleva 700 días y 700 noches aislada por ferrocarril. Ni ave, ni talgo ni un triste tren de la bruja. Nada. Uno piensa en las infraestructuras de la provincia y le invade la melancolía de la que no podía huir Sabina porque el tranvía siempre se le escapaba. ¡Qué fortuna la suya, aquí no habría encontrado ni la estación!

Dan ganas de pedirle al yerno de Villar Mir, el compi yogui de la reina Letizia, que arrime un poco de viruta al político que corresponda, a ver si por el método alternativo de la comisión fraudulenta conseguimos alcanzar, al menos, el estatus ferroviario de Móstoles y Navalcarnero.

Vale, no tenemos tren pero, según cuentan los periódicos locales, contamos con dos plataformas reivindicativas: la Mesa del Tren y la Mesa del Ferrocarril, que vienen a ser como el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular. Para completar el cuadro, sólo nos falta crear el club de fans de Locomotoro.

Alfredo Durán, el conductor del primer viaje Madrid-Sevilla, dijo el otro día en la radio que “la distancia entre las ciudades ya no se mide en kilómetros, se mide en horas de AVE”. Eso debe ser en España, no en el Reino Zirí de Granada. No obstante, he hecho el cálculo y la distancia entre Granada y Sevilla es de 219.150 horas de AVE, equivalentes a los 25 años que llevamos de retraso en materia ferroviaria respecto a la capital de Andalucía.

Pero no esperen que una mi voz al coro clásico del agravio comparativo, porque Sevilla no tiene la culpa de nuestro déficit de infraestructuras, como tampoco Málaga es reo del delito de mojarnos desde hace tiempo la oreja en el ámbito cultural.

Parafraseando al Aznar del 11M, los culpables de los (no) trenes de la ciudad no hay que buscarlos en montañas lejanas ni en desiertos remotos, sino “al pie de Sierra Nevada, al pie del viejo Albaicín”, donde se sienta Granada, entre desidia sin fin.

Leo en las crónicas de la época que durante el primer trayecto del tren de alta velocidad sonó el Concierto de Aranjuez. 25 años después, los granaínos nos conformamos con ver entrar por La Chana al maquinista de La General -que ahora es BMN y también nos la hemos dejado arrebatar- al mando de una vieja locomotora de carbón, tarareando zumbón Vuelvo a Granada.







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