“Vosotros vivís en otro mundo y yo no quiero acostumbrarme a este”

Dusan y Toby fotografía por Valentina de Luca
Texto: Cándido Gávlez Medrán Fotos: Valentina de Luca
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Le conocí en una lluviosa tarde de otoño. Yo pegaba carteles para uno de los conciertos que suelo organizar cuando se acercó a preguntarme por el evento. Tenía un aspecto desaliñado y taciturno, y empujaba una bicicleta que tenía instalado en su parte trasera una especie de habitáculo de dudosa estabilidad, desde donde asomaba, a modo presidencial, un pequeño perro blanco.

Colgando, un trozo de cartón rezaba “Toby y Dusan, dos alegres viajeros. Ofertón, 1 chiste: 1€, 3 chistes: 2€, ¡Alegría!”. Siendo sincero, lo primero que me pasó por la cabeza es que me pediría dinero. Pero en ningún momento lo hizo. Hablamos durante varios minutos. Se llama Dusan, es eslovaco, tiene 55 años y vive en la calle junto a su perro, Toby. Juntos han recorriendo 16000 kilómetros a lo largo de diferentes países europeos. Sus ojos, que parecían irradiar calor incluso en el día más lluvioso, se iluminaban mientras hablaba de sus aventuras.

Costaba creer que tras aquella estampa desastrosa se escondiera tal historia. Supongo que así es la vida, siempre dándonos lecciones. Le comenté que estudio periodismo y le propuse volver a vernos al día siguiente para entrevistarlo a fondo. “A las 5 en la esquina de San Nicolás”. A cambio: un par de latas de cerveza.

Dusan fotografía por Cándido Gálvez

Cuando nos reencontramos el tiempo no había mejorado. Nos resguardamos bajo nuestras respectivas capuchas y caminamos hacia la carpa del bar en la que suele refugiarse por la noche con al beneplácito del dueño, a quien paga el alquiler a base de contar anécdotas de sus viajes.

Mientras caminamos, continuamos con la conversación que comenzamos el día anterior. “El año pasado recorrimos el mediterráneo español, Francia, Suiza, Italia, Austria y República Checa hasta Eslovaquia.” explica. Su cuarto nieto acababa de nacer y decidió emprender un viaje para conocerlo. “Desde Francia llamé a mi exmujer, y en dos meses aparqué la bici delante de su casa. Se reía diciendo que estoy loco, que no podía ser normal”. Acto seguido, sus manos de jorobas carnosas me muestran un par de fotografías impresas que retratan a su acompañante en algunos de los lugares que más le han llamado la atención durante sus viajes.

Al preguntarle por el inicio de este estilo de vida le resulta imposible dar una respuesta breve y se remonta 40 años atrás. “A los 15 años me prohibieron estudiar, acusándome de ser antisocialista por negarme a jugar en el equipo de balonmano del colegio”. Nunca se llevo bien con el régimen. “Robaron durante 50 años, acumularon mucho dinero, pero en su sistema no podían hacer nada con él. Por eso la URSS se abrió al exterior” dice. Aún así, hizo el servicio militar obligatorio en la unidad de adiestramiento canino y tras ello escapó a Alemania, donde pasó un año tratando de conseguir asilo político en vano. Y así terminó en España, donde, entre idas y venidas, ha pasado un total de 33 años. Y así lo corrobora su nivel de español.

Aquí ha pasado por rachas. La última vez que trabajó fue en 2007, en Gerona, en un criadero de perros haciendo uso de los conocimientos que obtuvo durante el servicio militar. Sostiene que entre 3 centros de adiestramiento en los que ha trabajado le deben más de 10000€, pero al ser trabajos en negro, no puede reclamar nada. “Ahora mismo todo lo que tengo en mi bolsillo son 3€, no voy gastarlos en una cabina para que me cuelguen”. Aún así, es consciente de sus palabras. “Yo puedo contar lo que quiera, pero con esta pinta, la gente cree que le estoy tomando el pelo”.

Lo que más desea es poder asentarse. “Por eso compro lotería. Dos euros no me salvan la vida y al menos me dan una esperanza para otro día”, explica. La semana pasada, un muchacho que frecuenta el bar al que pertenece la carpa bajo la que nos encontramos, le comentó que podría consultar la posibilidad de ofrecerle cuidar de unas tierras familiares, a lo que Dusan respondió con entusiasmo. Y es que, a pesar del tono alegre con el que viste sus historias, está cansado de este modo de vida. “Vosotros vivís en otro mundo y yo no quiero acostumbrarme a este”, concluye agridulce. Desde entonces, entre el bullicio y la suciedad de las calles, a veces, en mis momentos más lúcidos creo divisar una línea invisible, una frontera casi infranqueable separando dos mundos que coexisten en un mismo punto geográfico, pero que cada vez distan más el uno del otro.

 







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