Una nueva especie anda suelta por Los Cármenes

Brahimi GCF vs Malaga
David Sánchez ~ @sir_deivid7 // Foto: Román Callejón
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¿Se puede cambiar a un futbolista? La respuesta a esta pregunta no es nada fácil. Si bien es cierto que la experiencia y algunos ejemplos previos dejan claro que sí es posible  readaptar las condiciones de un jugador y moldear su habilidad y talento, para enfocarlo hacia el bien común del equipo, no lo es menos el hecho de que en la psique de la persona se encuentra la verdadera clave, ya que el crecimiento individual y la madurez futbolística van de la mano con el rendimiento obtenido en dicho jugador.

Que Brahimi es un futbolista técnicamente excepcional no es desconocido por los aficionados, y que su talento y proyección destacan por encima del resto, tampoco. Sus regates en una baldosa, su capacidad para aguantar la pelota rodeado de contrarios y su estilo de conducción lo convierten en un diamante en bruto, aún por pulir. Pero -entonces- si tiene las cualidades y las posibilidades, ¿por qué no acaba de explotar?

Pues bien, lo que siempre se le ha achacado a Brahimi, el eterno pero del argelino, ha sido el exceso de individualismo. Brahimi conduce muy bien, sortea rivales y genera el murmullo en la grada de que algo peligroso está a punto de pasar. Sin embargo, generalmente, toda esa expectación queda en nada, sus pases llegan tarde o mal, o no llegan nunca, y sus disparos -cuando esporádicamente se prodiga en estas lides- rara vez van a portería.

Y la noche del viernes empezó así. Brahimi perdió un par de balones en banda izquierda, pecó de egoísta en alguna que otra acción y desaprovechó un rechace en el área por demorar demasiado el disparo. Además, minutos más tarde, un bonito autopase del propio argelino lo plantó solo en el área delante de Caballero, con una situación muy ventajosa, a pesar de ser una zona algo escorada. Pero el '10' nazarí volvió a elegir mal, y no se percató de que dos compañeros suyos esperaban el remate completamente libres de marca en el área chica. Decidió disparar con la zurda, en semifallo y desviado.

Su papel en el partido comenzaba a parecerse demasiado al del Getafe, pero -esta vez- el público no silbó. Y, a raíz de esa acción, algo cambió en la mente del futbolista. Comenzó a estar mucho más centrado tanto en ataque como en defensa, ayudando varias veces en la salida de balón del equipo cuando el juego se volcaba al costado izquierdo, consiguiendo librar al equipo de la presión con regates, pases complicados o faltas a favor, y partiendo desde la banda hacia el centro para descolocar a la defensa malaguista.

Aún así, acabó la primera parte sin que su esfuerzo diera frutos. Pero le aguardaban unos segundos 45 minutos cargados de protagonismo para su figura dentro del campo. Brahimi fue, con permiso de El Arabi, el hombre del segundo tiempo. De las botas del centrocampista argelino nacieron los dos últimos goles del Granada. El primero de ellos, además, tras una buena recuperación suya en el área rival y un preciso pase de la muerte regalando el tanto al marroquí, para que sólo tuviera que empujarla.

La tercera diana del equipo también llegó en una acción individual firmada por él, que más tarde repitió provocando una cartulina amarilla en la zaga rival, a la que volvió completamente loca en la segunda mitad. Brahimi puso su técnica y su talento al servicio del equipo, tomó las decisiones correctas y cargó de efectividad su intervención en el juego.

Si el argelino es capaz de mantener el nivel evidenciado el viernes; si es suficientemente listo para adaptar su juego y decidir cuándo es el momento de desprenderse de la pelota para buscar al compañero; si alcanza es nuevo grado de madurez futbolística, estamos ante una especie de jugador muy interesante y del que se puede sacar un partido enorme. El viernes en Los Cármenes se pudo ver la versión más cercana a lo que la gente desea y espera de él, incluso más que superada en el segundo período, y eso genera un lógico optimismo. Aquí hay futbolista para rato, si él quiere, claro.







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