Trescientos goles

1) 59-60 Gr-M
Alineación del Granada que perdió 3-4 con el Madrid. De pie: Piris, Becerril, Forneris, Larrabeiti, Méndez y Candi (suplente); agachados: Vicente, Luis Martínez, Carranza, Mauri, Arsenio y Ramírez
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Entre el gol 100 y el 200 del Granada en primera sólo tuvieron que transcurrir dos temporadas, pero para ver el que completaba el tercer centenar de goles rojiblancos de máxima categoría se necesitaron quince largos años. Doce temporadas de ausencia del GCF de la élite, los que van de 1945 a 1957, unido a que en ese tiempo el fútbol español (y el mundial) había evolucionado hacia sistemas de muchísimas más precauciones defensivas, tuvieron la culpa. El Granada se despidió de la división de honor con la cifra en su haber de 201 goles en 104 partidos, los jugados en las cuatro temporadas entre 1941 y 1945. Para llegar al 300, en la 59-60, necesitó de tres ejercicios casi completos y 89 partidos.

En la jornada 28 y antepenúltima de la temporada 1959-60, el Granada estaba matemáticamente a salvo del descenso directo, que ya se habían adjudicado los descolgados Osasuna y Las Palmas, pero no de la promoción por la permanencia, que jugaban tercero y cuarto por la cola. El Granada del húngaro Jeno Kalmar en su segunda temporada, después de terminar la anterior consiguiendo el mayor logro de todo su palmarés, subcampeón de España, había completado una primera vuelta casi entera con positivos y en los puestos de la mitad alta de la clasificación; a destacar la victoria en el Metropolitano de la jornada 6, la única vez en toda su historia que nuestro equipo ha derrotado en su casa al At. Madrid. Pero hacia la mitad de la liga, una racha de cuatro partidos seguidos sin puntuar lo había hecho descender hasta el 13º o cuarto por la cola, que fue la posición que ocupó casi toda la segunda vuelta y en la que se encontraba a falta de sólo tres jornadas para el final.

El domingo 3 de abril de 1960, jornada 28, día del club, unos 15.000 espectadores abarrotaban las gradas de Los Cármenes, con presencia de varios miles de hinchas merengues venidos de provincias vecinas. Los soldados pontoneros de Ingenieros colocaron los días previos una rampa junto al marcador para facilitar el acceso y el desalojo. El Granada recibía al R. Madrid ganador de las cuatro copas de Europa hasta ese momento disputadas, entrenado por el paraguayo Fleitas Solich. Venía como segundo clasificado, empatado a puntos con el primero, el Barcelona de HH, y conservando intactas todas las opciones de ser campeón de liga por séptima vez, cosa que al final se le escaparía por el golaveraje general. Con arbitraje de Gardeazábal, por el Granada jugaron: Piris; Vicente, Méndez, Forneris; Becerril, Larrabeiti; Martínez, Carranza, Mauri, Arsenio y Ramírez. Y por el Madrid: Domínguez; Marquitos, Santamaría, Pantaleón; Vidal, Santisteban; Herrera, Pepillo Di Stéfano, Puskas y Gento.

Aspecto de la grada de General en el partido contra el Madrid (recorte de Ideal)

Nada más iniciarse el juego, en el primer minuto se adelantó el Madrid con gol de Di Stéfano a pase matemático del exgranadinista José María Vidal, un tanto protestado por posible fuera de juego del astro argentino. A los ocho minutos consiguieron los merengues su segundo gol al recoger un rechace en un córner Puskas y clavarla con uno de sus cañonazos marca de la casa; el zurdazo del húngaro, con enorme fuerza, dio en una de las barras interiores de la portería rojiblanca y volvió al campo como una exhalación, lo que levantó unas ligeras dudas sobre si había entrado o lo había rechazado el poste; unos minutos antes de su gol el “gordo” Puskas había dejado tambaleándose la portería rojiblanca con otro de sus obuses que se estrelló en el larguero. Parecía ya todo perdido y se temía incluso una goleada merengue, pero el Granada, en uno de sus mejores partidos históricos, no tardó demasiado en reaccionar y a los 18 minutos consiguió su primer gol, obra de Carranza, recogiendo un rechace del portero Domínguez a disparo de Mauri.

Poco más de seis minutos después se produjo el empate a dos goles que significaba asimismo el gol número 300 del Granada en Primera. Como sabiendo que se completaba esa cifra redonda, fue un gol de antología: el ídolo de la hinchada, Carranza, se fue de hasta tres contrarios cercano al córner donde se encontraba y sirvió preciso atrás para que su compañero Luis Martínez (Hoja del Lunes de Madrid se lo apunta a Mauri) sólo tuviera que empujar desde cerca el gol 300 de la historia granadinista en máxima categoría. Un bonito gol. Con empate a dos se llegó al descanso de este trepidante partido.

Si el del empate, el gol 300, fue un golazo, el siguiente del Granada en aquel partido fue de sombreros y vuelta al ruedo. Cercano a la media hora de la segunda parte, Arsenio Iglesias, el mejor de los veintidós en el que quizá fue su más completo partido de rojiblanco, recogió un despeje de Méndez y tras deshacerse de dos contrarios y avanzar unos pasos vio a Domínguez adelantado y lanzó una vaselina desde más de cuarenta metros que supuso darle la vuelta al resultado mientras Los Cármenes a punto estuvo de venirse abajo entre el delirio de la hinchada. Lo malo fue que enseguida empataron los de blanco por mediación de nuevamente Puskas, desde cerca y a portero batido, aprovechando el que fue el único fallo de Piris, que no sujetó un balón relativamente fácil. El empate no era un mal resultado pero faltando dos minutos un flojo remate merengue en otro córner lo desvió sin querer Méndez y acabó dentro de la portería rojiblanca, un gol de auténtica suerte que daba a los forasteros una victoria, 3-4, que no merecieron según las crónicas, puesto que el Granada fue mejor y puso más ganas.

Fue un partidazo de los que se dice tópicamente que hacen afición, jugado con extraordinario entusiasmo y rapidez por el Granada, que mereció la victoria como reconocieron los propios madridistas e incluso los medios de la capital, pero salió derrotado sólo por la mala suerte. Arsenio, además de conseguir un sensacional gol, de los que se recuerdan, organizó todo el juego de ataque rojiblanco y dio una lección de buen fútbol. Carranza, de quien se rumoreaba otra vez su inminente traspaso, ahora al R. Madrid, volvió a ser el delantero incansable y súper peligroso que marca y también asiste. Otro triunfador de la tarde fue el granadino Vicente, que dejó inédito a Gento.

Los resultados de rivales directos no empeoraron la situación de nuestro equipo, que siguió ocupando el puesto 13º, a sólo un punto del Valladolid, el 12º. A la jornada siguiente, visita al campo del Betis, sexto clasificado, los rojiblancos volvieron a caer derrotados (3-2) otra vez por falta de suerte y mereciendo al menos el empate, pero tampoco empeoraron su situación porque sus rivales no puntuaron. En Heliópolis fue la figura un futuro granadinista, el portero del Betis Otero, que lo paró casi todo. En el último partido de la liga, en Los Cármenes frente al Valencia, la victoria por 1-0, Benavídez de penalti, unido al empate casero del Valladolid sirvió al Granada para ganar la permanencia en primera intercambiando su puesto en la tabla con los pucelanos, y eludir así la promoción por mejor golaveraje particular. Hubo suspense extra en este partido porque, terminado el choque de Los Cármenes, en Valladolid ganaban los locales y faltaban todavía diez minutos para el final, y en ese periodo empató el Español.

Luis Martínez, canterano autor del gol 300 del Granada en Primera

Casi simultáneamente, pero en Washington DC, Mr. Herter, secretario de estado USA y persona circunspecta donde las hubiere, reía a mandíbula batiente con las bilbainadas de “Los Bocheros”, un conjunto músico-vocal vasco muy popular en los años cincuenta, también en EE UU a raíz de su aparición en algún film de Hollywood. Esto ocurría a los postres de la cena de gala ofrecida en la Embajada de la capital americana como remate a las tareas diplomáticas de una misión española en USA, encabezada por el ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, y el embajador Areilza, devolución de la visita que el mismísimo presidente Dwight D. Eisenhower había hecho a España en olor y loor de multitudes sólo tres meses antes, auténtico espaldarazo internacional a Franco. Y es que, a las alturas de 1960, en lo más caliente de la Guerra Fría, se había olvidado el bloqueo internacional al general y su régimen y vivíamos una verdadera luna de miel con nuestros nuevos amigos yanquis, que habían decidido echar pelillos a la mar y con la leche en polvo, la mantequilla y el queso que nos mandaban por toneladas ya los celtibéricos habíamos dicho adiós a las hambres calagurritanas, y las nuevas generaciones empezaban a crecer bien nutridas.

Este idilio con los que hacía poco no nos podían ni ver había empezado en 1953 con los llamados Pactos de Madrid. Los yanquis (ésa era la palabra que usaba siempre la prensa española en las décadas de los 40 y los 50), con Mr. Marshall en cabeza, habían pasado de largo por estos predios, pero, pensándoselo mejor y ante la amenaza bolchevique, decidieron ayudar al general superlativo a cambio del abandono del ostracismo internacional de España y de unas pocas hectáreas de nada de suelo patrio donde instalar bases militares para sus aviones y sus barcos por si la cosa se ponía más fea. Bueno, a cambio de eso y de sus buenos dineros que nos costó la fiesta, por no referirnos al peligro de que los rusos decidieran bombardear lo que más a mano les pillaba.

Desde 1955 ya no tenía sentido gritar en manifestaciones espontáneas aquello tan bizarro y racial de «¡si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos!». España se abría al mundo y al turismo masivo y empezaba a dejar de ser regida como si toda ella fuera un cuartel. Arrinconados los camisas viejas y su caduca autarquía, ahora las decisiones las tomaban los tecnócratas de misa diaria y, para dolor de los primeros, abrazábamos sin complejos el otrora considerado nefando liberalismo económico (no así el político, claro) con el que se llamó Plan de Estabilización, que fue en definitiva el que acabó con la alpargata carpetovetónica.

Mientras tanto, más cerca de aquí, concretamente en la estación de Andaluces, diariamente cientos de paisanos, maleta de madera en ristre y bien calada la boina, emprendían viaje hacia Europa central en busca de unas habichuelas que el terruño seguía negando.

El Granada de la 59-60 en una colección de cromos







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