La pandemia ha agudizado los trastornos de la conducta alimentaria

“La situación de más acceso a los alimentos, de incertidumbre y consumo de redes sociales, les ha llevado a caer en este problema”

Bulimia
Los trastornos de la alimentación afectan en mayor medida a mujeres jóvenes | Foto: Archivo
Inés Palomino
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“Empiezas vomitando una vez. Te prometes a ti misma que no lo harás más, pero no es cierto. No puedes aguantar el hambre y comes con ansiedad. Luego piensas en todo lo que has ingerido y te sientes mal. Ese cargo de conciencia queda en tu cabeza el resto del día, por lo que vuelves a hacerlo. Al principio son solo algunos días de la semana. Crees que lo controlas, pero no es así. Después empiezas a hacerlo casi con todas las comidas. Y de repente, te das cuenta de que es la situación la que te controla a ti. Ya no puedes parar”. Así relata Lucía su experiencia conviviendo con la bulimia que padeció a los 15 años.

La Asociación sin ánimo de lucro Adaner proporciona grupos de apoyo tanto a familiares como a pacientes. Su trabajo se centra en la prevención, tratamiento, investigación, formación y sensibilización. Organizan talleres, campamentos y actividades terapéuticas cada semana para complementar el tratamiento específico que las personas afectadas reciben.
“Hablar con personas que han pasado por su misma situación o que han tenido un familiar con algún trastorno sirve muchas veces de desahogo tanto a los pacientes como a sus padres”, afirman desde la asociación.

La edad media de los pacientes oscila entre los 16 y los 23 años; sin embargo, desde Adaner, explican que cada vez es más frecuente que acudan a los grupos de apoyo personas con 40 o 50 años que llevan toda la vida padeciendo algún trastorno y que, en su momento, no les habían diagnosticado por falta de información.

“El primer mecanismo disparador en la aparición de un trastorno alimentario es hacer dieta con el objetivo de perder peso”

Anorexia o bulimia son dos trastornos de la alimentación (TCA) con los que conviven unas 400. 000 personas solo en España, según datos de la Fundación Fita y de la Asociación Española para el Estudio los Trastornos de la Conducta Alimentaria (AETCA). Patricia Perea García, psicóloga sanitaria especialista en trastornos de la conducta alimentaria colegiada por el Colegio Oficial de Psicólogos (COPAO) , apunta que el primer mecanismo disparador en la aparición de un trastorno alimentario es hacer dieta con el objetivo de perder peso, normalmente porque hay una insatisfacción con la propia imagen. Las restricciones que estas dietas conllevan, tanto en tipo de alimentos como en calorías, favorecen la aparición de atracones en el caso de la bulimia, o la continuación con las pautas restrictivas en el caso de la anorexia. En ambos trastornos converge la ansiedad por la propia falta de alimento, el malestar por no ser capaz de aguantar sin comer y otros factores que influyen a nivel emocional.

Sin embargo, actualmente es raro encontrar a alguien que no haya hecho dieta alguna vez a lo largo de su vida, pero no todo el mundo desarrolla un trastorno alimentario; entonces, ¿qué diferencia hay entre una persona que desarrolla el trastorno y otra que no? Según Perea García, la etiopatogenia, es decir, las causas o mecanismos por los que se desarrolla o aparece un trastorno, es muy variada en los trastornos de la conducta alimentaria. “Tanto en el caso de bulimia como de la anorexia, podemos encontrar factores hereditarios o genéticos, factores socioculturales, familiares, biográficos y de personalidad”, afirma esta psicóloga. La diferencia entre un trastorno u otro radica en la manifestación de los síntomas y las conductas respecto a las pautas de alimentación (restricción, atracones, ayunos prolongados, conductas purgativas, etc.)”.

Los estudios médicos al respecto de estos trastornos nos afirman que existe un componente genético implicado en la aparición del trastorno. Por tanto, existe una posibilidad de que se herede si hay algún familiar consanguíneo que ha padecido o tiene este trastorno. Pero no necesariamente tiene que heredarse o manifestarse ya que, para que esto ocurra, deben darse otros factores conjuntamente.

Entre los factores biográficos, esto es, la experiencia vivida por la persona, Patricia Perea destaca el haber sufrido abuso infantil, burlas sobre el peso (tanto en el ámbito familiar como en el colegio) y problemas en las habilidades sociales y aceptación en el grupo de iguales, es decir, que la persona sienta que no encaja con las personas o grupos de su edad y busca en la delgadez la solución para ser aceptada. “En el caso de las burlas por el peso o el aspecto físico como factor de riesgo, cabe hacer una distinción interesante entre chicos y chicas”, apunta Perea. “En el caso de los chicos las burlas son un factor de riesgo para sufrir atracones mientras que en las chicas es un factor de riesgo para recurrir a dietas restrictivas”. Si las burlas provienen del entorno familiar, sobre todo, por parte de los padres, afirma la especialista, esto produce en la persona una mayor inseguridad corporal, tendencia hacia la bulimia, presión por la delgadez y síntomas depresivos, que si vienen de parte del entorno social.

Otro de los factores que enumera la experta son la familia y los modelos de crianza. La forma en la que los padres educan e inculcan valores a sus hijos puede influir también en la aparición de un trastorno alimentario. “El rechazo o la no aceptación de los padres hacia sus hijos, la excesiva exigencia familiar (académica, de aspecto físico, de formas de ser y comportamiento, etc.), así como la existencia de vínculos afectivos entre los miembros de la familia disfuncionales son factores de riesgo”, asegura. “Aquí nos encontraríamos, por ejemplo, con familias que ejercen excesivo control sobre el adolescente en los aspectos anteriormente mencionados. La sobreprotección influye, sobre todo, en la aparición de la bulimia, así como las actitudes críticas de los padres hacia los hijos”, añade.

Por último, los rasgos de personalidad pueden constituir otro elemento que facilite la aparición de este trastorno. “Por rasgo de personalidad se entiende la tendencia de una persona a comportarse de una determinada manera”, en este caso, “uno de los rasgos psicológicos más frecuentes como indicador de vulnerabilidad es la baja autoestima. Otros rasgos de personalidad es el perfeccionismo entendido hacia uno mismo, hacia los otros y el definido socialmente. Además, la impulsividad, sobre todo en bulimia, que influye directamente en la recurrencia a los atracones”, subraya la psicóloga especialista en trastornos de la alimentación.

“Socialmente se ha orientado la atención hacia el cuerpo de la mujer delgada como imagen de seguridad y éxito social y profesional; siendo su público diana las adolescentes y mujeres jóvenes”

¿Qué se esconde tras un TCA?

Patricia Perea recalca la importancia de tener presente que un trastorno alimentario no es contagioso. “Lo que se transmite, en todo caso, es la ideología, es decir, las ideas acerca de la belleza corporal, la gordura, los hábitos y conductas de alimentación, etc.”. Además, destaca que este “adoctrinamiento” o la aceptación de la presión social por la delgadez se suele hacer a través de los medios de comunicación, redes sociales y de la propia interacción con otras personas.

“Socialmente se ha orientado la atención hacia el cuerpo de la mujer delgada como imagen de seguridad y éxito social y profesional; siendo su público diana las adolescentes y mujeres jóvenes”. Continúa señalando que una parte de este colectivo acepta el desafío que plantea la sociedad sintiéndose obligadas a intentar seguir el modelo llegando a desarrollar una “obsesión” por conseguirlo. Perea cataloga como “población en riesgo” a personas de “sexo femenino, estatus socioeconómico alto que han internalizado el ideal de la delgadez- esto es, que consideran la delgadez como un valor deseable- con determinados rasgos de personalidad”. Asegura que “la ‘epidemia’ adelgazante se transmite de unas chicas a otras mediante presión, identificación, imitación y por competencia”.

TCA y la pandemia por Covid-19

Una encuesta de febrero de 2021 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) estudió la evolución de la salud mental de la ciudadanía española durante la pandemia del Covid-19. Los resultados revelaron datos como que uno de cada tres españoles “ha llorado debido a la situación en la que estamos por el Covid-19” y un 15’8% haber sufrido uno o más ataques de ansiedad o pánico. Además, más del 50% creen que, desde que comenzó la pandemia, sus hijos/as o nietos/as convivientes “juegan demasiado a la Tablet” (55’7) y “utilizan mucho tiempo el teléfono móvil” (51’5). Asimismo, un 23’1% observó cambios en los hábitos de la comida de sus hijos/as y nietos/as convivientes. Un 6’4% de españoles fue tratado por algún tipo de problema psicológico desde el inicio de la pandemia. De estos, un 43’7 acudió por trastorno ansioso y un 0’5% por trastornos de la alimentación.

Una de las consecuencias colaterales de la pandemia por Covid-19 ha sido un aumento de casos de personas que han presentado trastornos alimentarios. Entre la población que ya estaba diagnosticada “hubo casos que empeoraron mucho en su sintomatología durante el confinamiento; aunque bien es cierto que, para algunas de estas personas, el contacto con la familia ha mejorado mucho las relaciones entre ellos”. En cambio, aquellas que aún no tenían un diagnóstico, pero sí se encontraban en una situación de riesgo “la situación de más acceso a los alimentos, de incertidumbre y consumo de redes sociales, les ha llevado a caer en este problema”.

Las pacientes con bulimia o trastorno por atracón se tuvieron que enfrentar al reto de tener mucho más acceso a alimentos durante el confinamiento. Según la psicóloga especialista en la materia, esto provocó que ante las emociones que aparecían a consecuencia de la pandemia y otras originadas por otras circunstancias personales, las llevara a utilizar la comida como forma de gestión emocional o válvula de escape. “No hay que olvidar que en la mayoría de estas pacientes, suele haber comorbilidad con otros trastornos, como de personalidad, del estado del ánimo, depresión y ansiedad, que hacen que se intensifique mucho más los síntomas que acompañan a los TCA”.

Cabe destacar también que personas sin diagnóstico previo de TCA vieron en la cuarentena, una oportunidad de aprender a comer “sano” y hacer ejercicio. Se dio durante esta época una explosión de contenido sobre estos dos temas en las redes sociales. “Las personas con obesidad también han sufrido los efectos de la pandemia, y muchas de ellas han acabado desarrollando un trastorno alimentario, como trastorno por atracón y síndrome de ingesta nocturna”. Cuestiones emocionales complicadas de gestionar, ansiedad, aburrimiento y el ánimo deprimido, explica Perea, han llevado a estas personas a recurrir a la comida como válvula de escape. También empieza a aparecer la fatiga por las medidas de la pandemia y la continuidad de la sensación de incertidumbre que siguen afectando en la sintomatología de los TCA y de no TCA. Aparecen muchos casos de TOC, impulsividad, riesgo autolítico y/o desregulación emocional.
Perea García afirma que hay muchos factores derivados de la pandemia que han afectado a las personas que sufren trastornos alimentarios, pero “quizás uno de los aspectos de la pandemia que más ha podido afectas a estas pacientes, que en su mayoría son mujeres, es la incertidumbre”. Esta emoción que afecta a todo el mundo, asegura, puede afectar especialmente a quienes, como en el caso de las personas con anorexia, suelen tener una gran necesidad de control. “Necesitan saber qué va a pasar en todo momento y en las circunstancias actuales, esto es muy difícil, lo que genera en ellas una sensación constante de miedo y angustia”. Del mismo modo, la ansiedad y el agobio, unidos a esta situación de incertidumbre, hace que se recurra a la comida como válvula de escape. Por ejemplo, en el caso de las chicas con anorexia, a querer restringir más su alimentación como forma de gestionar la incertidumbre y lo que no pueden controlar en otros ámbitos, ya que la restricción alimentaria les da esa sensación de control que necesitan.

“El aislamiento ha hecho que se reemplace el contacto social por el virtual”

El Instituto Nacional de Estadística (INE) reveló en un estudio de noviembre de 2020 que el 64’7% de la población de 16 a 74 años usó durante los últimos tres meses (en los que existían medidas restrictivas por la pandemia) redes sociales de carácter general (Instagram, Facebook, Twitter o YouTube), siendo este porcentaje 6’1 puntos superior al de 2019. El sector de la población más participativo fueron estudiantes (93’8%) y jóvenes de entre 16 y 24 años (93’0%); y, en relación al sexo, la actividad de las mujeres (66’4) fue superior a la de los hombres (62’9). El porcentaje de personas que utilizaron internet en los tres últimos meses se situó en un 93’2%, 2’5 puntos más que en 2019. En relación a la Comunidad Autónoma de Andalucía, el porcentaje de consumo de internet ascendió de un 89’4% hasta un 92’4% en un año.

“El aislamiento que ya sufrimos durante la cuarentena, y ahora también con las restricciones que se implantan como medida para paliar los contagios (cierres intermitentes de actividades lúdicas, sociales, escolares, perimetrales, medidas de asilamiento), ha hecho que se reemplace el contacto social por el virtual”. A la angustia y el miedo por la incertidumbre en contextos donde, en ocasiones, la situación familiar no siempre es la favorable, se le suma el incremento del sentimiento de soledad o aislamiento, y la hipervigilancia sobre sus cuerpos y sensaciones corporales.

El aislamiento social provoca, además, un consumo excesivo de redes sociales en busca de ese contacto. La consecuente exposición a las redes sociales ha provocado que se comparen constantemente con otras personas, generando mucho sentimiento de rechazo al propio cuerpo. “Se han creado grupos en las redes sociales donde chicas de diferentes edades y problemáticas se desahogan y cuentan lo que les ocurre. Esto supone una situación de riesgo ya que no hay una persona formada que pueda gestionar los comentarios, sino que ellas mismas se aconsejan” asegura Patricia Perea. En estas redes se puede encontrar apología de conductas de riesgo, cuentas que aconsejan cómo alimentarse o cómo hacer ejercicio para adelgazar, de forma no saludable, fomentando, todo ello, la obsesión por el peso y el cuerpo.

Cómo afrontar un TCA

Para ayudar a manejar esta situación, la psicóloga Patricia Perea recomienda, en primer lugar, y si es posible, “recurrir a profesionales especializados en este tipo de trastornos para poder trabajar sobre la base del problema, generando herramientas que les ayude a poder afrontar y gestionar esta situación por sí mismas”. Añade la necesidad de tener siempre presente que la causa de estos trastornos es multifactorial, por lo tanto, se requiere de un abordaje interdisciplinar que englobe, como mínimo, a un profesional médico del área de psiquiatría, psicología, nutrición y/o endocrinología.

Si no fuera posible disponer de asistencia psicológica, Perea recomienda llevar a cabo una serie de pautas, que se deberán llevar a cabo teniendo en cuenta siempre las particularidades de cada persona:

  1. Generar una rutina en la que se establezca un horario de sueño, comida, higiene, estudio y/o trabajo habitual, puede colaborar en el control de estas situaciones.
  2. Establecer un plan de alimentación con la ayuda de una nutricionista, o si no es posible, sería conveniente establecer uno consensuado con el resto de la familia para evitar la improvisación y minimizar el foco de tensión. En este sentido, hacer las comidas todos juntos en el comedor, sentados y con las raciones acotadas y distribuidas en un plato para evitar excesos y picoteos.
  3. Descansar, aspecto en el que se subraya de nuevo el horario de sueño
  4. Distraerse, pero sin abusar del uso de redes sociales
  5. Buscar alternativas a internet. Escribir, dibujar ayudan a poner orden en nuestra mente y organizar las ideas o reencontrarnos con aquello que tenemos a nuestro alrededor.
  6. Usar los recursos terapéuticos disponibles.
  7. Flexibilidad. Los TCA llevan a la rigidez y si nosotros también lo somos no vamos a conseguir grandes avances. Lo más duro de una persona que tiene TCA es que convive con su cuerpo 24 horas al día todos los días y se tiene que enfrentar a la comida unas cinco veces al día, todos los días. Sin embargo, esto también significa que tenemos muchas oportunidades cada día para hacerlo diferente, para dar un pasito más, para observar, para cuidarnos , para pedir ayuda. Si un día, una comida no sale como esperamos, tenemos el día siguiente para volverlo a intentar.

La perpetua lucha contra el tabú

Patricia Perea afirma que gracias al trabajo de los medios de comunicación y la labor preventiva que se lleva a cabo desde los centros educativos, junto a la existencia de centros y asociaciones especializadas en este tipo de trastornos, la población está más informada y se da mucha más visibilidad.

Aun así, la psicóloga experta en TCA asegura que todavía hay muchos mitos y prejuicios entorno a estos trastornos, “como por ejemplo, que las personas que los padecen solo quieren estar delgadas, que son tonterías pasajeras de la edad (la mayoría de los trastornos alimentarios debutan en la adolescencia) o que solo se niegan a comer. Pero nada más lejos de la realidad. Los trastornos alimentarios son muy complejos y en ellos confluyen muchos factores, por lo que todavía muchas personas no se atreven a decir que tienen un trastorno alimentario por miedo a que las juzguen y las estigmaticen”.

 







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