Reacciones inesperadas

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Momento en el que Pedri y Mbappé intercambian sus camisetas | Foto: Captura TV
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Al fin puedo escribir (y lo hago casi con las mismas ganas que tiene ella de contarlo) que a mi hija Paula se le ha caído su primer diente. Después de casi dos meses preguntándonos 7 ó 8 veces diarias cuando se le caería, tras cientos de inspecciones bucales, luego de algunos molestos e inservibles tirones; sola, saliendo por la cancela del colegio, se le cayó. Estuvo toda la tarde pletórica, mirándose en el espejo cada cuarto de hora, dejándose hacer las tediosas fotos de las que siempre se queja y sonriendo más de lo habitual simplemente para fardar de mella. Cuando llegó la noche le explicamos los más variopintos porqués de la vida del imaginario ratón y preparamos todo para que nada fallara en una mañana que se antojaba muy especial.

Aunque no tenía demasiado interés en verlo (por no decir ninguno) toda aquella parafernalia me sirvió como excusa perfecta para perderme lo que quedaba de un PSG-Barcelona que, tras esconder la moneda de euro, apenas pillé ya en el descuento. No vi las paradas de Keylor ni el golazo de Messi, pero pese a que me dejaron con la boca abierta a la mañana siguiente, sin duda puedo decir que llegué justo a tiempo para presenciar lo mejor del partido: cuando Pedri (que apenas jugaba su séptimo partido de Champions) le pidió la camiseta a Mbappé y este se quedó parado delante de él esperando a que el canario le diese la suya, algo que, sin duda, el joven barcelonista no esperaba.

Con las cámaras de televisión como testigo, Pedri tuvo que empezar a quitarse capa a capa todas las prendas que le abrigaban hasta llegar a la camiseta azulgrana. Y debía hacer frío aquella noche parisina, pues en pocos segundos el nervioso adolescente no tenía manos para sujetar tanta ropa y fue el propio Mbappé quien sirvió de perchero. Y es que hay veces que las reacciones de los demás nos descolocan, momentos geniales en los que se tira de improvisación y que dejan entrever lo más íntimo de las personas. Instantes en los que salen a la luz los sentimientos más naturales de cada cual.

Hasta que el sueño me atrapó por completo, tendido sobre mi cama, a oscuras y sin poder compartir preocupación con mi soñadora esposa, empecé a pensar en cómo convencer a mi hija de no llevarse la moneda al colegio la mañana siguiente. Aunque es alta y fuerte, es bastante inocente y seguro que, de llevarla, acabaría la jornada en cualquier mano menos en la suya, con la correspondiente pataleta cuando llegara a casa. Pero aquellos pensamientos fueron en vano, no me hizo falta sacar la respuesta que tenía preparada. Tras levantarse como un resorte por vez primera desde la mañana de Reyes, enseñárnosla a mí y a mi mujer y gritarle a su hermana que había venido el ratoncito Pérez, me dijo muy flojito que la iba a meter en su hucha. Y la verdad es que me descolocó por completo. Yo esperaba quejas, preveía peleas, visualizaba rabieta; pero no, sin actos dramáticos y con un par de galletas en sus manos, pusimos rumbo al cole. Así, sin más, tal cual esperaba emprender el camino a los vestuarios el bueno de Pedri tras pedirle la camiseta a todo un campeón del mundo.







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