Tornos y conventos

Tornos y conventos
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Lo dicen los filósofos y también otros pensadores e intelectuales; escritores y científicos coinciden: somos memoria y esta construye nuestra identidad. Los recuerdos nos ayudan a comprender el presente y proyectarnos hacia el futuro.

¡Cuántas veces, quien más o quien menos y por una razón u otra, habremos deseado, en algún momento de nuestra vida, volver a nuestra niñez! Regresar a ese tiempo anterior en el que los problemas de los mayores eran solamente eso, problemas de ellos. Aquellos tiempos en que la razón de ser en este mundo y en esta vida para cualquiera de nosotros era tan solo disfrutarla y jugar en ella y con ella.

Por supuesto, y como en todo asunto que se tercie, habrá disparidad de opiniones. La felicidad no es algo que se pueda hacer extensible a cualquiera y seguramente habrá quien no volvería a su niñez por nada del mundo.

Yo, afortunadamente, soy del grupo de los primeros. Me encantaría poder volver a ella, aunque fuese un ratito, y revivir muchas emociones de aquella etapa llena de inocencia. Emociones que sólo puede experimentar un niño. Disfruto cuando mi memoria me lleva, o me trae, a determinados lugares o escenarios vividos en mi infancia.

En el trasiego de esta pasada Semana Santa me reencontré con un recuerdo muy especial. Me hizo evocar años pasados, ya un poco lejanos en el tiempo, pero muy vivos en la mente. Consiguió que me emocionara especialmente.

¿Se han parado Vds. a pensar en el número de conventos de clausura que hay en Granada? Son unos cuantos, se lo aseguro.

El Convento de Santa Catalina de Zafra (de las Dominicas) en la Acera del Darro, el Convento de Santa Isabel La Real (en la calle que lleva su nombre) de las monjas clarisas, el Monasterio de las Comendadoras de Santiago, el de la Visitación de Santa María (Salesas) son solo unos pocos de los muchos que conforman el listado. Todos ellos nos hacen disfrutar con sus dulces artesanales, exquisitos y siempre “celestiales”, de recetas centenarias, en cualquier época del año.

Imagino que se preguntarán qué tiene que ver esta pregunta con la memoria, pues yo se lo explico.

En mi niñez, cuando venía con mis padres de vacaciones a Granada, parábamos en el piso (ya derribado y sustituido por edificaciones nuevas) de mi abuela, en la calle San Antón. Era un bloque de tres plantas, de primeros del siglo XX. Con mi abuela vivía mi tía Elvira, una hermana de mi madre, que al quedarse viuda volvió a su casa materna. Es curioso cómo cambia la imagen que podemos tener de una misma persona a medida que van pasando los años tanto por ella como por nosotros.

Recuerdo a mi tía como una persona ágil, fuerte, con mucho carácter. Cuando el que escribe correteaba por el pasillo de aquel piso, ella, con cierto enfado, me recordaba, que no corriese pues temblaban todas las vigas de madera con las que estaba construido. Eso sí, ella era joven y yo un crío revoltoso. Tras el paso de los años, mi tía se fue convirtiendo en una anciana con salud pero invadida por una ceguera que avanzaba día tras día, y yo me fui convirtiendo en “todo un hombre”.

Ya no la veía con tanto carácter, más bien me parecía una mujer entrañable. Yo, por supuesto, ya no corría por aquel pasillo ni era travieso.

Fue con ella, ya madura pero aun joven y yo en plena niñez, con la que descubrí ese peculiar y especial encanto de los tornos de los conventos de clausura.

Casi a diario, y como si de un ritual se tratase, ella se acercaba desde aquel vetusto piso al convento de las Clarisas Capuchinas junto a la Iglesia de San Antón. La distancia entre ambos era escasa, apenas 100 metros. El motivo no era otro que el de comprar huevos a las monjas o, si eran fiestas señaladas como Navidad o Semana Santa, algún dulce “extra” para deleite de todos nosotros. Mi tía Elvira nos “invitaba” a acompañarla y los pequeños que andábamos por casa lo hacíamos gustosos.

Al llegar nos esperaba la misteriosa, al menos para mí como niño que era, estancia. Un torno giratorio de madera y su correspondiente timbre que mi tía tocaba para avisar a las monjitas de que, al otro lado, había alguien ya aguardando a ser atendido. Al poco, tras el torno se oía una voz siempre apacible y calmada. Era la de una monja:

-“Ave María Purísima”

-“Sin pecado concebida” –respondía mi tía-.

La conversación pasaba ya a un plano más amigable y terrenal:

-“Buenos días Hermana, ¿cómo está Vd.? Venía por una docena de huevos.”

A continuación, mi tía dejaba la huevera en el torno que, misteriosamente para mí, giraba con ella vacía para al poco aparecer por el otro lado pero ya con la docena de huevos en su interior.

Antes de marcharnos de vuelta a casa y una vez pagados los huevos, mi tía aprovechaba para solicitarles a las monjitas unos “recortes” de las hostias que ellas mismas elaboraban. Nos daban una bolsa llena de ellos y que nosotros disfrutábamos con la ilusión propia de unos niños.

Momentos de magia y misterio para mí. Momentos grabados en mi piel y en mi mente a fuego y que esta pasada Semana Santa, como les he dicho unas líneas antes y como si de un flash se tratara, volvieron en un segundo a mi cabeza. Seguro que salieron desde lo más profundo de mi corazón, de eso no albergo la más mínima duda.

Un día antes de la salida en procesión del Cristo de San Agustín, entré en el Convento del Santo Ángel Custodio (de las Clarisas Franciscanas), en el número 40 de la calle San Antón. Mi propósito, comprar unos dulces. Aunque no era el mismo convento al que iba de pequeño, estaba también en la misma calle.

Me invadió de nuevo esa nostalgia con una pizca también de romanticismo, por qué no admitirlo, que a veces renace en momentos como estos.

Lugares, personas, hechos, recuerdos, que están ahí para poder disfrutarlos siempre que nosotros lo deseemos y a poco que pongamos en marcha nuestra imaginación.

Y luego están los dulces, las rosquillas de anís, las magdalenas.

¡Anímense y acérquense a uno de estos conventos, a uno de estos tornos!

¡Prueben esos dulces hechos con primor y amor!

Serán, se lo prometo, un reencuentro celestial y divino con su niñez.







Comentarios

10 comentarios en “Tornos y conventos

  1. Un relato muy bonito y emotivo igual que los anteriores. Es cierto que pasamos por los conventos y no caemos en la cuenta de comprar dulces. ¡Enhorabuena por el trabajo que haces!

    • Muchas gracias Rocío a Vd. por tomarse el interés en leerme

    • 🙏🙏Creo que ya lo he enviado!!... pero no estoy segura y lo escribo otra vez!!
      Me encanta en el mundo que nos haces llegar con tu comentario!!.... Sí, es verdad!!!.... yo tengo la experiencia de haber estado interna en colegio de monjas y..... he vuelto a vivir muchos momentos con tu forma maravillosa de escribirlo!!!... con ese amor y dedicacion

  2. Me ha encantado el artículo, y aunque yo no voy a los conventos, me encantan los dulces de Granada

  3. A mi estos relatos contados de esa forma, que me recuerdan a esos inviernos de niño donde mi abuelo junto a la chimenea me contaba sus vivencias con todo lujo de deralles, me hacen recordar esas mismas cosas que nos cuentas. Larga se me hace la espera para tu próximo artículo.

  4. Excelente artículo. Me gusta su forma de narrar acontecimientos pasados y como los relaciona con el presente. Y ya le dejo porque voy a comprar magdalenas al convento de San Antón.
    Un saludo.

    • Mi querida Daniela, no tengo el gusto de conocerla personalmente pero ya me he percatado, y parece ser que va a ser así, se va a convertir Vd. en una asidua lectora de mi columna o artículos. Pues nada, que así sea. Le halago el gusto en cuanto a la elección del convento para la compra de sus magdalenas. Un saludo

  5. 🙏🙏Creo que ya lo he enviado!!... pero no estoy segura y lo escribo otra vez!!
    Me encanta en el mundo que nos haces llegar con tu comentario!!.... Sí, es verdad!!!.... yo tengo la experiencia de haber estado interna en colegio de monjas y..... he vuelto a vivir muchos momentos con tu forma maravillosa de escribirlo!!!... con ese amor y dedicación..con el que hacen las cosas.... y nos transmiten Paz!! Larga vida a las hermanitas de clausura y.... a tus comentarios!!!.... enhorabuena!!!! J. C.

  6. Muchísimas gracias

  7. Muchas gracias por esos recuerdos tan entrañables que todos tenemos de nuestra infancia.....

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