Hagamos posible la discrepancia, clave para una saludable democracia

Disentir es un acto de enriquecimiento intelectual, mientras que gritar por simple desacuerdo es un acto de mala educación

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Acuerdo y desacuerdo | Foto: Archivo
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Escribía Cristina Monje en El País que en democracia, una de las peores consecuencias de la bronca política, es que acabe privándonos de la discrepancia. Y yo pido la discrepancia, quiero la discrepancia, aplaudo la discrepancia, aunque sea una persona que fomente el acuerdo y el consenso. Y por tanto, no ahoguemos lo diferente, lo distinto o la persona que discrepa aunque lo haga públicamente.

Según la definición de la RAE discrepar es disentir del parecer o de la conducta de otra persona y para hacerlo es preciso argumentar, construir respuestas sólidas que fundamenten nuestra posición o la opinión que tenemos al respecto. Sobre este tema, se publicó un ensayo titulado “Cómo discrepar”, en el que presenta en forma de pirámide lo que denomina la jerarquía de la discrepancia, en la que se definen los diferentes niveles en que las personas manifiestan su desacuerdo. Por tanto, la discrepancia es la diferencia o desigualdad que resulta de la comparación de las cosas entre sí en el ámbito científico.

En nuestra historia ha pesado más la discrepancia que el consenso. Para construir un buen consenso, es necesario trabajar el disenso, la discrepancia. Y respetando la discrepancia se llega al consenso. Desde cercenar la discrepancia, nos cargamos el posible consenso. No estar de acuerdo una persona con otra en un determinado asunto y no estar en armonía o correspondencia con otra, son situaciones que nos pueden ocurrir. Y es bueno fomentarlas. Lo uno y lo diverso. Es bueno el consenso y también el disenso. Si solo buscamos el consenso perdemos opiniones muy importantes, transformadoras, diferentes, creativas, … Y las necesitamos para avanzar.

Son infinitos los temas en los que podemos discrepar, al igual que son muchas las razones para ello. Nos diferenciamos en nuestros pensamientos, en las ideas y creencias. Percibimos la realidad de forma propia porque nuestros intereses, de alguna manera, condicionan el trabajo de nuestros sentidos. Es lógico que el análisis y reflexión que realizamos de los diferentes aspectos de la vida conlleva la subjetividad que los hace algo, o totalmente, diferentes.

Discrepamos por las emociones y los gustos. Una persona puede sentir frío cuando otra puede estar estupendamente y ambos llevan razón porque es lo que sienten cada una de ellas. A cada uno de nosotros, nos gustan determinados colores y a otra persona le gustan otros, y también en comidas y ciudades y equipos de fútbol. En la discrepancia se encuentra uno de los motivos por lo que existe la variedad en el mundo. Si a todos nos gustase el azul nos encontraríamos sin el rojo o el verde; si solo viéramos los partidos de un determinado equipo, al poco tiempo desaparecía ese deporte porque no se podría mantener económicamente.

Discrepamos en el comportamiento, en las conductas y aficiones. Una persona practica el senderismo y otra juegas al tenis; a una persona le gusta leer libros de historia y a otra novelas románticas; una persona disfruta paseando por las calles de su pueblo y otra por las calles de las grandes ciudades… la grandeza de la variedad nos convierte en seres increíbles y grandiosos.

Discrepar nunca nos debe dar miedo ni nos debe hacer desconfiar de la otra persona. Discrepar nos lleva al diálogo, al debate, a las diferencias y a los matices. Nos hace avanzar en el análisis y en sus conclusiones. Nos abre a la multiplicidad, a la variedad y a las diferencias y similitudes. Nos da la posibilidad de ser más tolerante y cuidadosos con lo que decimos y con el cómo lo hacemos. Discrepancia debería ser signo de tolerancia. Y la discrepancia no debería ser el elemento que rompe cualquier relación.

Discrepar no se debe hacer desde la imposición, ni desde la intolerancia del que aplasta al otro, ni del que silencia al diferente, ni desde el chantaje en cualquiera de sus versiones.

Discrepar tiene unos requisitos que siempre se han de tener en cuenta:

1. El respeto a las normas previamente establecidas y a los acuerdos llegados
2. El deseo de avanzar y mejorar la convivencia y que las minorías también existen para ser tenidas en cuenta.

Discrepar ha de tener siempre en la base de su existencia el acuerdo del respeto y que si hemos de separarnos lo hagamos desde la grandeza de seguir creciendo ambos. Utilizar imponer criterios nos desautoriza y nos deshumaniza.

Disentir es un acto de enriquecimiento intelectual, mientras que gritar por simple desacuerdo es un acto de mala educación, además de una intolerable falta de respeto. Una buena discusión debe aportar valor a quienes participan en ella, ya que permite conocer los argumentos, los sentimientos y las ideas de otras personas y eso nos enriquece y nos hace mejores. En no pocas ocasiones cuando se discrepa sin disponer de conocimientos suficientes, de criterios propios o de argumentos sólidos, se alza la voz y se adopta una actitud airada que propicia situaciones de tensión absolutamente innecesarias.

La socialización del mundo digital y el acceso masivo a las redes sociales ha producido un cambio de paradigma en el que la escritura se ha convertido en conversación, mientras que hace algo más de veinte años los escritores escribían y los lectores leían.

Si las discrepancias forman parte de nuestro día a día es preciso afrontarlas con garantías. Discrepar implica saber defender nuestras opiniones, nuestras creencias o nuestras conductas, encontrando un punto común de equilibro entre ambas posiciones y dando una solución satisfactoria para ambas partes. Para hacerlo, una buena referencia es la pirámide de la discrepancia, que nos permite aprender a argumentar y sostener un diálogo productivo y enriquecedor, utilizando la estrategia adecuada para cada circunstancia y respondiendo de forma acertada a los planteamientos ajenos.

En la pirámide de la discrepancia, cuanto más alto es el nivel, mayor es la capacidad de argumentar y por ende, más fuerte es la posición propia y más constructivos y enriquecedores los argumentos y las opiniones.

Los niveles de esta pirámide de la discrepancia son los siguientes:

Nivel 0. El insulto: Es la forma más baja y común del desacuerdo, aquella que recurre a la ofensa fácil, al desprecio y la descalificación. Se utiliza cuando no hay argumento ni capacidad de exponerlo. “Eres un inútil”

Nivel 1. Ad hominen: Es una forma ligeramente superior al simple insulto, en la que el desacuerdo y la falta de argumento se complementa con características o circunstancias de una persona o un grupo, expresándolas de forma despectiva: “eres más inútil que un político”

Nivel 2. Respondiendo al tono: En este nivel se elude el argumento y se pone el foco en el tono en que ha sido expresado, restando valor al mensaje: “es imposible discutir con alguien tan arrogante”

Nivel 3. Contradicción: En este nivel la persona expresa una idea opuesta, una opinión sin argumento, dando por veraz algo que no puede demostrarse o expresándola como una verdad absoluta que no admite discusión: “todo el mundo sabe que esto es así”

Nivel 4. Contraargumento: Este nivel, a partir del cual se genera una mayor riqueza y se aporta valor, se alcanza cuando la persona recurre a argumentos, ideas u opiniones de terceros para reforzar su posición: “y como dijo Einstein, hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana”

Nivel 5. Refutación: En este nivel la persona se centra en los argumentos del contrario pero sin afrontar el tema central de la discusión. Generalmente se toma un lapsus argumental de la otra parte para no dar respuesta a lo realmente importante: “no siempre llego tarde al trabajo, el lunes fui puntual”

Nivel 6. Refutar el punto central. Es el nivel más alto de discrepancia y, en consecuencia, el menos frecuente. Es el de más valor, el más constructivo y el que mayor valor aporta. Se da cuando la persona tiene conocimientos sólidos sobre el tema objeto de discusión y, por tanto, tiene la capacidad de argumentar todo lo expuesto por su oponente, dando respuesta a la raíz del problema y construyendo su posición a partir de cada una de las exposiciones de la otra parte.

Por tanto, el bienestar de un ser humano depende de la coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Las mentiras, la hipocresía o el déficit asertivo son ejemplos de esta forma de discrepancia; dolorosa tanto para quien la enarbola como para quien la recibe. Y Ami siempre me interesa la discrepancia desde la igualdad y no desde la posición de ser un indio ante el jefe. Mi discrepancia se pronuncia con conocimientos y, por tanto, con la capacidad de argumentar todo lo expuesto por la otra persona y construyendo su posición a partir de cada una de las exposiciones de la otra parte.

Viva la discrepancia. La necesitamos.







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