Desde dentro

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Escribo una frase. La borro. Vuelvo a escribir otra que resulta ser prácticamente igual que la que he borrado hace dos segundos. La borro de nuevo.

Me estiro, suspiro y sonrío.

-No te frustres, Claudia, es normal. Es normal que no sepas cómo empezar tu primer texto como columnista. Son normales los nervios y la incertidumbre de saber si acertarás o no, de si justo después de darle a ‘enviar’ te invadirá la sensación de que tenías que haber cambiado algo o si, por el contrario, sentirás la certeza de haberlo hecho bien- me repito una y otra vez.

Juan me aconsejó que me enfrentara a este momento escribiendo lo que me naciera de dentro, y me nace presentarme:

Soy Claudia, una chica de Granada de toda la vida de Dios, como se dice aquí.

Mucha gente me conoce por Albarikoki, que es el nombre que uso en todas mis redes, aunque ahora que lo pienso no tengo tantas; Instagram, un Facebook en desuso y creo que ya.

Lo de Albarikoki ha dado lugar a que muchas personas se dirijan a mi llamándome Alba, y a mí a responder. Muchas veces he pensado en cambiármelo, en ponerme algo que suene más maduro o profesional, pero no me decido a hacerlo porque creo que ha llegado ya a formar parte de mi esencia y es un apodo al que le tengo hasta cariño.

En casa me llaman Koki. Aprendí a decir coquina antes que papá y era más fácil verme con una coquina en la boca que con un chupete. Luego derivó a Koki, que escrito queda mejor, y hasta hoy, donde toda mi familia sigue llamándome así a excepción de mi madre cuando se cabrea.

Hace más años de los que me gustaría, mi amigo Alfredo me llamó Albarikoki y decidí que ese sería mi correo y mi nombre de usuario de redes a partir de ese momento.

Tengo 32 años, aunque depende del día puede parecer que tenga 16 o 70.

Vivo desde hace unos meses en una montaña rusa constante de incertidumbre y esperanza, me consta que no soy la única, y mi mayor deseo en este momento es que ‘Covid’ deje de ser la palabra más escuchada.

Llevo trabajando desde muy jovencita. Nunca me gustó estudiar y en cuanto pude me puse a trabajar. Ahora, a la vejez viruela, me han vuelto las ganas de sentarme delante de un libro y estoy a punto de empezar a prepararme unas oposiciones de Sanidad.

Siempre me he dedicado a la hostelería, ese sector tan odiado por unos y amado por otros.

Creo que he tocado todos los palos habidos y por haber: he pasado horas muertas en la calle repartiendo flayers para discotecas por una miseria, he puesto copas, desayunos, servido comidas, trabajado en bares de mala muerte y en restaurantes recomendados por la Guía Michelín. En eventos de 50 personas y en otros de 50.000. He cotizado una tercera parte de lo que tenía que haberlo hecho y he llegado a trabajar gratis.

Porque sí, señores lectores, de todo esto entiende mucho la hostelería, y hasta que no te dedicas a ello no puedes saber lo bonita y sacrificada que puede llegar a ser.

El verano de 2019 decidí coger mi maleta e irme a Ibiza a trabajar en el restaurante que estaba a punto de abrir mi primo, el granadino de los ojos color mar que ganó el programa Masterchef hace unos años, a despedirme por todo lo alto de la hostelería. Al menos esa era mi intención.

Al volver a Granada, Yeyes, mi actual jefa de Industrial Copera, me ofreció trabajo y no podía perder la oportunidad de trabajar allí. Me lo pedía el cuerpo. Y le hice caso.

Desde diciembre hasta el pasado e indeseable mes de marzo trabajé con unos compañeros increíbles que se convirtieron en mi familia los fines de semana.

Y cuando quise darme cuenta ya estábamos encerrados en casa, contando los abrazos que habíamos acumulado y los días que quedaban para la nueva normalidad. O la antigua. Ya no sé ni cuál es la que estamos viviendo.

Miro ahora a mi alrededor y a veces me cuesta creer que hayan pasado sólo 8 meses.

En la calle se respira algo parecido a lo que se respiraba hace 10 o 12 años y no puedo evitar sentir miedo y pena.

Llego a casa y entre los besos de Pepe y los lametones de Goku y Vegeta (nuestros perros) sólo puedo sentirme afortunada con la que está cayendo fuera.

Creo que si algo me define es mi optimismo innato; ahora los bofetones de realidad que estamos recibiendo sin tregua me están enseñando a ser un poco más cauta y a darle tiempo a todo lo que lo precisa, mucho más a lo que no está a nuestro alcance.

Mientras todo pasa y no, yo voy a seguir disfrutando de lo bonito siempre que pueda, que lo hay.

Del crujir de las hojas que el otoño nos regala. De la mini siesta después de comer. De la decisión que tomé hace dos días y de la cual hablaré en mi próxima colaboración. De los potajes y el café casi ardiendo.

Y cuando la negatividad venga a verme y yo sienta que estoy a punto de entrar en su bucle, miraré a ambos lados, le miraré a él, cogeré el teléfono y llamaré a mis padres.

Me daré cuenta una vez más de que no necesito nada más y seguiré esperando a que el tsunami que estamos viviendo fuera se marche. Que se marche y no vuelva jamás.







Comentarios

Un comentario en “Desde dentro

  1. Claudia, enhorabuena por esta aportación, desde Sevilla has hecho que entremos en GranadaDigital para leerte y me temo que así seguira siendo, porque transmites luz y energía y siempre dejas con ganas de más! A seguir!

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