Mucho ruido y pocas nueces

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El denominado Plan Bolonia ha sido el mayor cambio que ha sufrido la Educación Superior en los últimos años. Este cambio se rige por dos Reales Decretos  que todos hemos criticado, pero sé positivamente que más de uno de los entendidos que los desaprueban no se los han leído íntegramente.

 

Muchos profesores de Universidad no estamos de acuerdo con las propuestas de Bolonia, pero no por las  ideas en sí, sino por la falta de medios materiales y recursos humanos para llevarlas a cabo. Personalmente encuentro un aspecto muy positivo en este cambio. Ha sido un auténtico revulsivo y, hoy más que nunca, se habla de docencia, de métodos y técnicas de enseñanza, cuestiones que hacía mucho tiempo que no se ponían encima de la mesa. Nunca se habían realizado tantas jornadas, congresos y reuniones para debatir y reflexionar sobre métodos docentes.

 

El aspecto más innovador de este cambio es sin duda la modificación que supone en los sistemas de enseñanza-aprendizaje. Por una parte la  docencia  en función de la adquisición de competencias y de otra la formación basada en el trabajo del estudiante.  Cambia el papel del profesor, tradicionalmente entendido más como dispensador de conocimientos y pasa convertirse ahora en orientador. Supone bajar de la tarima para sentarse en la misma mesa del estudiante, ayudarles a aprender una profesión y capacitarles para la vida profesional.

 

¿Cómo podemos afrontar este reto? ¿A qué estamos dispuestos los profesores universitarios? ¿Estamos dispuestos a deshacernos de nuestras lecciones magistrales? ¿Vamos a renunciar a impartir todo lo que sabemos en aras de la formación integral del estudiante? ¿Estamos realmente preparados para la participación activa del estudiante?

 

Creo que los profesores tenemos una buena preparación pero nos han faltado (y lo digo en pasado) ciertos niveles de compromiso.  El profesor Ollero en su libro “¿Qué hemos hecho con la Universidad?” afirma, no sin razón, que durante décadas la investigación era el único aspecto valorado en una oposición y ello nos llevaba a menospreciar la docencia en pro de una mayor productividad investigadora. Basta recordar que la retribución extra por el reconocimiento de la docencia (quinquenio) se  concede automáticamente, mientras que el de la producción investigadora (sexenio) solo se concede demostrando que se han realizado publicaciones en revistas de prestigio. Esto ha creado un claro desequilibrio. Pero también es cierto que el escenario está cambiando y un sinfín de iniciativas como los proyectos de innovación docente y otras actividades están ahora dirigidas a activar y estimular al profesorado en su función docente. Precisamente éste ha sido el gran logro de Bolonia.

 

En el Plan Bolonia una de las competencias intrínsecas que se busca para todos los grados universitarios es la capacidad de razonamiento crítico. Este se convierte por tanto en uno de los objetivos fundamentales que los profesores debemos perseguir. Tenemos la obligación de orientar nuestros métodos de enseñanza para alcanzar dicho fin. Así consta en el denominado “Verifica” que es una especie de contrato donde se exponen los objetivos de un grado y se detallan las competencias que el estudiante va a adquirir en el mismo.

 

El profesor Stephen diCarlo de la Universidad de Detroit da unas acertadas directrices en su trabajo “Too much content, not enough thinking, and too little fun”. Nuestras clases hoy día tienen demasiado contenido teórico y poco razonamiento: mucho ruido y pocas nueces.  Nos empeñamos en cargar las clases de contenidos teóricos, yo misma lo hago: información, información, información lo cual no significa formación. Sé que habrá quien me critique por decir esto, pero es así. Debemos reducir la cantidad de información objetiva que el estudiante debe memorizar y ayudarles a convertirse en aprendices independientes y solucionadores de problemas. Animo a los profesores a reducir el formato de clase magistral pasiva. Inspirar y motivar a los estudiantes es mucho más importante para el éxito a largo plazo que entregarles información. A veces el estudiante es capaz de repetirlo pero no de entenderlo.

 

Pocas nueces: insuficiente razonamiento o pensamiento crítico. Yo misma entono el “mea culpa”. Es más fácil para el profesor hacer lo primero que lo segundo. Es más fácil hacer ruido. Pensemos con sinceridad si los profesores estamos preparados para crear en los estudiantes un razonamiento crítico.

 

Einstein decía que es un verdadero milagro que los métodos de enseñanza que habitualmente se practican no se hayan cargado la curiosidad por la investigación. Pensaba que en lugar de contar a los estudiantes lo que sabemos debemos contarles cómo lo aprendimos. El verdadero profesor no es el que sabe ni el que enseña lo que sabe, sino el que despierta la curiosidad.

 

El profesor Stefano di Carlo  pone a su receta un último ingrediente: la  diversión. Ingeniárselas para enseñar de forma novedosa, estimulante y motivadora. Un buen aprendizaje no debe consistir en clases aburridas sino que debe ser una experiencia divertida y agradable tanto para el profesor, como para el estudiante. Es algo más que el contenido, es algo más, es tratar de hacer la enseñanza divertida. Mantener una actitud positiva frente a la clase, pues los estudiantes son capaces de captar los sentimientos del docente ante su grupo y más aún ante cada estudiante en particular.

 

En este propósito las nuevas tecnologías aplicadas a la enseñanza suponen una extraordinaria herramienta que puede contribuir a hacer más dinámica una lección. Las costumbres de asimilación son ahora diferentes. Los estudiantes son los herederos de la era digital. Pero cuidando con hacer un uso racional de la misma, no soy partidaria de basar las nuevas tecnologías exclusivamente en la utilización de forma sistemática del socorrido “Power Point”, que en no pocas ocasiones se convierte más en un apoyo a nuestras conexiones neuronales, cada día más agotadas, que en una verdadera ayuda al estudiante.

 

Los estudiantes podrán olvidar lo que dices o lo que haces pero nunca olvidarán lo que les hayas hecho sentir. Pongamos un ejemplo práctico: yo puedo explicarles en una clase de Microbiología Industrial la fermentación alcohólica, puedo darle todos los detalles de cuáles son los pasos que ocurren durante la fabricación de la cerveza, pero sólo cuando ellos  hacen su propia cerveza en el laboratorio, asimilan la trascendencia de la transformación del azúcar en alcohol, perciben como cambia la densidad y el olor del mosto y aparece la espuma. Eso es algo que jamás se les olvida y descubren que sin Saccharomyces sería distinto. Pero lo mejor de todo, es que se han divertido aprendiendo. Soy consciente que no se puede hacer con cualquier materia; lo de hacer cerveza “tiene su punto” (como dicen ellos).

Y para terminar quiero resaltar que mi interés en la educación también se basa en que reciban una formación integral, algo difícil de llevar a cabo, pero no por ello imposible. ¿De qué les sirve conocer los microorganismos perfectamente si no saben ortografía, o redactar, o no se desenvuelven con soltura cuando hablan en público, o no leen los periódicos o sencillamente, no les inquieta crecer como personas cultas?

 

La Universidad debe tener como objetivo la formación integral de los estudiantes con capacidad de realizar un razonamiento crítico y es responsabilidad de los docentes conseguir esta alta meta.







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