La bestia que habita en mí

Muéstrame a alguien que lleve bien ser libre y en cada decisión no cometa un crimen… Love of lesbian (En busca del mago, Poeta Halley, 2016)

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Comercio de barrio | Foto: Esther Ontiveros
Esther Ontiveros | @estherontiVELP
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Soy de las que acumulan vales de descuento caducados en el fondo de todos los bolsos, de las que jamás comprueba si ha resultado agraciada en un sorteo por comprar esto o aquello, de las que no ve los carteles de 3x2 ni aunque me los estampen en la cabeza a la entrada del súper y va de tiendas el día antes de que empiecen las rebajas a sabiendas de que 24 horas después todo costará la mitad.

Me ponen nerviosa las campañas de promociones y ofertas porque siento que me están impeliendo para ahorrar -“ahorra ¡coño, ya!”-. Falta me haría… ¿a quién no?, pero confieso que cuando me he prestado a participar en esta fiesta del ahorro se me ha quedado una cara de tonta que no veas. Desplumada y cargada de artículos totalmente prescindibles, no sé por qué al final lo único que siento es regomeyo.

En los meses previos a la apertura del Centro Comercial Nevada, cuando volvía de entrenar en carreras nocturnas por montaña, enfilaba la Ronda Sur de vuelta a casa y, a la vuelta del desvío para coger la Circunvalación me daba de bruces con un colosal edificio profusamente iluminado que invadía la totalidad de mi campo de visión. En serio, de izquierda a derecha, a todo lo que daba la vista era centro comercial.

Quizá porque venía una con los pulmones y la mente abiertas -cosas del correr- sentía como si me faltara el aire. Hasta que no dejaba atrás el bosque de neones y volvía a sumirme en la tenue iluminación de la carretera no se me apaciguaba la respiración. Qué cosa más curiosa.

Quizá sea la misma sensación que puede sentir una alcohólica en fase de rehabilitación ante el mueble bar de una coctelería, porque se dan en mí dos realidades contrapuestas: 1) me gusta consumir y 2) estoy en contra del consumismo. Y esta esquizofrenia me mueve a huir de modelos de comercio que, en lugar de ayudarme a tomar conciencia del acto de compra, me confunden y me conducen a tomar decisiones con las que, al final, no me siento cómoda.

Ojo que no trato de desincentivar el consumo. Es la base de nuestra economía, la adquisición de bienes y servicios crea empleo, genera riqueza e incluso ingresos para el sostenimiento del Estado de Bienestar... Pero ¿qué consumo?

El pasado domingo se emitía en La Sexta un programa dedicado al ‘fenómeno Mercadona’ en el que el eje argumental giraba en torno a la idea de que se trataba de un modelo injusto tanto para empleados como para proveedores. Bien, el consumidor, en cualquier caso, salía beneficiado porque conseguía la mejor calidad al menor precio. Y que le quiten lo bailao. Si se trataba de encontrar culpables en Mercadona, el equipo del programa se fue con las manos vacías.

Yo pensaba en los de Tomás Olivo interpelados por Évole sobre las consecuencias devastadoras de su catedral del consumo sobre el pequeño comercio del centro granadino y sólo alcanzaba a ver a un hombre encogiéndose de hombros y disparando como una ametralladora datos sobre empleo directo e indirecto y volumen de negocio. Normal.

Entonces, ¿dónde se esconde la bestia que hay que abatir para acabar con este endemoniado sistema que arrasa con cualquier posibilidad de vivir dignamente regentando un comercio pequeño, tradicional, sostenible, cercano y genuino? ... La bestia, amigo/a mío/a, habita en cada uno de nosotros. Ya es cuestión de darle rienda suelta o domesticarla un poco.







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