Esclavos del siglo XXI

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Foto: E.P
Pedro Vaquero del Pozo
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El presidente de la CEOE Joan Rosell opina que el empleo fijo y seguro es una idea del siglo XIX, y que en consecuencia en el siglo XXI hay que acostumbrarse a ir tirando con empleos precarios de por vida. Cuando se oye así, tan claro, suena duro, pues venimos de una historia en que creíamos que el progreso consistía fundamentalmente en ir creciendo económicamente, desarrollándonos tanto en valores e instituciones democráticos, como en condiciones económicas y sociales de vida suficiente e incluso abundante para todos.

Las palabras de Rosell nos despiertan del sueño, y nos dicen que la crisis que ha llegado a crear seis millones de parados, de los que más del 40% son parados de larga duración, una creación de empleo precario del 95%, un millón y medio de hogares con todos los miembros en paro, y una reducción de los derechos laborales incuestionable, no era en realidad la causa de esa pérdida de calidad de vida, sino el resultado de un proyecto neoliberal deliberadamente buscado consistente en excluir a millones de personas del bienestar que los adelantos científicos crean. Para los empresarios sobran trabajadores felices y satisfechos, y hacen falta esclavos que mendigueen un puesto de trabajo aunque sea algunas horas al día o a la semana para poder llevar a la casa un pequeño aporte de dinero para pagar los gastos que la vida nos impone: alquiler o hipoteca, comida, ropa, recibos de luz, agua, gas, colegios, farmacias y hospitales…  

Esta forma de pensar oculta en el fondo una perversa filosofía de vida: el trabajo no debe estar al servicio de las personas, para conseguir su bienestar y felicidad, sino que las personas deben estar al servicio del trabajo y su mercado, esto es, de las necesidades económicas cuya existencia y cuantía determinan unos pocos sabios y poderosos.

No son muchos los que piensan así, pero tienen el poder de una sociedad donde la hipocresía es una constante: estamos viviendo una realidad económica y social cada vez más excluyente, pero cuando nos lo recuerdan nos escandalizamos. Nos escandalizamos porque la Unión Europea contrate los servicios de Turquía para que los menesterosos que huyen de la guerra o la miseria se acerquen a nuestros países. Nos escandalizamos cuando nos informan de que la violencia machista crece entre las generaciones más jóvenes. Nos escandalizamos de que Bruselas vaya a imponer una multa a España por incumplir el déficit, como si no fuéramos un país soberano y suficiente. Nos escandalizamos cuando vemos crecer a nuestro lado la locura, la desesperación y el odio de los excluidos que malsobreviven en un sistema político que procura el bienestar de las clases medias para hacerlas cómplice necesario de la desdicha interesada de las clases bajas.

Nos escandalizamos, pero es puro fingimiento. Al fin y al cabo alguien tiene que realizar los trabajos que requieren más esfuerzo, los más desagradables y penosos, los más mecánicos y tediosos, los represivos y defensivos frente a los peligros internos y externos… para los que es preferible que los trabajadores que los ejercen apenas tengan cultura, carezcan de valores solidarios o progresistas, vean al inmigrante, al de otra raza u orientación sexual, o incluso a las mujeres como seres inferiores, y vivan acojonados por el terrorismo, o por no salir nunca del paro, o por perder el empleo, arrastrándose si es preciso por conservarlo, vendiendo el alma al diablo y rivalizando con el compañero por el aprecio o la lisonja del jefe o el dueño del negocio.

Nos escandalizamos de lo que ha dicho Rosell, como cuando el anterior presidente de la CEOE Díaz Ferrán –hoy en la cárcel- dijo que había que trabajar más y ganar menos. ¿Profeta? No, pero acertó. Así se ha hecho. Porque ellos se saben dueños del poder, y pueden decirlo. La gente seguirá votándolos, y pueden hacerlo. Y aunque casi la mitad de la población vote opciones de izquierda, ya se apañarán ellos y sus medios de comunicación de urgir a que haya un gobierno “responsable”, que pacte un programa moderado, sensato, que vaya por el buen camino… el que ellos previamente han marcado: una sociedad de grandes pero pocos ricachones, una clase media menguada pero consentidora y consumista, y una gran mayoría de esclavos baratos pero muy conscientes de que esto es lo que hay.

Hacen falta políticos que cambien la sociedad, pero sobre todo pedagogos que cambien nuestra mentalidad y nos hagan seres libres… al menos de cejas







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