Confinamiento futbolístico

Que de 90 en 90 minutos este equipo nos deje confinados en casa, pegados a la tele y con la bufanda extendida en el sitio preferencial del sofá

LosCarmenes
El antiguo Los Cármenes | José Quesada
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Asisto atónito al intercambio de bofetadas digitales entre algunos aficionados futboleros aún agarrados a la minúscula opción de que pueda asistir público al partido del jueves de Europa League. Y es que, es de todos sabido que, de ofertarse, la entrada sería exageradamente insuficiente para la demanda de una afición que tiene más viva que nunca la pasión por su equipo. Ateniéndonos a la flamante restricción de movilidad por la alta incidencia de la COVID en Granada, me viene a la cabeza una nueva variable a la ecuación que lanzan unos y otros para creerse con más derecho que sus compañeros de grada a ocupar uno de los asientos. Los que renunciaron a la compensación económica por su abono 19/20, los peñistas, los que llevan no sé cuántos años seguidos como socios, incluso los que tiran de memoria para buscar antecedentes a las campañas del abono de oro, todos quedarían bajo la novísima premisa de vivir en los 88 km2 que forman el municipio de Granada.

Aunque yo sea el primero que me encantaría asistir (y, además, reúna mis méritos para ello, como todos), esta mente crítica me hace pensar que posiblemente la entrada de público, de no hacerse al 100% del aforo, puede ser hasta contraproducente más allá de por los consabidos motivos de salud. Y me explico. Aunque el hipotético reparto de entradas se hiciera por sorteo entre todos los interesados (quizá el método más imparcial) siempre habrá quien se sienta con más derecho que cualquiera de los que resultaran afortunados. Lo que abriría nuevamente la sangrante herida de la que adolece el granadinismo, la producida por la otra eterna lucha: la de los ‘subecarros’ vs. los ‘repartecarnets’. Además, por si esto fuera poco, divisar el graderío semivacío nos haría revivir viejos fantasmas y recordar como los granadinistas –ya filipinos- punteaban de color el pelado hormigón de las gradas de la general o se estiraban sobre los asientos rosados del Zaidín, cuando había entradas paupérrimas aún a pesar de abundante oferta de billetes en taquilla.

Divagando en estos pensamientos y, posiblemente, en el intento de autoconvicción de que no presenciar el partido no sería algo tan malo, me vino a la mente un partido concreto. Un encuentro histórico y seguramente el mejor ejemplo de nuestro oscuro pasado. Mi mente se fue al 21 de mayo de 1995, fecha que acogió el último partido del Granada en el original estadio de Los Cármenes, la que fue su casa durante 60 años. Un Granada – Sevilla B, en el que, según la crónica, el soporífero espectáculo sólo fue empeorado por el desolador aspecto del graderío. Y es que sólo fueron quinientas personas a las que le importó despedir al viejo campo, quién sabe si el mismo número de espectadores que podrán atravesar los tornos del nuevo.

Pienso que, si de mí dependiera, le daría las 500 entradas del jueves a ellos. Pero tampoco sería justo. Caería también en esa división clasista tan recurrente en estos últimos tiempos y que Diego Martínez y sus pupilos parecen que están logrando obviar, pues la racha victoriosa está consiguiendo que todos nos miremos de igual a igual, orgullosos, sin importar la colección de carnets que guardamos en cualquier cajón de casa. Por ello creo que, de no entrar todos, casi mejor que no entre nadie. Que no se reste y que sean ellos los que sigan sumando.

Que de 90 en 90 minutos este equipo nos deje confinados en casa, pegados a la tele y con la bufanda extendida en el sitio preferencial del sofá. Porque en mitad de la pandemia, la salud de este anciano nonagenario parece más fuerte que nunca. Por lo tanto, no nos dividamos, recordemos que ya fuimos quinientos y sin imposición pandémica de por medio, y pensemos que para que eso no vuelva a ocurrir quizá está afición debe hacer realidad la cuestionada aseveración de que del confinamiento –en este caso futbolístico- “saldremos mejores y más fuertes”.







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