Un lugar sin fronteras

18010 es el código de entrada de un lugar en el que la música deshace las fronteras del espacio y del tiempo.

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Dicen de un lugar escondido entre colinas,  un inmenso paraje cuyas fronteras desaparecen al entrar en él. Solamente el que consigue elevarse por encima de la urbe aspira a contemplar la belleza de esta sedición artística. Ven con nosotros, pues desde allá abajo no podrás conocer más que sus siglas, 18010; solo su nombre: Albaicín.

En la cuesta de los suspiros se amontonan caudales de armonía, raíces de agua que se esparcen a través de sus estrechos callejones. A lo largo de esta subida recuerdo unos músicos que, silenciados en el olimpo de las alturas, se rezagaban en los ecos de sus esquinas, cerca de las enredaderas que abrazan sus muros. Cómplices del tiempo hecho compás.

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Al pulsar estas calles de embrujo se escuchan notas remotas que narran una historia que se transforma, confidencias hechas con el candor de una piedra en la solana. Este lugar se escapa a sus propias coordenadas, se pierde en su propio camino. Aquí los secretos son dichos con la voz callada, al igual que el agua que cae mezclando tierra y aire.

Un umbral a la duermevela de una ciudad que aún no entiende cómo por sus puertas el aire pasa y se convierte en canción. Tiempo tan cercano al instante como una nueva melodía, improvisada al caminar por tus rincones de teatro con ventanas a la noche y escaleras hechas foro.

No son tus paredes las que te dan forma sino los meandros de tantas personas que vuelven a tu encuentro.

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Nostalgia de siempre estar al otro lado del río, en la orilla donde los transeúntes vierten sus lágrimas por un cauce que tan rápido se esfuma con olor a jazmín y luna.

Un paseo donde la contemplación de la belleza fue encontrada al alcance de las manos, con el compás que sigue su ritmo, con el grito que se revuelve con rebeldía.

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