Soluciones malas y peores

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Juana Rivas a su salida de los juzgados | Foto: Archivo
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¿Ha pasado ya el 'caso Juana Rivas'? Pienso que no, que no está dicha la última palabra, que las múltiples vertientes judiciales en las que ha derivado lo que un día fue un litigio civil entre una pareja rota dará todavía muchas portadas, artículos, imágenes y fotos en la prensa local y también en la nacional y la italiana.

Sí se puede augurar que los días de máximo fragor ya son pasado. Ha sido más de un mes y lo que para la prensa, en su fase más reciente, empezó el día que Juana se asomó llorosa anunciando que estaba dispuesta a todo con tal de no entregar a sus dos hijos "a un maltratador", con su posterior desaparición dos dias después, se ha extendido de tal modo que en el ínterim ha habido tiempo para conocer el otro lado de la historia.

Empezaré por decir que en este caso como en todos los que hay niños por medio no hay soluciones buenas. Tan solo hay soluciones malas y malísimas. No diré, por tanto, que la salida de los dos menores con el padre sea una buena solución. Tampoco, la contraria lo hubiera sido, con todos mis respetos a quienes opinen lo contrario. Arrancar a dos niños de uno de sus progenitores. privándoles del derecho de disfrutar de la compañía de los dos nunca puede ser bueno.

Sobre todo el caso gravita una condena de tres meses que el padre aceptó y cumplió. De la gravedad del caso habla la posterior reconciliación de la pareja, con intensidad suficiente como para que naciese otro hijo. Si la propia Juana había perdonado a Francesco, como indica la convivencia posterior a la condena, ¿una condena de tres meses se proyecta a perpetuidad sobre todo aquel que haya sido sentenciado mucho más allá del tiempo que se le fijó? Esta es la pregunta primera, antes de entrar en el de la segunda denuncia, presentada mes y medio después del regreso de Juana a España. Por qué no presentó denuncia en Italia es una pregunta cuya respuesta ha sido dada y, en la lógica de los acontecimientos que posteriormente forzaron la madre de Maracena y sus asesoras, puede resultar razonable: en un país extraño, sin amigos, dependiente económicamente de su pareja... Por qué dejó pasar mes y medio ya en España tiene menos lógica y solo puede ser entendida por aquello de no esperar racionalidad a las reacciones sobrevenidas en una situación de anormalidad. Esa denuncia no se ha sustanciado y resulta de todo punto inadmisible que una traducción de tres folios permanezca trece meses en un cajón. Pero tampoco debe olvidarse que, para entonces, Juana y su entorno ya sabían que la Justicia española no puede intervenir en unos sucesos presuntamente ocurridos en un país extranjero. El principio de territorialidad es un concepto universalmente aceptado en derecho.

Finalmente, la estrategia de ganar tiempo a toda costa no ha dado resultado. Todo volvió al minuto uno, solo que un mes después y, por medio, los tribunales remitieron al convenio internacional que, en todo momento, ha pesado para intuir cuál sería el final -al menos, momentáneo- de esta historia.

La prensa, colocada en medio por los partidarios de una y otra sensibilidad. Con el devenir de los días, aquellos que se atrevieron a intentar conocer la otra parte de la historia fueron excluidos de comunicados, convocatorias y respuestas a simples llamadas telefónicas. Hasta hubo quien habló de "merecidos" repasos. Los excluidos olvidamos las exclusiones, porque tampoco resulta agradable el espectáculo de los ataques desaforados contra la figura de las asesoras de Juana Rivas, convertidas en muñecos de pim-pam-pum por ciertas capas ultras en un alarde desproporcionado de bilis que tampoco se corresponde con la relatividad del caso. Naturalmente, cualquier actuación pública está expuesta a la crítica social. Otra cosa es llevarla al terreno personal y la descalificación completa. No estoy -ni quiero estar- entre esos que -de uno u otro signo- lo han visto todo claro desde el primer momento en un caso complejo como demuestran las múltiples derivaciones judiciales que lleva consumidas y las que vendrán. Repito: no hay soluciones buenas. Tan solo, malas y peores.







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