San Valentín no es tonto

Artículo de opinión del periodista deportivo Rubén Cañizares

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Sergi Enrich regate a Ochoa en el segundo gol armero | Foto: LFP
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Lo comenté la pasada temporada, y las sensaciones, los números y el tiempo me dan la razón, mal que me pese. Mirar los proyectos deportivos de Éibar y Granada es un ejercicio doloroso pero de impagable enseñanza ¿Qué aficionado rojiblanco no soñaría con tener la identidad armera? ¿Qué hincha nazarí no mira la tabla y observa con envidia como una ciudad de apenas 30.000 habitantes aspira a jugar en Europa la próxima temporada? ¿Qué seguidor que acude cada dos domingos a Los Cármenes no desearía tener un modelo deportivo y un estilo de juego como el que tienen los vascos? Seguro que alguno habrá que no se cambiaría por el Éibar, pero creo que la mayoría sintieron anoche envidia, como también sucedió el curso pasado, cuando la paliza fue aún mayor (5-1).

Pero salir de Ipurúa con un saco de goles no es lo humillante. Es el cómo se produce. El amor al fútbol frente al negocio. Lamentablemente, el Granada representa hoy lo segundo y ese camino le conduce al abismo.

El partido ante el Eibar era una oportunidad de oro para que el equipo de Alcaraz cogiera un tren al que nunca se ha llegado a subir. Desde agosto entró en parálisis y deambula por Primera con una de cal y demasiadas de arena. A pesar de ello, ganar al Éibar habría supuesto colocarse a dos puntos de la permanencia. ¡A dos puntos! Teniendo en cuenta el escaso casillero de victorias de los andaluces, la perspectiva no sonaba nada mal.

Pero, tristemente para los intereses rojiblancos, el Éibar pasó por encima, como metáfora inequívoca de que el fútbol te devuelve lo que le das. El conjunto armero lleva muchos años tratando con exquisito cariño y dulzura este deporte que nos apasiona. Y el Granada ha antepuesto el color del dinero al amor al juego. San Valentín no es tonto. 4-0 y gracias.







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