«Qué malos son»

Granada - Almeria 01_9
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Anoche, 16 días después, por fin, el Granada volvió a jugar un partido de Liga. La espera se hizo larga pero es que el encuentro fue eterno. Más de dos semanas esperando para ver un partido de tu equipo y después del mismo uno se pregunta si no hubiera sido mejor que en vez de 16 hubieran pasado 30 días... o años. El conjunto de Caparrós nos «deleitó» ante el Almería con otro bodrio de encuentro, y ya van muchos. Ocho jornadas sin ganar, apenas once puntos, uno más que la zona de descenso y el mal juego como libro de estilo. Qué depresión. La afición, hastiada de tanto sopor, ya no pudo más y estalló: pitos y pañolada al final del partido, tras otro anodino empate a cero contra un rival con un jugador menos durante casi toda la segunda mitad.
Lo más curioso de todo es que Caparrós, cuyo crédito comienza a ser como el de los bancos a los ciudadanos, inexistente, echó la culpa a la falta de definición y elogió el juego de su equipo: «Hemos generado muchas ocasiones y solo ha faltado el gol. Hemos tocado la pelota, no hemos abusado con balones largos, hemos sido pacientes y hemos entrado bien por banda pero ha faltado la definición. El fútbol es ganar, no hay otra, pero esta es la línea que tenemos que seguir. El gol no llega pero hay que seguir trabajando, generar, mantener la intensidad y así seguro que al final van a entrar». Si su análisis corresponde a no encender más los ánimos y a darle un espaldarazo público a sus jugadores para que no se hundan, bienvenido sea el mensaje del técnico nazarí, pero si de verdad se cree el utrerano sus palabras, aviados vamos. El Granada es el peor equipo de cara a portería de los 122 que componen la Primera, la Segunda y la Segunda B. Inadmisible para un equipo que se codea en la mejor Liga del mundo sumar 6 goles en 12 jornadas. Ningún otro conjunto de estas tres categorías tiene un registro tan ridículo. Caparrós lo achaca a la mala fortuna y pide paciencia. Mientras, una gran cantidad de hinchas rojiblancos difieren y me fríen a «whatsaps» con un mensaje lapidario al que me veo incapaz de refutar: «Qué malos son».







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