Pepe Parejo, ese amigo del alma

Qué sería del cine sin las palomitas, y de las palomitas sin cine

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Hace pocos días, ese gran amigo del alma que es Pepe Parejo, y del que disfrutamos en plenitud quienes componen la tertulia mensual de los lunes, nos envió un poema. Uno de muchos wasaps, infinitos wasaps, inacabables wasaps, que caen en nuestras manos. Estaba viendo una peli con Nacho, Dani y Caye, bol de palomitas en mano, por supuesto. Qué sería del cine sin las palomitas, y de las palomitas sin cine.

Se titulaba “Mi alma tiene prisa”, destinado a los que ya han cumplido cincuenta. Yo, por supuesto, no lo leí. Lo imagina Pepe. No iba dirigido a mí, pero decía así:

Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora. Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada. Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus errores. Que no se envanezca con sus triunfos. Que no se considere electa antes de la hora. Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez. Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas. Gente a quien los golpes duros de la vida le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.

Sí. Tengo prisa. Tengo prisa por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido. Mi meta es llegar al final, satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.

Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una”.

Pepe, aquella tarde te cargaste mi película. Y no sólo mi película, sino mis ganas de escribir, de añadir nada a tu wasap, aquel que de entre miles cometí el error de leer y martillear con él mi conciencia. Aquel que me hizo recordar que era verdad, que todos teníamos un alma. Que somos alma. A los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta… Y si no somos alma, tenemos que serlo, y no serlo se me antoja ya como el auténtico y único mal de nuestro siglo. El alma que da decencia a nuestra condición humana, el alma que hace digno nuestro vivir diario, el alma que hace crecer el corazón de quienes nos rodean, el alma que amansa penas y pacifica nuestra convivencia.

Aquella tarde me arruinaste la tarde, Pepe Parejo. El otro día, Pepe se cargó la tarde, bol de palomitas incluido. Me quedé mirando fijamente a Dani, a Nacho y a Caye, y pensé lo importante que es que ellos también tengan alma. Y antes de lleguen a los cincuenta, Pepe, antes de los cincuenta.Bueno, ni era tarde, ni había película. Ni tampoco palomitas. Pero sí hubo alma. Y vida. Mucha vida. Porque vida, lo que es vida, como dice el poema que nos envió Pepe, solo hay una.







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