Manuela Martínez

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Manuela Martínez
Domingo Funes Arjona
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Hablar de líderes sindicales en estos tiempos que corren, de descrédito generalizado de la mayor parte de las instituciones, incluidos los sindicatos, y además hacerlo bien, no es fácil. Y no lo es porque en muchos casos el sindicalismo no ha estado a la altura de lo que se esperaba de él, se ha visto inmerso en no pocos asuntos turbios y corruptelas, y su comportamiento, en algunos episodios que todos tenemos en mente, no ha sido precisamente ejemplari.

Pero nada de ello se puede imputar a Manuela Martínez, que ha tenido que lidiar con una situación social dramática desde que fuera elegida secretaria general de UGT Granada allá por 2009 y que, mejor o peor, de lo que no hay duda es de que lo ha hecho con honestidad y coherencia. Si la imagen del sindicalismo en general fuera la de Manuela, seguramente sería mejor, mucho mejor. Ahora bien, es probable, siguiendo con la hipótesis, que también pareciera una institución más volcada en el sector público, de donde ella proviene y en la que el sindicalismo, en general, ha buscado refugio durante esta terrible crisis.

En esa línea, el sindicalismo granadino, que no ha sido una excepción, se mantiene con fuerza dentro de las administraciones y sigue alejado, o al menos lo parece, de otros sectores, desafección que le pasa factura en la calle en estos tiempo en que la lupa de la indignación rastrea con exhaustividad todo lo que se mueva. Tanto es así, que la propia Manuela reconoce que en la próxima etapa el sindicato debe reorganizarse y acercarse a los jóvenes, a los trabajadores 'pobres', a los parados y a todos los que sufren precariedad laboral y desigualdad social, para que UGT sea visto por la sociedad "no como parte del problema, sino como parte de la solución".

Ahora Manuela ha decidido, tras 7 años en el cargo, dar un paso atrás -o al lado- porque ella cree en la limitación de mandatos y no presentarse a la reelección. Y ese ejemplo de coherencia es lo que la hace aún más grande. El sindicalismo granadino pierde una gran secretaria general pero gana un ejemplo; una secretaria general que ha sabido estar a la altura en estos tiempos, unos tiempos convulsos donde dimitir, ceder o renunciar no son hechos habituales, mucho menos hacerlo desde la convicción democrática de la necesidad de renovar, de refrescar las instituciones y de no agarrarse a los cargos como el náufrago a la tabla. Creo, honestamente, que al margen de las ideas de cada uno, si en otros ámbitos de la vida pública se tuviera el nivel de coherencia que ha mostrado Manuela Martínez, seguramente nos iría bastante mejor.







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