La malafollá no es granaína

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Los tópicos y las etiquetas son algo que, aunque queramos evitar, son consustanciales al pensamiento humano. Y en España (volvemos a caer en el tópico) las etiquetas asociadas a cada zona geográfica son un recurso; a veces despectivo, a veces jocoso; que se utiliza tanto que ya ni le damos importancia

Que los sevillanos son graciosos, los catalanes ‘agarraos’, los madrileños chuletas, los gallegos unos buenazos y los granaínos…Los granaínos somos malafollás.

Sí, se nos tacha de malafollás y nos lo tomamos a guasa e, incluso, nos alegramos de ello. Pero la verdad es que al igual que graciosillos, tacaños o chuletas hay en todas partes, la malafollá es universal.

No hay nada que dé más coraje que entrar a una tienda y que el dependiente te mire perdonándote la vida cuando le pides, casi con miedo, que te busque una talla.

No hay nada más incómodo que sentarte en un bar y que el camarero te trate como si estuvieses pidiendo que te invitase a ostras y champán del caro.

No hay nada que te saque más de tus casillas que sujetar la puerta a alguien y que pase sin mirarte (mucho menos dar las gracias)… o peor aún: sujetar la puerta a un anciano para que entre y que empiecen a colarse personas una tras otra hasta que, a los diez minutos, caes en la cuenta de que nadie te paga para que hagas eso.

La malafollá (sinónimo de mala educación) sale por los cuatro costados de la humanidad.

Todos podemos tener un mal día... y si nos sentimos mal ¿qué mejor que hacer sentir mal a todos los demás?
Sin embargo, la sonrisa es la mejor arma para hacer sentir mejor a los demás y, sobretodo, hacerte sentir mejor a ti.

En esos días en los que te apetece salir de casa y empezar a repartir yoyas con la mano abierta, forzarte a ser amable y sonreír, a tener gestos cariñosos con las personas que te cruzas en el camino, es la mejor cura de ánimo.
Porque el malestar al final genera malestar: es una espiral. Sales de casa con la malafollá a cuestas y te cruzas con ese vecino que es un capullo integral y piensas que “hoy lo va a saludar Rita”.
Pasas por su lado y no dices nada, te sientes un poco más enfadado.

Sigues caminando por la calle, te paras a desayunar y, claro, como estás con el cable cruzado te viene la revelación: “Si nadie me da las gracias a mí en mi trabajo por qué las voy a tener que dar yo”. Pagas tu café y sales del bar sin dar las gracias y, si puedes, no dices ni adiós.
Te sientes un poco peor.

Llegas al trabajo y recibes la típica llamada del cliente pesado, ese que sacaría de sus casillas al mismísimo Gandhi. Te comportas de forma seca y puede que hasta le respondas con brusquedad.
Cabreo en aumento… Y así todo el día, sintiéndote cada vez un poco peor, más agotado, más enfadado con el mundo. Hasta que llegas a casa y revientas.  La malafollá se convierte en un mal humor de perros.

Mismo día, 0% malafollá: sales de casa con tu malafollá y te cruzas con el vecino capullo pero esta vez lo saludas con una sonrisa porque, en el fondo, te importa un pimiento si te responde o no, tú lo has hecho como lo tenías que hacer.  Te sientes un poco mejor.

Te paras a desayunar, saludas al camarero e, incluso, entablas una pequeña conversación, pagas, das las gracias, le deseas que tenga un precioso día y te sientes un poco mejor.
Recibes la llamada del cliente pesado y no solo lo tratas con una gran educación, sino que haces un esfuerzo sobrehumano y le hablas con cariño, sonriéndole con la voz…
Te sientes mejor.

Cuando llegas a casa, puede que no haya sido el mejor día de tu vida, pero desde luego lo has acabado mejor que si hubieses entrado en la espiral de la malafollá.

Tu percepción del mundo no es más que el resultado de tu actitud frente a la vida. Ser positivo es muchísimo más difícil que ser negativo… o no. Todo depende de tu entrenamiento interior. Pero hay una realidad científicamente demostrada: 15 segundos de sonrisa (aunque sea fingida) hace que nuestro cuerpo segregue endorfinas y que consigamos sentirnos un poco más felices y, por qué no, que hagamos sentir un poco más felices a los demás. Haced la prueba y ¡olvidaos de la malafollá!

 







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