La exquisita voracidad del diablo tranquilo

Antonio de la Torre Canibal
Israel Arias (E.P.)
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Caníbal, la nueva criatura cinematográfica de Manuel Martín Cuenca, es una cinta inquietante, certera y de una factura técnica excelente que cuenta además con un inmenso, como suele ser habitual, Antonio de la Torre.

En lo nuevo del director de La flaqueza del bolchevique o La mitad de Óscar, De la Torre se mete en la piel de Carlos, el sastre más prestigioso de Granada. Un hombre solitario entregado en cuerpo y alma a un trabajo al que dedica la mayor parte de su tiempo.

Pero tras el cuidadoso y solemne artista de las telas se esconde un monstruo, un asesino en serie, igual de metódico que el sastre, que caza mujeres para alimentarse. Sin remordimientos, sin entablar relación más que con sus clientes, cuando cae la noche Carlos degusta sus presas con cuchillo y tenedor acompañado tan solo por una buena copa de vino.

Así, entre su taller de costura y su cabaña en la sierra, pasa sus días este antropófago de guante blanco mientras sigue acumulando carne humana en su nevera. Pero un día aparecerá en su vida Alexandra (Olimpia Melinte), la vecina de arriba, una bella joven rumana que alterará para siempre su hermético y oscuro mundo.
UN DIABLO 'NORMAL'

Este es el esqueleto argumental, inspirado "libremente" en el relato del escritor cubano Humberto Arenal, sobre el que Manuel Martín Cuenca arma un thriller deliberadamente pausado en el que modela, también muy libremente, los códigos del cine de asesinos en serie.

Lo hace para presentarnos una propuesta formalmente excelente, como constata la Concha de Plata a la mejor fotografía que recibió Pau Esteve Birba en la última edición del Festival de San Sebastián, que dibuja de forma contenida y concisa el retrato presente de un monstruo de andar por casa. Un diablo 'normal' al que la historia ni justifica ni quiere entender.

No sabemos cuándo, ni cómo, ni por qué Carlos decidió cruzar la línea y comenzar a matar para alimentarse de carne humana. Su casi absoluta soledad, sus evidentes dificultades para relacionarse con el género opuesto o la simple rutina que le fue devorando día tras día son algunas de las 'coartadas' que se le intuyen al caníbal de Martín Cuenca.

UNA DANTESCA "HISTORIA DE AMOR"

Pero esta "historia de amor" prefiere callar las razones y centrarse en el esencial, crudo -y también algo irregular en su tramo intermedio- aquí y ahora del protagonista, en la rutina del asesino y en cómo ésta se resquebraja.

Y en esta suerte, la pieza angular sobre la que pivota el éxito, que ya lo es con independencia de lo que diga la taquilla, de Caníbal es Antonio de la Torre. En perfecta consonancia con el tono y las herramientas de las que se vale la película, está contenido, hierático pero también intenso en los calmados ritmos y maneras del dedicado sastre... y del amoral antropófago.

Su psicópata de provincias encuentra solvente réplica en Olimpia Melinte, notable también en su doble interpretación. El gran trabajo de ambos brilla en los soberbios marcos, físicos y argumentales, que les regala Martín Cuenca e incluso logra hacer más llevaderos esos pasajes en los que la premeditada calma del relato se espesa demasiado.

Caníbal es una cinta sin concesiones, seca pero elegante y cuidadosa en sus detalles, con una dirección e interpretaciones de categoría que, a mesa puesta, nos sirve una exquisita ración de cine español. Un plato muy disfrutable que exige ser degustado sin urgencias y también, y más allá de ministeriales opiniones, con una pizca de orgullo.







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